06- Prestando atención a los hombres sabios de todos los tiempos

Por Ricardo Vicente López

Un tema, un tanto dificultoso, es el análisis de la estructuración de la conciencia europea moderna, sobre todo la nordeuropea, cuya matriz es lo que se ha denominado el paradigma newtoniano. Permítame, amigo lector, una digresión que propongo partiendo de la definición del concepto paradigma  que acuñó Thomas S. Kuhn (1922-1996), estadounidense, físico, filósofo de la ciencia e historiador de las ciencias. En su libro «La estructura de las revoluciones científicas» (1971) ofrece una definición: 

“Llamo paradigmas a realizaciones científicas universalmente reconocidas que proporcionan modelos que permiten estudiar y explicar problemas y dar soluciones a una comunidad científica. Las personas que no sean realmente practicantes de una ciencia no llegan a comprender cuánto facilita un paradigma el trabajo de experimentación”.

El reconocimiento que recibió Isaac Newton, de quien ya hablamos, por los éxitos obtenidos, por su concepción del universo, por el nuevo modo del saber, por la capacidad para resolver problemas que estaban pendientes, convirtió todo ello en un paradigma para la ciencia. Esta palabra, acuñada por Kuhn para explicar esas estructuras mentales, fue adoptada por muchos científicos como garantía de procedimiento en sus investigaciones. Todo ello generó a su vez, la incorporación de esos modos, despojados de las complejidades matemáticas, a los saberes mundanos conformando de ese modo una nueva estructura. Una mayor precisión nos diría que se fue creando una nueva mentalidad, o también, desde la perspectiva de nuestra investigación, yo agregaré una nueva espiritualidad, definición que se va enriqueciendo con nuevos contenidos a este vocablo.

Para darle a este proceso complejo un sentido más plástico, más flexible, más maleable,  debería decir que, a través de tiempos largos, lentamente, paulatinamente, espaciosamente, como se producen las transformaciones históricas, la conciencia de aquellos pueblos vivieron una mutación cultural que fue dejando atrás partes de la vieja herencia greco-latina para ir incorporando modos modernos de pensar, sentir, concebir, es decir, fuertemente cargados con las nuevas vivencias de la razón científica.

Esta nueva modalidad de conceptos, nociones, criterios, con las que un nuevo materialismo científico describía y explicaba el nuevo mundo, que se dibujaba a la luz de la ciencia moderna. El peso de esas nuevas verdades fue desplazando, los modos de concebir el conocimiento por la importancia de la matriz que se iba incorporado. Lo que intento expresar es que la historia de Occidente enfrentó una transición desde una espiritualidad hacia otra que terminó diferenciándose profundamente. Atravesar esas vicisitudes, entendidas, como nos ilustra el Diccionario: “Como una alternancia de sucesos prósperos y adversos” que marcó una época de transición hacia la Modernidad.

Un aspecto de todos estos cambios puede resultar sorprendente. Las mismas ciencias en las que se apoyó la Ilustración para desacreditar el valor de lo espiritual fueron abriendo nuevos caminos para reflexionar sobre el tema y aproximarse en un camino asintótico, entendido como una figura en la que dos líneas tienden a acercarse pero que nunca llegará a formar parte integrante. Esta figura nos puede ayudar para acercarnos a una comprensión del estado actual del conocimiento más complejo. En el cual la metafísica, la teología, la cosmología, en sus afanes de estudiar y explicar las leyes generales, el origen y la evolución del universo se acercan cada vez más, infinitamente, a conclusiones compartibles pero nunca idénticas. Es una experiencia en la cual todas ellas, en su afán de explicarlo todo, van tomando conciencia de una sensación de incompletitud. Se van logrando teorías deductivas en las que se llega a una formulación que no es demostrable ni refutable. Esto es una sensación que están padeciendo, en gran parte, todas ellas.

Debo pedirle perdón, amigo lector, por someterlo a estos aparentes juegos de palabras. Pero, creo que es necesario para poder salir de esos debates insulsos, superficiales, en los que nadie está dispuesto a conceder que utilizan sólo partes de una verdad (muchas veces sin ninguna de ella) que los supera a todos. Impera una especie de sectarismo del pensamiento por el cual cada uno se encuentra frente a un muro que no puede superar, pero no está dispuesto a aceptarlo. Afortunadamente, los mejores científicos ya han reconocido que necesitan de lo que saben los otros, los especialistas en conocimientos que ellos no poseen. Esto no exime a nadie. Se comienza a definir una especie de tierra de nadie que sólo es explorable si todos avanzan tomados de la mano.

