Bien, habiendo recorrido los comentarios que hemos leído, debemos preguntarnos de qué se trata realmente esta crisis. Yo debo confesar mi preferencia por los análisis de Atilio Boron. Creo encontrar allí una mayor penetración hacia las causas más profundas que se alojan en el interior del sistema capitalista. «Se trata, por lo tanto, de una crisis que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la economía real en todos sus departamentos. Y además es una crisis que se propaga por la economía global y que desborda las fronteras estadounidenses. Todos los esfuerzos para ocultarla a los ojos del público resultaron en vano: era demasiado grande para eso. Sus causas estructurales son bien conocidas: es una crisis de superproducción y a la vez de subconsumo, el mecanismo periódico de “purificación” de capitales típico del capitalismo». El economista austríaco Joseph Schumpeter (1883-1950), caracterizaba este tipo de operaciones como una “destrucción creadora” de fuerzas productivas, es decir pensaba que era necesario periódicamente producir una reestructuración del mercado para desalojar las empresas que ya no estuvieran en condiciones de competir lo que permitía el ingreso de otras mejores.
Pero Boron señala que no es una casualidad que el estallido se haya producido en los EEUU. Coincide con Bell y con Soros en que este país hace más de treinta años que vive artificialmente del ahorro y del crédito externo. Se ha alojado en la conciencia del pueblo de ese país la convicción de que estas dos cosas son infinitas e inagotables. Por tal razón las empresas se endeudaron por encima de sus posibilidades y se lanzaron a realizar riesgosas operaciones especulativas. No sólo las empresas, el Estado actuó en consonancia generando la deuda interna y externa más grande del mundo. «Se endeudó irresponsable y demagógicamente para hacer frente no a una sino a dos guerras, no sólo sin aumentar los impuestos sino que reduciéndolos y, además, los particulares han sido sistemáticamente impulsados, vía la publicidad comercial, a endeudarse para sostener un nivel de consumo desorbitado, irracional y despilfarrador. Era sólo cuestión de tiempo para que esta espiral de endeudamiento indefinido se detuviera catastróficamente. Y ese momento ya llegó».
Estas causas son de carácter estructural a las que hay que agregar algunas otras que empujaron también por el tobogán. La tendencia a buscar cada vez más la renta por la vía financiera, despreciando la producción, dio lugar a una acelerada «financiarización de la economía, y su correlato, la irresistible tendencia hacia la incursión en operaciones especulativas cada vez más riesgosas. El capital creyó haber descubierto la “fuente de Juvencia” en la especulación financiera: el dinero generando más dinero prescindiendo de la valorización que le aporta la explotación de la fuerza de trabajo. Además, este maravilloso descubrimiento tenía la fascinación de la velocidad: fabulosas ganancias se pueden lograr en cuestión de días, o semanas a lo máximo, gracias a las oportunidades que la informática ofrece de vencer toda restricción de tiempo y espacio. Los mercados financieros desregulados a escala planetaria incentivaron la adicción del capital a dejar de lado cualquier escrúpulo o cualquier cálculo».
En ese panorama internacional se había ido estructurando un sistema de relaciones comerciales que apoyaban sobre las desregulaciones arrancadas a los funcionarios políticos durante las últimas tres décadas, sostenidas por la verdad bíblica que reza así: «Los mercados se autorregulan, porque allí está presente la mano invisible de Dios». Dice Boron: «Sin duda, las políticas neoliberales de desregulación y liberalización hicieron posible que los actores más poderosos que pululan en los mercados, los grandes oligopolios transnacionales, impusieran “la ley de la selva”. Mercados descontrolados, o controlados por las pasiones y los intereses de los oligopolios que lo dominan, tenían que terminar produciendo una catástrofe como la actual».