Ricardo Vicente López
Agosto es un mes de muy triste memoria para la historia grande. Sobre este tema, el año pasado, escribí una nota [[1]] comentando un acto de guerra brutal, innecesario para el curso de la II Guerra mundial. Como afirmé en esa oportunidad los japoneses ya habían manifestado su voluntad de rendirse, en varias oportunidades, a través de diversas vías, pero un propósito profundamente brutal y sanguinario –como si lo fuera menos una guerra– se escondía en las intensiones de dominio del mundo. Ese tiempo, después se supo, era necesario para poner a punto el artefacto más destructivo, de los conocidos hasta entonces. Esto requería prolongarla la guerra el tiempo necesario para disponer de esa arma que fue arrojada en Hiroshima.
Un periodista que merece toda mi admiración, por su formación académica, su capacidad investigativa, sus dotes literarias, que pone de manifiesto en su actividad de periodística y de analista de la política internacional. Me refiero a Rafael Poch de Feliu – (1956). Quiero agregar un breve currículo que le permita a Ud., amigo lector, poder evaluar lo que digo: fue veinte años corresponsal de La Vanguardia de Barcelona en Moscú y Pekín y corresponsal en Berlín. En los años setenta y ochenta estudió historia contemporánea en la Universidad de Barcelona y en la de Berlín Oeste; fue redactor de la agencia alemana de prensa DPA en Hamburgo y corresponsal itinerante en Europa del Este. Es autor de varios libros; sobre el fin de la URSS (traducido al ruso, chino y portugués), sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un pequeño ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
El artículo reciente que publicó en su Blog www.rafaelpoch.com/2020/08/08 lleva el título, que copio en esta nota, El aniversario de una lección que la humanidad no aprendió, que encierra un dramatismo profundo y una carga de escepticismo alarmante. El olvido y la ignorancia pertinaz, nos está llevando a un abismo que tiene la certeza de no impedir algún retorno. El relato de aquella jornada, con sus detalles técnicos es importante por razones que se comprenderán después:
A las 08:15 del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29, de un grupo de tres “fortalezas volantes” que navegaban a 8.500 metros de altura, lanzó una bomba sobre Hiroshima. Los aviones habían despegado seis horas y media antes, en plena noche, de la isla de Tinian. La bomba llevaba el inocente nombre de “Little Boy”, (pequeño niño) [agrego yo ¿inocente o perverso?]. Medía tres metros de largo y 0,7 de ancho. Su peso era de cuatro toneladas. Explotó a 590 metros de altura, liberando una energía equivalente a la explosión de 13.000 toneladas de TNT, es decir la capacidad convencional de bombardeo equivalente a 2.000 aparatos B-29.
Voy a citar la descripción del momento aquel que hace nuestro periodista. Ruego a Ud., amigo lector, que tolere algunos detalles. Creo que esto es necesario porque después de setenta y cinco años de ocultamiento se ha logrado que este hecho pasara a ser nada más que un pasaje, como tantos otros, de una guerra terrible. Conocer todo esto tiene una terrible verdad, que luego veremos:
En el momento de la explosión se creó, en su epicentro aéreo, una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Tres décimas de segundo después, la temperatura en el hipocentro (el punto situado en el suelo directamente bajo el epicentro) ascendió a 3.000 o 4.000 grados. Entre tres y diez segundos después de la explosión ese viento huracanado llegó hasta once kilómetros de distancia. La onda desnudó a la gente, arrancó las tiras de su piel quemada, fracturó los órganos internos de algunas víctimas y clavó en sus cuerpos fragmentos de vidrios y otros escombros.
Le pido perdón por unos pocos detalles más, pero en situaciones como estas callar es ser, en parte, cómplices de este tipo de asesinato masivo, y de otros nuevos posibles:
De las 350.000 personas que se encontraban en Hiroshima el 6 de agosto, en el momento de la explosión, 140.000 habían muerto ya en diciembre de 1945. En ambas ciudades, la mitad de quienes se encontraban en un radio de 1,2 kilómetros del epicentro murieron el mismo día de la explosión.
Un crimen militarmente innecesario.- El Comité de Política Militar de EEUU había prohibido el bombardeo de media docena de ciudades seleccionadas “para garantizar que los efectos de la destrucción fuesen claramente observados por el mundo”. El 2 de agosto se definió a Hiroshima como “primer objetivo”. Continúa Poch de Feliu:
La bomba no tenía una justificación militar. La derrota de Japón era un hecho… hoy aceptado por la mayoría de los historiadores, pero el nuevo artefacto contenía un mensaje de poder mundial que trascendía al desafío japonés y cuyo verdadero destinatario era la Unión Soviética. El almirante William Leahy, jefe del Estado mayor del presidente Truman, escribe en sus memorias: “La utilización de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no supuso ayuda material alguna en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya habían sido vencidos y estaban dispuestos a rendirse”.
