Resulta tan sorprendente observar cómo aparecen en el firmamento político figuras conocidas por su pasado impresentable que de a poco, mediante una instalación del tipo de las que caracteriza el lanzamiento de un nuevo producto, van “convirtiéndose”, palabra de origen paulino que utilizo con cierta arbitrariedad. La conversión es el proceso mediante el cual alguien deja de ser lo que era para pasar a ser una persona nueva. Es claro que no es eso, precisamente, lo que observamos, sino una trasmutación mediática de su presencia por la cual, sin dejar de ser lo que era, se transforma en otro que conserva todos los vicios de lo anterior, pero que se han invisibilizado.
Me estoy poniendo enigmático, por ello pasemos a un ejemplo. Leo en una revista académica una entrevista a un profesional destacado, por lo que se dice, que narra esta anécdota: «En una oportunidad, siendo yo todavía estudiante, Mauricio Macri visitó nuestra facultad. El cartel que presentaba su “conferencia”, hacía pensar que reflexionaría sobre la democracia y la importancia de promoverla. Para mi sorpresa, llevaba hablando más de 40 minutos y en ningún momento había aclarado qué entendía por democracia. Le comenté mi impresión a un compañero que, sin poder contenerse al momento de las preguntas, levantó la mano y le preguntó: “Mauricio, para Usted, ¿qué es la democracia?“. Se escuchó un titubeante: “Bueno, que se yo… Creo que sería algo así como el principio ‘una persona, un voto’“. Interesante, ¿no?». Qué ha querido decir con ese “interesante” no se desprende de la nota publicada.
Pero, como deja un campo abierto a la interpretación, voy a arriesgar una, que no me parece disparatada y que habla de lo que comencé diciendo. El ingeniero Macri fue gran parte de su vida un empresario que advirtió (o le advirtieron) del hueco político que había dejado el “que se vayan todos” del 2001 y la posibilidad de pararse en el centro de ese espacio. La experiencia la desarrolló frente a un público con características muy diferenciadas del resto del país, como lo es el de la Capital Federal (hoy Ciudad Autónoma), con fuertes aires parisinos por su historia. Haciendo gala de un impudor grave que supongo pensó, sin equivocarse, ese público le perdonaría, se presentó como el salvador de la patria citadina. Hizo gala de un discurso chato, vacío, con promesas técnicas, para lo cual ostentaba equipos de alta cualificación profesional. Los resultados están a la vista para quien quiera mirar por debajo del asfalto y las veredas.
Su pasaje de empresario a político no requirió de ninguna preparación ni aprendizaje de ninguna naturaleza, como lo muestra la anécdota, habla de la administración del Estado Municipal como si se refiriera a cualquiera de las empresas del grupo Macri. Volvamos a la anécdota. Se presenta en una universidad para dictar “una conferencia” en la que iba a hablar sobre su concepto sobre la democracia. La respuesta a la pregunta fue muy simple, como la mayoría de sus ideas: «Bueno, que se yo…». Yo me atrevería a decir: ¿Cuál es la novedad? Y debo contestar: simplemente ninguna, sigue siendo el mismo que demostró mucha habilidad para evadir al fisco contrabandeando Peugeot 405 sin pagar derechos de importación. El problema radica en que cuando se está frente a una empresa comercial el objetivo es ganar la mayor cantidad de dinero posible para los suyos, sin reparar en medios como ese caso nos muestra, que es un tema diametralmente opuesto al gobierno de una ciudad (la sabiduría de nuestro pueblo no permitirá que llegue al de una Nación).
Uno supondría que con esta experiencia alcanzaría para los argentinos. Sin embargo, tenemos ahora a otro empresario exitoso, que no oculta su dinero y lo gasta a raudales de un modo sin antecedentes para nuestra experiencia política. Que hace de su fortuna una virtud, sin que pueda saberse con claridad a cuánto asciende y cómo la consiguió. Pero eso es para otro capítulo.