14- Los primeros pasos de la mentalidad burguesa

Por Ricardo Vicente López

Los investigadores medievalistas [[1]] abrieron una brecha investigativa que permitió estudiar las raíces de la mentalidad burguesa desde sus orígenes en los siglos X y XI en territorio europeo. Para nuestra investigación debemos interpretar mentalidad y espiritualidad como cuasi-sinónimos. Esto nos habilita a movernos en un universo más amplio para estudiar esta dimensión de lo humano que ha sido menospreciado por las ciencias modernas. Este abandono, aunque no ha sido total, algunas corrientes de la filosofía han realizado verdaderos aportes. Por ello, para un público no especializado, el uso del vocablo remite a diversas manipulaciones. Ese mal uso empobrece los análisis y se pierde una enorme riqueza para comprender el humanismo.

Por esta razón quiero insistir en abrir un ámbito de reflexión dentro del cual se pueda pensar lo humano en toda su integralidad, por fuera de las propuestas dualistas, de cuño neoplatónico, que atravesaron los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano de Occidente. Éstas siguen sosteniendo esa línea de pensamiento en la mayoría de las academias y universidades del Occidente moderno. Por fuera, y al servicio de los especuladores mercantiles, circulan muchas publicaciones que explotan esa veta, apoyándose en una posmodernidad que se alimenta de la new age y de neo-orientalismos.  Con esto, amigo lector, intento ofrecer una explicación sobre la necesidad de seguir pensando estos temas, con la mayor seriedad y profundidad, que esté a nuestro alcance. Volvamos a nuestro tema.

Vamos a avanzar de la mano del Profesor José Luis Romero (1909-1977), ya mencionado en notas anteriores. Él ha investigado el origen de la mentalidad burguesa ubicando su origen unos ocho siglos antes de lo que la conciben la mayoría de los historiadores académicos. En un largo artículo que tituló El destino de la mentalidad burguesa (1969), nos ilumina:

A través de un largo proceso y a partir de ciertas experiencias primarias de los siglos X y XI, la mentalidad burguesa elaboró un nuevo mundo de ideas, de valores y de normas cuyo primer momento de maduración se produjo entre los siglos XV y XVI. Es el momento que se ha dado en llamar Renacimiento. Lo que maduró entonces fue, por una parte, cierto conjunto de actitudes y opiniones acerca del hombre y de la realidad que constituyeron convicciones profundas y predominantes en vastos sectores; pero también maduró cierta combinación de esas actitudes y opiniones con otras tradicionales de raíz cristiano-feudal que poseían el prestigio de su arraigo en los sectores aristocráticos, con los que no desdeñaban vincularse las nuevas oligarquías de origen burgués. Así se formó una mentalidad transaccional feudo-burguesa que predominó en las clases altas, feudo-burguesas también en gran parte por su composición, en virtud de variadas alianzas. Tal fue la mentalidad propia de las nuevas aristocracias que desarrollaron las formas culturales llamadas renacentistas.

En este proceso de nuevas síntesis, el componente burgués siguió creciendo en intensidad, mientras decrecía el componente señorial. En la medida que la estructura del mundo mercantil se afianzaba y dominaba los restos de las viejas ideas iban dejando lugar a la mentalidad burguesa. Me parece conveniente agregar una aclaración respecto de dos palabras que dicen lo mismo pero el uso coloquial marca algunas diferencias. Las dos palabras son ciudadano y burgués.

La primera, ciudadano, fue de uso en los territorios del viejo imperio romano, con la cual designaban a los habitantes de las ciudades. Posteriormente, según la Real Academia Española, se refiere a toda persona considerada miembro activo de un Estado, deriva del latín civitas que es la palabra que da origen al castellano ciudad y de allí ciudadano.

La segunda, burgués, es la palabra que se utilizó en las zonas marginales al imperio. Se denominaba burgo a los asentamientos urbanos que empezaron a surgir en Europa con la apertura comercial que tuvo lugar a fines de la Edad Media. De allí al habitante de esos burgos se los llamaba burgueses. Entonces, para la utilización nuestra podemos considerarlos sinónimos.

