26.- En torno a la libertad ¿cuál libertad?

Ricardo Vicente López

El siglo XX mostró una novedad al presentarse como un mundo dividido en dos campos. A partir de la finalización de la Primera Guerra Mundial (1914-18), la Rusia zarista comenzaba un proceso de transformación que la colocaba frente a una experiencia desconocida hasta entonces, como era la construcción de una sociedad socialista. Los avatares del resultado del Tratado de Versalles, con el cual se cerró la contienda, presagiaban que los problemas no resueltos volverían a encender la chispa guerrera, como efectivamente sucedió. El período de pre-guerra (antes de 1914) y el posterior al conflicto armado, (1939-45) enturbiaron esta problemática. El periodo de entreguerras  agregó un nuevo participante, la aparición del nazismo en Alemania. La posición por la disputa por el poder internacional era a partir de entonces más compleja y más dura.  La Unión Soviética se presentaba como un modelo que cuestionaba el capitalismo y Alemania nazi como modelo político que cuestionaba la democracia liberal.

La posguerra mostró vencedores a los aliados (los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética); sin embargo, estos aliados circunstanciales durarían poco. Las diferencias irreconciliables de las democracias occidentales con el socialismo soviético dividieron el escenario al configurar dos bandos antagónicos, hasta la implosión y caída de la Unión Soviética, a comienzos de los noventa. Estas más de cuatro décadas fueron de gran tensión política, aunque no llevó a un nuevo enfrentamiento militar por la existencia de armas nucleares en los dos bandos, cuya utilización hubiera sido catastrófica. Pero ello no impidió que esas tensiones fueran de tal magnitud que se habló de “Guerra Fría”.

Estos dos modelos enfrentados parecían poner en juego el concepto de libertad, alrededor del cual se fue desarrollando una larga controversia ideológica. Digo “parecía”, porque el problema giraba en torno a cómo se entendía ese concepto. No voy a entrar en el análisis de ese debate, sino a tratar de describir y reflexionar sobre las transformaciones que se fueron produciendo con respecto a la libertad y a un concepto correlativo: la “libertad de prensa”.

El período que se abre a partir del final de la Segunda Guerra fue presentado como el “triunfo de la libertad y de la democracia” en el área del “mundo libre”, es decir, la que no pertenecía al campo socialista. Esto se reflejó en algunos cambios en los medios de comunicación masiva, prensa escrita fundamentalmente, dado que todavía la televisión no tenía la importancia que adquirió a partir de los sesenta. En ese periodo se puede observar una diferencia respecto del concepto de lo que se publica, en los Estados Unidos y en Europa, es decir cuál es el valor de lo publicado. En Europa se mantiene con mucho énfasis que los medios son voceros de las distintas corrientes políticas que son fácilmente identificables. En cambio, en el Gran País del Norte comienza a imponerse el concepto de “información objetiva”; proponiendo una diferenciación entre lo que se presenta como “información”, como comunicación objetiva y la editorial en la que se expresa la posición de la dirección del medio. El predomino de los Estados Unidos en el mundo occidental convierte este modo del periodismo en el dominante, que se fue adoptando también en nuestro país.

Esto generó en el consumidor de medios la convicción de que la lectura de los periódicos informaban con “objetividad”, por lo que se impuso como “verdad” todo lo que se publicara, lo cual hizo que el ciudadano de a pie no dudara de lo que leyera o escuchara. De allí fue que este convencimiento caló tan hondo en la “opinión pública”, que la información publicada funcionó como “criterio de verdad” para el saber de ese ciudadano. El periodismo resultó entonces el centro generador de noticias que pasaban a conformar la verdad que el público consumía y de las cuales no se dudaba. Esta información comenzó a estructurar la “realidad” pintándola (al estilo hollywoodense) como dos bandos: los “buenos” y los “malos”. Tal vez, cueste trabajo comprender y aceptar que se haya logrado esto con tanta facilidad, al mirar desde este hoy cómo ha ido cayendo la credibilidad de los medios en amplios sectores de la opinión informada.

