Ricardo Vicente López
Un muy interesante comentario publicado en la página www.culturainquieta.com/es sobre la espiritualidad, nos recuerda el pensamiento del notable y reconocido físico Albert Einstein (1879-1955) respecto de nuestro tema. Él definió la espiritualidad, sintéticamente, como “la fuerza más poderosa para permanecer fiel a tu propósito”. Otro aporte a este tema lo hizo en un interesante artículo que escribió para en el New York Times en 1930. Me parece que va en línea de nuestra investigación, por lo que dice y por quien lo dice. Por ello lo invito, amigo lector, a analizar y reflexionar juntos. Propone un concepto de la experiencia religiosa, que puede completar lo que venimos pensando sobre el tema:
La historia del ser humano –qué duda cabe– es la historia de sus empeños. Todo cuanto ha hecho y pensado la raza humana tiene que ver con la satisfacción de necesidades profundamente sentidas y con la mitigación del dolor. Y es preciso tener esto continuamente presente si se desea comprender el significado y evolución de los movimientos espirituales.
Nos propone una explicación, no sólo la existencia de las religiones, o la necesidad social y moral de un Dios (concebido para satisfacer deseos y mitigar el dolor), sino también, y esto es su faceta más reveladora, otra forma de experiencia religiosa que se aleja de los dogmas establecidos y que, gracias a ello, puede involucrarnos a todos. Además, ella “rara vez se encuentra en forma pura”. A este tercer estado lo llamó el “sentimiento cósmico religioso”. Ese sentimiento, que Einstein “coloca en la más alta esfera de las capacidades humanas”, puede ser comparado con lo que el gran investigador del alma humana, Sigmund Freud, llamaba el “sentimiento oceánico”, definido con estas palabras:
“Es la intuición del infinito que todo hombre experimenta ante la mera existencia. Dicho con otras palabras, esa sensación de inmensidad y orfandad que rodea, ahoga, desborda, deja perplejo al ser humano y le recuerda de manera primordial que es, nada más y nada menos, parte del todo”.
Para hablar de esto es un muy importante el llamado de atención del genial físico, atender muy especialmente la pobreza de nuestro vocabulario. Se nos presenta allí una limitación de nuestra racionalidad que opera sólo con conceptos y menosprecia otros modos de pensamiento: intuiciones, percepciones que se expresan en sentimientos, en ideaciones, en expresiones poéticas, en metáforas, etc. En otras palabras reconocer los límites que nos impone el lenguaje unilineal de la ciencia. Reconoce el sabio:
Explicar esa sensación a quien no la haya experimentado en absoluto resulta difícil, si no imposible, sobre todo porque no está asociada a ningún concepto antropomórfico correspondiente a Dios. El individuo puede sentir la futilidad de los deseos y aspiraciones humanas, y puede percibir, al mismo tiempo, el orden sublime y maravilloso que se pone de manifiesto tanto en la naturaleza como en el mundo del pensamiento.
Nos propone reflexionar sobre la existencia individual, modelo heredado de la Ilustración. Ésta se nos impone como una especie de prisión que impide el vuelo del pensar. Ello nos abre el ansia de experimentar el universo como un todo único significativo que nos interpela:
Los genios y sabios de todas las épocas se han distinguido por esta especie de sentimiento profundo que no reconoce dogmas ni concibe a Dios a imagen y semejanza humana. Este sentimiento carece, por lo tanto, de iglesia alguna que deba basar allí sus principales enseñanzas. Es, precisamente, entre los herejes de todos los tiempos entre quienes encontramos a esos hombres impregnados de esta forma suprema de sentimiento religioso, y que en muchos casos fueron considerados por sus contemporáneos tanto como ateos, así como también otros los reconocieron santos.
Antes de seguir avanzando, permítame amigo lector, agregar para pensar con más libertad y amplitud, tomando distancia de los conceptos “ya sabidos” que nos cierran el camino hacia horizontes más amplios, la etimología de la palabra religión:
El vocablo lo recibimos de la tradición latina y está compuesto por el prefijo “re” que indica intensidad y el verbo “ligare” que hace referencia a “atar, ligar, amarrar”. Una traducción posible sería esta: “acción y efecto de ligar fuertemente con la necesidad de búsqueda de respuestas que nos remiten a un infinito no fácilmente comprensible, pero que no podemos ceder en esa búsqueda”.
