55.- Hay una verdad para la élite y otra para la gente del común

Por Ricardo Vicente López

Los periódicos comenzaron a existir para decir la verdad
y hoy existen para impedir que la verdad se diga”.

(Gilbert. K. Chesterton -1874-1936)

A partir de la sorpresa que produjo la facilidad con que se podía manipular la opinión pública, se fueron agregando más investigadores que se sintieron motivados a seguir adelante, profundizando esas primeras experiencias. Estaba formado por teóricos liberales y figuras destacadas de los medios de comunicación que avanzaron con mucho entusiasmo. Quiero recordarle, amigo lector, que estamos hablando de las dos primeras décadas del siglo XX, hace ya un siglo. Es allí donde se encuentra el comienzo del proyecto de manipulación y control de la opinión pública, que a través de un largo recorrido, llega hasta hoy.

Ya presenté al Doctor Edward Bernays (1892-1995), en una nota anterior. Voy a detenerme ahora en otro de ellos, que sobresalió por su inteligencia y su capacidad de pensar estas posibilidades en un escenario internacional. Me refiero a Walter Lippmann (1889-1974). Fue un importante analista político y un extraordinario teórico de la democracia liberal; además un publicista, periodista y un investigador.

Comprendió cuál era la situación socio-política del pueblo estadounidense y que era necesario proponer políticas para manipular, en otra dimensión de lo que hacía Bernays, un control sobre lo que denominó la Opinión pública, concepto acuñado por él y fue el título de su libro publicado en 1922. Mostraba en sus análisis una capacidad de pensar geopolíticamente. Veamos una definición que nos facilite la comprensión de este tema:

La geopolítica es una ciencia que estudia la distribución espacial de los fenómenos políticos, la influencia que los fenómenos geográficos ejercen sobre ellos y los efectos espaciales de esos mismos procesos políticos. Esta ciencia utiliza conceptos y métodos de la geografía, de las ciencias políticas y de la historia. Permite la planificación a nivel global, ya sea en términos económicos, políticos o militares, por parte de actores que actúan como agentes de importancia a escala internacional.

Amigo lector, no deseo complejizarle el tema, pero hay personas de la historia de la política que desbordan las definiciones clásicas. Son cabezas destacadas, excepcionales, que exigen un mayor esfuerzo de nuestra parte para comprender sus ideas. No significa ello estar de acuerdo, sino entender qué piensan y a qué intereses responden.

Una breve referencia histórica: la población de los EEUU llegaba al final del siglo XIX, después de una guerra sangrienta entre el Norte y el Sur (1861-1865).Su final mostraba un pueblo dividido, con muchas pérdidas y odios no superados. Como ya dije en otras notas, la clase dirigente estaba convencida que debían ser una potencia mundial y, para ello, había que consolidar las instituciones políticas y culturales, y unir al pueblo tras un destino común [[1]]. Esto se presentaba como una tarea fundamental y de difícil realización. Muy pocos comprendían esto con claridad. Este cuadro de situación nos muestra el escenario que Lippmann percibía y sobre el cual se debía actuar sin dilaciones.

El riesgo de una disolución de los Estados estaba presente. La presencia de esos temores se convirtió en tradición en la clase dirigente y fundó la teoría de la necesidad de una elite ilustrada que se hiciera cargo de la República, la “cosa pública”.

Esta teoría, ya había sido sostenida por un importante pensador, John Dewey [[2]] (1859-1942). Sostenía que solo una élite reducida —la comunidad intelectual — puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, ante el hecho de que estas cosas escapan al común de la gente.

Lippmann era uno de esos pocos que compartían ese diagnóstico tan crudo, que imponía actuar de inmediato y con medidas eficaces. Se organizaron “comisiones de propaganda”, sobre cuya experiencia se elaboró una tesis de lo que se denominó “la revolución en el arte de la democracia”. Querían respetar la democracia, pero eran conscientes de que es un sistema débil para situaciones excepcionales. La propuesta consistía en la utilización de las técnicas de propaganda:

«Estas podían utilizarse para fabricar un consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas, la aceptación de algo inicialmente no deseado».

