Dije en otra nota que había llegado la hora del reclamo. Pero éste debe ser hecho comprendiendo las limitaciones que todo proceso tiene, para nuestro caso: la transformación de nuestra Patria. Por tal razón propongo una reflexión. Quien lea con atención las noticias económicas que nos ofrece la información pública podrá percibir el proceso de nuevas fusiones de empresas, que dan lugar a concentraciones de enormes masas de capital en los sectores claves de la economía. Esto parece confirmar una tendencia imparable hacia el gigantismo empresarial que comenzó hace más de una década. Estos hechos plantean a las sociedades nacionales graves problemas.
El primero, es la liquidación del mercado de libre competencia supuesto fundamental de la ortodoxia económica, por la desaparición de competidores, y la explotación de los consumidores y de los trabajadores que de ello se sigue. En la ciencia jurídica se habla de la lenta desaparición del contrato clásico, que supone la libre discusión de los términos. Éste ha sido reemplazado por lo que denominan «contrato de adhesión», en el que la parte más débil acepta los términos que impone la parte que detenta el poder. Esto puede ser aplicado al precio de mercado como una forma general del contrato económico. Segundo, ésta es la consecuencia de la acumulación del poder social en unas pocas manos, las de los gestores de esos enormes conglomerados.
Debemos prestar atención a un tercer aspecto del proceso de concentración: el avance de la planificación central como forma de organizar sectores enteros de la economía, lo que representa una importante mutación del capitalismo del siglo XX. Para entender el alcance de esta afirmación hay que partir del hecho siguiente: dentro de una empresa no hay mercado. Dice el economista Luis de Sebastián: «Las decisiones de asignar recursos físicos y humanos a usos alternativos en una u otra sección, división o filial de una empresa no se hacen por medio de un mecanismo de oferta y demanda, sino por un proceso de planificación y ejecución de las órdenes de la oficina central. Naturalmente, para tomar estas decisiones la autoridad central de una empresa se guía por lo que hacen otras empresas, sobre todo las que compiten con ella, y tiene en cuenta lo que exigen los consumidores. En definitiva, la asignación de recursos dentro de una empresa es formalmente un proceso de decisión autoritario, como el de un régimen de planificación central».
La idea no es nueva, aunque no ha sido tenida debidamente en cuenta. Ya había sido señalado este fenómeno por Ronald Coase, a quien le otorgaron el premio Nobel de economía cincuenta años después de haberla hecho pública en 1924. En esa oportunidad demostró que «la empresa substituye a las transacciones individuales del mercado cuando éstas se pueden organizar dentro de ella, para economizar costos de transacción». Dice de Sebastián que Alfred Chandler en La mano visible describió el managerial capitalism «como un sistema en que la mano invisible del mercado ha sido sustituida por la visible de la planificación», y John K. Galbraith en su libro El nuevo estado industrial habla de un «sistema de planificación» refiriéndose al sistema de gobierno de las empresas multinacionales.
Agrega de Sebastián: «Pero las mutaciones del capitalismo no se acaban con la increíble desigualdad que presenciamos. También se están dando cambios sustanciales en la organización interna de las empresas, en la manera como se asignan los recursos en una economía de mercado con grandes empresas que compiten encarnizadamente por la dominación de los mercados mundiales».
Si he planteado este problema es para colocar la situación de nuestra Argentina dentro del cuadro mencionado. Las posibilidades de cualquier cambio en el camino de mejorar la distribución no pueden olvidar las restricciones mencionadas.