Sigamos pensando con Soros, por lo que sabe (lo aprendió en la London School of Economics, nada menos) le otorgaron el título de Doctor Honoris Causa las universidades de Oxford, de Budapest, de Yale y de Bolonia, no es poco decir. Además fundó un Fondo de Inversión en los EEUU que le permitió amasar una gran fortuna por su habilidad (y algunas otras cosas) en el mercado financiero. Sabe porque está bien formado y sabe por que lo supo hacer, doble condición que no ostentan muchos de sus colegas. Estas razones son una condición que hace indispensable escuchar lo que piensa: «La clave para entender la crisis -la peor desde la década de 1930- es ver que se ha generado dentro del propio sistema financiero. Lo que estamos contemplando no es la consecuencia de una sacudida externa que haya desequilibrado las cosas, como daría a entender el paradigma dominante, que considera que los mercados se corrigen a sí mismos. Lo cierto es que los mercados financieros se desestabilizan a sí mismos; en ocasiones tienden hacia el desequilibrio, no hacia el equilibrio». Por lo que vemos no repite el catecismo neoliberal y atribuye a los mercados financieros una inestabilidad que tiende a la formación de burbujas una detrás de las otras.
Su larga experiencia le dio conocimientos suficientes para hacer una propuesta de reforma: «El paradigma que yo propongo difiere de la idea convencional en dos aspectos. En primer lugar, los mercados financieros no reflejan las bases económicas reales. Las expectativas de agentes e inversores siempre las están distorsionando. En segundo lugar, estas distorsiones de los mercados financieros pueden afectar a los fundamentos de la economía, como vemos en burbujas y desplomes. La euforia puede hacer que suban los precios de las viviendas y de las empresas de Internet; el pánico puede hacer que bancos sólidos se tambaleen. Esa doble conexión -que uno afecta a lo que refleja- es lo que yo denomino «reflexividad». Así es como funcionan realmente los mercados financieros. Su inestabilidad está ahora extendiéndose a la economía real, no al revés. En resumen, las secuencias alcistas y bajistas, las burbujas, son endémicas del sistema financiero».
Esta afirmación es muy importante dado que durante las tres últimas décadas los hombres de las finanzas pasaron a ser los que obtenían la mayor rentabilidad para sí o para las empresas en las que trabajaban y, como consecuencia, se llevaban las más altas remuneraciones. Algunas de las que se hicieron públicas durante esta crisis dejan estupefacto al más pintado. La fantasía de que el dinero produce dinero generó la ilusión de que la actividad financiera generaba valor, cuando en realidad lo estaba inflando artificialmente, hasta que el estallido dijo su verdad. La relación entre la cantidad de dinero de todo tipo que circulaba por el mundo anualmente y la cantidad de dinero de las transacciones de bienes mostraba una irregularidad, una patología, que sólo los necios o los ignorantes no advirtieron. Los sordos y los ciegos no percibían nada de lo que se estaba preparando.
«La actual situación no se debe sólo a la burbuja inmobiliaria. La burbuja inmobiliaria no ha sido más que el detonador de una mucho mayor. Esa superburbuja, creada por el uso cada vez más frecuente del crédito y el apalancamiento, combinado con la convicción de que los mercados se corrigen a sí mismos, tardó más de 25 años en formarse. Ahora se ha pinchado». A mediados de la década de los setenta el profesor de Harvard Daniel Bell en su libro Las contradicciones culturales del capitalismo informaba de una anomalía que podía traer graves consecuencias: sumando la facturación de bienes durables en un año y comparándola con lo que se había cobrado de esa facturación demostraba que todo el consumo se realizaba incrementando una deuda (una burbuja) que no era sostenible. El consumo de los habitantes de los EEUU caminaba hacia un crack financiero. Proponía retornar a una sencillez calvinista. La que Sachs dice que va a aplicar Obama.