Lo que puede sorprendernos es que se afirmaran cosas como estas, sin “ruborizarse”. En otras palabras, hacían lo que hoy se hace, pero que no se dice, respecto a las manipulaciones de la información pública. Afirma al respecto el Profesor Noam Chomsky:

Pensaban que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como se pudo confirmar, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan. Un intelectual, muy inteligente el Doctor Walter Lippmann, importante representante del liberalismo, fue quien propuso su tesis de “la revolución en el arte de la democracia”. Esta revolución partía de algunas premisas muy interesantes de revisar, porque vuelve a aparecer el tema de la “franqueza”. La idea central parte de la convicción de que el público «no sabe pensar y que no es prudente abandonarlo en sus ideas».

Debo hacer notar el tono pedagógico que dominaba su pensamiento. Puede sorprenderse, amigo lector, si no ha incursionado en estos temas, que semejante afirmación no parece ser un método de la democracia. Sin embargo, estas ideas sostienen un concepto de democracia que siempre manejó la clase política estadounidense (y no sólo ella).Razón por la cual prestaron siempre un fuerte apoyo al desarrollo de los grandes medios para guiar la opinión del ciudadano de a pie. El Profesor Chomsky avanza sobre el tema:

Lippmann respaldó todo esto con una teoría bastante elaborada sobre la democracia progresiva, según la cual, en una democracia con un funcionamiento adecuado, hay distintas clases de ciudadanos. En primer lugar, los ciudadanos que asumen un papel activo en cuestiones generales relativas al gobierno y la administración. Es la clase especializada, formada por personas que analizan, toman decisiones, ejecutan, controlan y dirigen los procesos que se dan en los sistemas ideológicos, económicos y políticos, y que constituyen, asimismo, un porcentaje pequeño de la población total.

A esta clase pertenecen también aquellas personas que comparten esas ideas y la pone en circulación. Hoy, sin alterar estos criterios, se habla del establishment. Es la parte de ese grupo selecto, en el cual se habla, fundamentalmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes constituyen lo que Lippmann denominó el rebaño desconcertado. La metáfora debe ser entendida dentro del contexto del Midwest (el Medio Oeste zona con grandes llanuras pobladas en aquella época por rebaños salvajes). Respecto de esos otros dice:

Hemos de protegernos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea. Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, y, por otro, el rebaño desconcertado que tiene también una función en la democracia, que consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa.

Muchas veces los debates sobre el papel de los medios se pierden en una maraña de detalles que no logran mirar debajo y por detrás del escenario. Es allí donde se puede encontrar todo lo que queda oculto a la mirada ingenua del gran público. Ingenuidad, indica ausencia o falta de malicia y de experiencia, una deficiente comprensión o inteligencia y ausencia de sofisticación; así como presencia de sinceridad, inocencia, sencillez, candor, base de la democracia progresiva. Insisto con este tema, Homero Simpson es un fiel representante.

Este paternalismo, dicho con cruda aspereza, no puede ser detectado fácilmente en nuestros medios. Pero el estar alerta en la lectura de ello puede ayudarnos en esta línea de análisis. Es así que las élites políticas de los países centrales encontraron en los medios de comunicación el instrumento idóneo para el manejo de ese rebaño.

La claridad expositiva de W. Lippmann, me exime de mayores comentarios:

Por ello, necesitamos algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, e inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita está relacionada con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la gente que tiene el poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir, un grupo bastante reducido.

Creo que, una vez recuperados de la sorpresa respecto de las cosas que piensa y dice Lippmann, podemos comenzar un análisis más profundo respecto de lo que, hasta el día de hoy, se sigue haciendo aunque esto no está tan claro en la superficie diaria de la información.


[1] Lo remito a  mi nota El «Destino Manifiesto», justificación teórica de un proyecto de dominación global, publicada en Kontrainfo (18-8-2019).

[2] Filósofo, pedagogo y psicólogo estadounidense, uno de los fundadores de la filosofía del pragmatismo.