Este hecho histórico es importante porque en investigaciones realizadas por la Casa Blanca han demostrado la eficacia del ocultamiento sobre este hecho: el 56% sigue creyendo que los bombardeos nucleares estuvieron justificados. Muchos años después el historiador e hispanista Gabriel Jackson, observó:
“El uso de la bomba atómica demostró que un presidente normal y elegido democráticamente podría usar el arma de la misma forma en que la habría usado un dictador nazi. EEUU desdibujó la diferencia entre fascismo y democracia”.
En aquel momento, hace hoy setenta y cinco años, la bomba anunciaba, por primera vez en la historia, la capacidad humana de autodestrucción de toda vida en el planeta. Pero de ello no se ha extraído enseñanza alguna. Agrega nuestro periodista:
Con el tiempo, la socialización de ese recurso en el ámbito internacional (primero Estados Unidos, luego la URSS, Inglaterra, Francia, luego China, Israel, India y Pakistán y, potencialmente, casi todos) lo cambiaba todo, tal como había predicho Albert Einstein; “El arma nuclear lo ha cambiado todo, menos la mentalidad del hombre”. Esa reflexión inspiró a muchos en los años cincuenta y sesenta, y había dejado una huella especial en Japón, pero ahora ha sido aparentemente olvidada.
La gravedad oculta de toda esta historia es, por las razones que le prometí agregar, es que la capacidad actual de destrucción planetaria es muchísimo mayor que la de aquellas dos bombas. Hoy se puede hacer desaparecer a varios planetas Tierra por la capacidad destructiva acumulada en manos que, de solo pensarlo, aterroriza… pero nada de ello ocurre. Todo está guardado cuidadosamente, como otra de las epidemias que nos amenazan. Pero como dice el título de una película argentina: De esto no se habla.
En agosto de 1945 Ichiro Moritaki, profesor de la Universidad de Hiroshima se encontraba con sus alumnos movilizados, trabajando en los astilleros de la ciudad, a 3,7 kilómetros del hipocentro. Todo su cuerpo y rostro quedó cubierto de cristales por la explosión. “Su horrible experiencia y su condición de filósofo le hicieron reflexionar y dedicar su vida a impedir la repetición de algo como aquello”. Fue uno de los padres del movimiento pacifista y antinuclear japonés, hoy de capa caída. “Su tesis era que la humanidad debía pasar de la civilización del poder a la civilización del amor y que el ser humano no puede coexistir con la tecnología nuclear, un poco en la línea de Ghandi y Einstein”.
Después de la guerra, Japón contribuyó a un mundo viable con dos cosas muy importantes: su constitución pacifista, que prohibía a Japón meterse en guerras y mantener fuerzas armadas, y los tres principios antinucleares de 1967, no producir, no adquirir y no admitir en su territorio tales armas. Hasta los años ochenta, explica su hija Moritaki: las ideas pacifistas y antinucleares siguen teniendo un gran apoyo popular en el país, pero la derecha y los halcones locales han fortalecido su dominio y están deshilachando la constitución y esos principios:
“Dicen que todo aquello fue resultado de la imposición de los americanos –lo que es parte de verdad– y aprovechan la crisis de identidad que Japón atraviesa actualmente, como resultado de su declive demográfico y económico, para afirmar lo que presentan como un país normal, libre de las hipotecas derivadas de su derrota en la Segunda Guerra Mundial”. Este es el contexto de la remilitarización de Japón, que Estados Unidos fomenta en su propósito de rodear militarmente a China con un demencial escudo antimisiles.
Durante años, la educación pacifista formó parte de la enseñanza en Japón. Las escuelas solicitaban charlas para propagar su mensaje antinuclear y de paz. Desde principios de este siglo, el Ministerio de Educación impide eso. “En los últimos años, ni una sola escuela pública nos ha llamado para esos cursos y se nos impide el acceso, por lo que nuestra acción ha quedado reducida a universidades y escuelas privadas”, explica Moritaki:
Japón, que hace sesenta años fue la primera víctima del arma nuclear, demuestra con su actual involución que el hombre no aprendió la lección de Hiroshima. Su ambigüedad y desprecio por las víctimas de su cruel ocupación y guerra en Corea, China y Asia Oriental, demuestra que “esta nación madura, admirable y ejemplar en tantas cosas, es absolutamente inmadura e infantil en su política exterior”.
Amigo lector, en un clima de periodismo truculento,
amarillista y escandalizador, el tema tratado corre el riesgo de verse
arrastrado por esa ola. Mi intención ha sido subrayar las monstruosidades para
que la memoria mantenga ese recuerdo y no se vuelva a repetir.
[1] Se puede consultar en la página www.ricardovicentelopez.com.ar, Sección Reflexiones políticas – Nº 51.- La historia de una decisión que debió no haberse tomado nunca.