Se vuelve a presentar la pobreza de nuestros lenguajes cuando emprendemos caminos que nos van alejando de nuestras vidas cotidianas, de una terrenalidad aplastante. Allí, entonces, debemos asumir con una humildad sincera nuestras limitaciones humanas. Esta aceptación nos enfrenta, necesariamente, a la herencia de la Ilustración y a las imposiciones del lenguaje newtoniano. Esa herencia, de la cual algo quedó ya dicho, elevó la soberbia humana a las alturas de lo omnisapiencia que le prometían las ciencias modernas. El hombre se tentó con ser Dios. Esto se expresó, en el rechazo al misterio de lo infinito, con la aseveración: “lo que no se sabe ahora se sabrá más adelante… la ciencia ya encontrará su explicación”. Esta frase muestra que la negación de la fe tradicional no fue más que su suplantación por la fe en la ciencia.
Volvamos a las reflexiones de Einstein. Nos recuerda ejemplos históricos de vidas religiosas, en el sentido ya mencionado, de algunas personas muy distantes entre ellos, como el griego Demócrito (460-370 a.C.), el italiano Francisco de Asís (1182-1226) y el holandés Baruch Spinoza (1632-1677).Todos ellos son íntimamente afines entre sí. Si nos acercamos a sus pensamientos, pueden sorprendernos las similitudes entre sus formas de pensar y vivir la espiritualidad. Hoy podemos agregar al pensador indio Mahatma Gandhi (1869-1948) la Madre Teresa de Calcuta (1910-1987), vidas ejemplares de espiritualidad puesta al servicio de los más necesitados.
Para Einstein, el problema central de este sentimiento cósmico religioso, es la dificultad que se encuentra en los intentos de comunicarlo a los otros:
¿Cómo comunicar un sentimiento que no da lugar a un concepto definido de Dios ni a una teología? Esa función le corresponde al arte y a la ciencia, en tanto que no sólo despiertan sino que mantienen vivo ese sentimiento en quienes tienen la capacidad de recibirlo. Y llegamos así a una concepción de lo más próspera entre la religión y la ciencia, antagonistas históricamente irreconciliables.
Quiero destacar cómo Einstein consigue relacionar la espiritualidad en la labor de hombres más ligados a la tarea científica. Alguno de ellos fueron el inglés Isaac Newton (1643-1727) y el alemán Johannes Kepler (1571-1630) con esa fuerza reguladora que lleva a un individuo a seguir la voluntad universal. Todos ellos se sintieron movidos por el ansia de comprender, aunque más no fuera, algo de los inmensos misterios del universo. Encontraron allí los estímulos necesarios para dedicar toda su vida en revelar los misterios posibles de la mecánica celeste. Lo que proporciona a un hombre esa fuerza que necesita para emprender el esfuerzo de tales investigaciones, dice, es el sentimiento cósmico religioso. Agrega Einstein:
Yo sostengo que el sentimiento cósmico religioso constituye la más fuerte y noble motivación de la investigación científica. Solamente quienes pueden percatarse del inmenso esfuerzo y, sobre todo, de la devoción que requiere trabajar como pionero en un campo científico teórico, son capaces de comprender que semejante trabajo, por alejado que pueda parecer de las realidades de la vida, sólo puede surgir de la fuerza emocional vinculada a un sentimiento semejante.
Sigue diciendo, un poco más adelante:
¡Qué profunda convicción de la racionalidad del universo, y qué ansia de comprender, aunque sólo fuera una brizna de la mente creadora que revela este mundo, debieron de tener Kepler y Newton, para hacerlos capaces de gastar años y años de solitario trabajo en el empeño de desenmarañar los principios de la mecánica celeste!
A aquellos cuyo contacto con la investigación científica proviene, principalmente de sus aplicaciones prácticas, caen con cierta facilidad en hacerse una idea completamente simplista, superficial, falsa entonces, de la mentalidad de esos hombres que, en medio de un mundo escéptico, han sido capaces de abrir el camino a otros espíritus afines desperdigados a lo largo y ancho del mundo y de los siglos. Termino con estas palabras del Doctor Einstein:
Sólo quien ha dedicado su vida a empeños semejantes puede hacerse una idea vívida y adecuada de lo que inspiró a tales hombres y les proporcionó la fuerza espiritual necesaria para permanecer fieles a su propósito a pesar de los incontables e inevitables fracasos. Lo que proporciona a un hombre esa fuerza es el sentimiento cósmico religioso. Un contemporáneo nuestro ha dicho, no sin razón, que “en esta era materialista en que vivimos, los únicos seres profundamente religiosos son quienes trabajan con la máxima seriedad”.