Acquafortes de Yanquilandia VIII

Ricardo Vicente López

La América del sur, pero no sólo ella, ha recibido diversas invasiones lingüísticas, estilos de vida, modos de pensar, preferencias por las más diversas cosas (mercancías), gustos, modas, hasta el punto en que hablar en inglés es un signo de muy buena formación intelectual, lo contrario, no saberlo, es una muestra de pobreza intelectual. Los productos, de cualquier naturaleza, Made in USA (hechos en los EEUU), tienen garantía de gran calidad, sólo por llevar ese sello. Amigo lector, si Ud. está convencido de que en EEUU, los habitantes tienen un alto estándar de vida, y que su democracia es el modelo superior, espejo para aprender; si cree que los EEUU invaden países para democratizarlos, ha sido víctima del arte de la propaganda que creó Doctor Edward Bernays (1881-1995) [[1]]. Le pido, por favor, amigo lector, que no lo tome a mal; le prometo que en las sucesivas notas de Acquafortes de Yanquilandia, iré desarrollando estos temas, muchos de ellos exigirán un esfuerzo para una credibilidad dificultosa. Todo ello me exigirá ser muy cuidadoso en la seriedad con la que voy a trabajar un concepto, hoy muy devaluado: la verdad. Lo sucedido ha adquirido un papel fundamental para comprender los porqués de preguntas que nos angustian: ¿Cómo es que hemos llegado a extremos jamás imaginados.

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Parte octava – El inminente colapso del imperio americano – Chris Hedges es un   periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer y corresponsal de guerra; trabajó durante casi dos décadas como corresponsal en el extranjero para The New York Times, National Public Radio, en América Latina, Oriente Medio y los Balcanes.

https://sinpermiso.info – 14/07/2024

El mundo tal y como lo conocemos está dirigido por una exclusiva clase de chantajistas estadounidenses que operan con armas y dinero prácticamente ilimitados, según revela el libro de Matt Kennard [[2]]. La percepción pública del imperio estadounidense, al menos para quienes dentro de EEUU nunca han visto al imperio dominar y explotar a los «desdichados de la tierra», es radicalmente diferente de la realidad.

Estas ilusiones fabricadas, sobre las que Joseph Conrad escribió con tanta clarividencia, postulan que el imperio es una fuerza del bien. El imperio, nos dicen, fomenta la democracia y la libertad. Difunde los beneficios de la «civilización occidental«.

Son engaños repetidos hasta la saciedad por unos medios de comunicación  complaciente y en boca de políticos, académicos y poderosos. Pero son mentiras, como comprendemos todos los que hemos pasado años informando en el extranjero.

Matt Kennard, en su libro The Racket (La raqueta) donde informa desde Haití, Bolivia, Turquía, Palestina, Egipto, Túnez, México, Colombia y muchos otros países- descorre el velo. Expone la maquinaria oculta del imperio. Detalla su brutalidad, mendacidad, crueldad y sus peligrosos autoengaños.

En la última etapa del imperio, la imagen vendida a un público crédulo empieza a acceder a los mandarines del imperio. Toman decisiones basadas no en la realidad, sino en sus visiones distorsionadas de la realidad, coloreadas por su propia propaganda.

Matt se refiere a esto como «el tinglado«. Cegados por la arrogancia y el poder, llegan a creer sus engaños, impulsando al imperio hacia el suicidio colectivo. Se refugian en una fantasía en la que los hechos duros y desagradables ya no interfieren. Sustituyen la diplomacia, el multilateralismo y la política por amenazas unilaterales y el instrumento contundente de la guerra. Se convierten en los arquitectos ciegos de su propia destrucción.

Matt Kennard escribe:

«Un par de años después de mi iniciación en el Financial Times empezaron a aclararse algunas cosas. Llegué a darme cuenta de que había una diferencia entre yo y el resto de la gente que formaba parte del tinglado: los trabajadores de la Agencia de EUUU para el desarrollo internacional (USAID), los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), etc…. mientras iba comprendiendo cómo funcionaba realmente el tinglado, empecé a verlos como incautos voluntarios. No había duda de que parecían creer en la virtud de la misión; se empapaban de todas las teorías que pretendían disfrazar la explotación global con el lenguaje del «desarrollo» y el «progreso«. Lo vi con los embajadores estadounidenses en Bolivia y Haití, y con otros innumerables funcionarios a los que entrevisté… Se creen de verdad los mitos y, por supuesto, se les paga generosamente por hacerlo».

Y concluye:

«Para ayudar a estos agentes del chanchullo a levantarse por las mañanas, también existe, en todo occidente, un ejército bien surtido de intelectuales cuyo único propósito es hacer que el robo y la brutalidad sean aceptables para la población general de EEUU. Y sus aliados chantajistas».

Estados unidos llevó a cabo uno de los mayores errores estratégicos de su historia, uno que sonó como la sentencia de muerte del imperio, cuando invadió y ocupó durante dos décadas Afganistán e Irak. Los arquitectos de la guerra en la Casa Blanca de George W. Bush, y la serie de idiotas útiles de la prensa y el mundo académico que la animaron, sabían muy poco sobre los países invadidos. Creían que su superioridad tecnológica les hacía invencibles.

Se vieron sorprendidos por el feroz contragolpe y la resistencia armada que les llevó a la derrota. Esto era algo que predijimos los que conocíamos Oriente Próximo -yo fui jefe de la oficina de Oriente Próximo del New York Times, hablo árabe e informé desde la región durante siete años-. Pero los partidarios de la guerra preferían una fantasía reconfortante. Afirmaban, y probablemente creían, que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, aunque no disponían de pruebas válidas que respaldaran esta afirmación.

Insistieron en que la democracia se implantaría en Bagdad y se extendería por Oriente Medio. Aseguraron a la opinión pública que las tropas estadounidenses serían recibidas por iraquíes y afganos agradecidos como libertadores. Prometieron que los ingresos del petróleo cubrirían el coste de la reconstrucción.

Insistieron en que el audaz y rápido ataque militar -«conmoción y pavor«- restauraría la hegemonía estadounidense en la región y el dominio en el mundo. Pero ocurrió todo lo contrario. Como señaló Zbigniew Brzeziński [[3]] (1928-2017), esta «guerra unilateral de elección contra Irak precipitó una deslegitimación generalizada de la política exterior estadounidense».

El estado de guerra

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se ha convertido en una estratocracia: un gobierno dominado por los militares. Existe una preparación constante para la guerra. Los enormes presupuestos de la maquinaria bélica son sacrosantos. Se ignoran sus miles de millones de dólares en despilfarro y fraude.

Sus fiascos militares en el Sudeste Asiático, Asia central y Oriente Medio desaparecen en el vasto agujero negro de la amnesia histórica. Esta amnesia, que significa que nunca hay rendición de cuentas, autoriza a la maquinaria bélica a saltar de debacle militar en debacle mientras destripa económicamente al país.


[1] Sugiero ver el documental de la BBC de Londres: El siglo del individualismo (2002)- es un documental británico que muestra, con mucha claridad, cómo las investigaciones de Sigmund Freud, Anna Freud y Edward Bernays han influido decididamente en las políticas de las corporaciones.

[2] Es un autor y periodista inglés. Es jefe de investigaciones en el sitio web de periodismo de investigación Declassified UK, que co-fundó con el autor e historiador Mark Curtis. Kennard ha escrito anteriormente para New Statesman, The Guardian, Financial Times, open Democracy

[3] Fue Consejero de Seguridad Nacional del Presidente de Estados Unidos Jimmy Carter (1977-1981).