La libertad y la democracia en sus diversas formas

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar por el tipo de mundo y de sociedad en los que deseamos vivir, y qué modelo de democracia queremos para esta sociedad. Permítame, amigo lector, empezar contraponiendo dos conceptos democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente debe tener a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de los asuntos públicos (modelo idealizado de la democracia ateniense); y, por otro, que los medios de información deben ser libres e imparciales. Estaríamos frente a una definición clásica. Si se busca la palabra “democracia” en el diccionario, se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo de formular. El de la Academia de la Lengua española (aunque debiera llamarse castellana) define: «1.- Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 2.- Predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado».

Una idea alternativa de democracia (de claro cuño estadounidense) es la que no permite que  la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información son empresas fuertes y rígidamente controladas, aunque esto no aparezca en los debates públicos. Este concepto se desprende de los primeros análisis históricos, tanto en Francia como en América del Norte. Quizás suene esto como una concepción sesgada de democracia, pero es importante entender que, en todo caso, es la idea y la práctica hoy predominante. Debemos ubicar su tratamiento y difusión, a partir de la década de los setenta con la aparición de la “Trilateral Comission” (1973) [[1]].

En esa época se comienza a investigar seriamente el problema de la estabilidad y gobernabilidad de la democracia occidental frente a los cuestionamientos que se manifestaron en la etapa de posguerra. Tal vez este tipo de afirmación pueda sorprender, ante lo cual debo decir que, en los debates de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, en el siglo XVIII, se proponía una democracia restrictiva y que, a comienzos del siglo XX, los liberales de ese país, con Walter Lippmann [[2]] a la cabeza, lo decían sin tapujos. Fundamentaba su posición en el riesgo de los desbordes de lo que él denominó “el rebaño desconcertado”, es decir, “el público-masa” sin la conducción de los “jefes de la Nación” [[3]].

Veamos algunas afirmaciones de uno de los teóricos más importantes del liberalismo del gran país del norte, para comprender qué pensaba cuando formó y fue parte de las “misiones propagandísticas” con sus logros ya conocidos. Arguyó que lo que él llamaba “revolución en el arte de la democracia” podía utilizarse para “fabricar consenso”, esto es, “para lograr que el público estuviera de acuerdo con cosas que no quería, utilizando a tal efecto las nuevas técnicas de propaganda”. Estas técnicas eran necesarias porque, como dijo, “los intereses comunes están totalmente fuera del alcance de la comprensión de la opinión pública” y “sólo puede comprenderlos y dirigirlos una clase especializada  formada por hombres responsables que tienen la inteligencia suficiente para resolver los asuntos”.

El elitismo aristocratizante de Lippmann no requería apelar a disimulos. Lo que puede sorprender a nuestra generación es que pudiera afirmarse esto respecto de la democracia, según el concepto que se sigue enseñando en institutos y universidades. Lo que debemos recuperar de todo esto es que esos hombres políticos tenían presente que el modo de plantear los temas económicos, su desigual distribución, acarrearía necesariamente conflictos sociales. Por tal razón, las “técnicas de propaganda” debían apuntar a “fabricar consenso”, adoctrinando al “rebaño desorientado” para evitar una “estampida” de incalculables consecuencias. En palabras de hoy: naturalizar las estructuras socioeconómicas de modo que sean aceptadas como una ley del desarrollo social o, como es común en el País del Norte, como disposición divina.

El famoso y muy publicitado self-made man, fundamento cultural del individualismo liberal, era el modo de ascender en la escala social, escala que, supuestamente, estaba a disposición de todo aquel que tuviera la capacidad y el coraje de subirla. Esos, los mejores, los triunfadores, son el modelo en el que deben mirarse y aprender todos los demás. Es así que como la libertad social y política resulta amplia pero está abierta tan solo para los winners. Los otros no merecen siquiera que se les preste atención.


[1] Sobre este tema puede consultarse en la página www.ricardovicentelopez.com.ar mi trabajo “Las brujas no existen pero…”

[2] Se puede encontrar más información en mi nota La verdad de los medios y el público real masificado. Walter Lippmann y la fabricación del consenso publicado en Kontrainfo el 7-4-2019.

[3] Se puede consultar en la misma página, La democracia ante los medios de comunicación y El control de la opinión pública.