Un interesante caso lo representa la teoría del Big bang. Una síntesis de su contenido nos la ofrece wikipedia:

Afirma que el universo estaba en un estado de muy alta densidad y temperatura y luego, a partir de un estallido, se expandió. ​Si las leyes conocidas de la física se extrapolan más allá del punto hasta donde son válidas, encontramos una singularidad [[1]]. Mediciones modernas datan este momento aproximadamente 13.800 millones de años atrás, que sería por tanto la edad del universo. Desde que Georges Lemaître (1894-1966) sacerdote belga, matemático, astrónomo y profesor de física en la sección francesa de la Universidad Católica de Lovaina, observó por primera vez, en 1927, que un universo en permanente expansión debería remontarse en el tiempo hasta un único punto de origen. Los científicos se han basado en esa idea de la expansión cósmica. La acumulación de evidencias observacionales proporciona un fuerte apoyo a la teoría del Big-bang.

Retomando la línea expositiva anterior, podemos decir que ese descubrimiento se enfrentó con la tradición bíblica. Sin embargo, a pesar del importante aporte de esa Teoría,  ella no puede explicar el origen y causas de esa Explosión (Big bang). La frustración reiterada de encontrar las causas de ese comienzo, confesada por algunos de los grandes cosmólogos, dejó interrogantes sin respuestas durante más de un siglo, hasta hoy. Esto abrió un diálogo entre la teología y la física del cosmos. Por otra parte, el origen de la vida, el descubrimiento de los genes, abonó la certeza de que la creación sintética de vida en un tubo de ensayo, podía ser accesible para las manos de los biólogos. Casi un siglo de estudios y pruebas de laboratorio, la mano humana no pudo sintetizar una célula viva. Son totalmente conocidos los elementos que conforman una célula. Lo que sorprende a los investigadores es hay algo que falta y no se ha podido saber qué es. Los reiterados fracasos han sido los causantes del abandono de esa línea investigativa, al menos por ahora… Otro interrogante queda pendiente.

La ciencia moderna es el resultado de una cantidad de científicos de diversas especialidades. La mayor parte de ellos no rechazaron la existencia de un Dios. Eran creyentes que se aceptaban, para completar sus explicaciones, pensar que la mano Dios intervenía en las cosas naturales. El francés Renato Descartes creía en un Dios creador, infinito, eterno, inmutable, omnisciente y omnipotente, causa primera de todas las cosas. Ese Dios había creado la materia y la había dotado de una cantidad y un movimiento. El Dios Creador cartesiano fue una de las inspiraciones para que Descartes formulara la ley de conservación del movimiento. Era la causa primera de su universo mecanicista. El mundo creado por Dios funcionaba como una máquina y las consecuencias de los procesos estaban condicionadas por esa causa que actuaba de motor primero.

Ofrezco este ejemplo, entonces, para pensar que, posiblemente, el camino de las antinomias haya llegado a un límite. No son pocos los que así opinan. La conciencia de ello, de parte de prestigiosos científicos internacionales, ha posibilitado la fructífera actitud del diálogo abierto, sin prejuicios.

Respecto de lo que ya quedó dicho, es muy valioso reconocer una virtud de la espiritualidad  al definirse como un camino de búsqueda y crecimiento personal que no excluye el saber sobre el cosmos. Creo que ahora es posible superar la habitual mirada que separa mundos diferentes. Esta es, tal vez, una de las causas del descontento e insatisfacción frente a la existencia. Por el contrario, asumir las limitaciones de la vida, para intentar transformarla en una aceptación esperanzada, abre un camino para intentar comprender y desarrollo para crecer. Debe ser apertura hacia lo sorprendente, al encuentro de lo inesperado, por ello debe cultivar la maravilla de vivir y aceptar lo que no tiene explicación total, pero que nos invita a vivir modos aproximativos, en la medida en que ello sea consistente y tenga sentido.


[1] Singularidad es una noción que tiene su origen en el vocablo latino singularitas. Se trata de la característica de aquello que es singular: poco frecuente, fuera de la común o asombroso. La singularidad, por lo tanto, es la cualidad que distingue a algo de otras cosas de su tipo. En otras palabras: lo que no puede ser sometido a ninguna regla.