Ahora vamos a incorporar otro artículo de este autor en el que su título ya nos advierte lo que se propone: ofrecer una definición bien elaborada sobre ¿Quién es el burgués? (1954), en él ofrece una reflexión seria sobre el tema: 

La palabra «burgués» tiene una larga historia que refleja —aunque no sin sombras— la historia del concepto, harto cambiante, que expresa, y su uso no ha sido generalmente otro que el impreciso que es propio de la polémica. Es lo que le sucede al vocablo en el uso vulgar de los vocablos. Pero aquí usaremos la palabra «burgués» en un sentido restringido; y cuando nos preguntamos ¿quién es el burgués?, nos limitamos a plantear un problema histórico. Nos preguntamos qué realidad histórica encubre este concepto. Y nos lo preguntamos, seguros de que esa realidad es la de la mayor importancia para entender la peculiaridad de la cultura occidental y los caracteres de su curso histórico.

Queda, entonces, colocado un cimiento sólido para una investigación que nos abra camino hacia una comprensión profunda que contiene, y esto es lo fundamental, una pregunta sobre quiénes somos, cuáles son los valores que definen nuestro perfil de personalidad. Entendiendo de este modo todo aquello que se presenta en la espiritualidad en cada persona. Continúa:

Me atrevería a decir que esta averiguación acerca de quién es el burgués constituye uno de los problemas fundamentales de la historia de la cultura occidental. En rigor, pienso que, tal como concebimos hoy los problemas de la historia de la cultura, y tal como queremos comprender el de aquella en la que estamos inscriptos, no hay problema más importante. Tan vaga como sea la imagen que nos hagamos del burgués y tan poco como sepamos de su historia, nos será fácil advertir, en cuanto reparemos en el tema, que constituye uno de los tipos fundamentales que la cultura occidental ha creado.

Si me he detenido en el análisis del tema del burgués, que hace este investigador, es porque no intenta liquidar el problema con algunas afirmaciones generales, sino que hace explícita su preocupación por lo que va descubriendo: que el burgués encierra la explicación fundamental de en qué cultura, sociedad, vivimos y qué mentalidad o espiritualidad da marco a nuestras idiosincrasias. Este vocablo debe ser asumido como:

La idiosincrasia es una característica de comportamiento, manera característica de pensar, sentir, actuar, rasgos y carácter propios o culturales, distintivos y peculiares de un individuo o un grupo; la palabra de origen griego (idios=personal; syncrasis=temperamento) se puede definir como temperamento particular o temperamento social, que hacen referencia a otro modo de abordar la mentalidad o espiritualidad.

Este tema ha sido abordado por Historiadores de las ideas, de la sociedad o de la economía, algunos de los más importantes han intentado algunas aproximaciones: el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920) o el economista Werner Sombart (1863-1941) han hecho importantes aportes, pero la palabra «burgués» no alcanzó un grado de definición respecto de su precisión o a su contenido exacto. No debemos olvidar que el tipo de realidad histórica a la que se hace referencia es sumamente compleja y plural. Sin embargo los estudios que se han dedicado a su análisis han menospreciado esta particularidad. Romero insiste:

No puedo pensar la cultura occidental sino bajo la imagen de dos fuerzas que se oponen permanentemente; de una de ellas el burgués es el representante típico. Pero para admitir esta afirmación es necesario que, previamente, nos pongamos de acuerdo acerca del valor de la palabra «burgués». Sin duda no faltan algunos exámenes parciales del problema. La caracterización que ha predominado parece considerar al burgués es simplemente como un homo economicus. Y aún ésta, que ya entraña una radical e inexacta limitación, no ha podido sobreponerse a la imagen vulgar, tan imprecisa como ilusoria.

Esta obsesión del Profesor Romero habla de su exigencia en el manejo del lenguaje, lo cual define su seriedad profesional y su compromiso con la verdad. Siguiendo su ejemplo, voy a volver sobre este tema, de valor excluyente, para el tema que venimos analizando.


[1] Consultar notas anteriores en esta página.