Voy a intentar recorrer un camino que nos permita meternos a bucear en lo más profundo de la realidad que nos rodea. Al titular estas notas dentro de lo que he denominado la dimensión personal he optado por una búsqueda que nos obligue a una reflexión más densa. Uno se pregunta si este medio que utilizo para comunicarme (el blog) es apto para tal tarea. Me digo que todo instrumento debe ser utilizado para comprender la época que nos ha tocado vivir, época a la que todos en diferentes medidas, hemos contribuido para que se configurara así, y que nos coloca ante el desafío de tener que comprender todo lo que esté a nuestro alcance para poder plantearnos una superación hacia otro mundo mejor. “Otro mundo mejor” es un concepto que se repite a lo largo de estas notas y eso se debe a una vocación mía que no puedo traicionar. Haber recibido todo lo que he podido llevarme de mis estudios en instituciones públicas me obliga a proponer aportes para superar la situación de crisis en las que estamos. Para ello voy a seguir de este modo.
La dimensión personal es el modo en que se recompone el dictado cultural de una época en cada uno de nosotros. No debe entenderse como una réplica mecánica de la cultura imperante, pero tampoco debe pensarse que somos lo que somos a partir de una absoluta libertad en la que hemos crecido como persona. Son dos extremos de un abanico en el que se juega una cantidad infinita de posibilidades, muchas de las cuales escapan a nuestra capacidad de detectarlas (se puede decir que esta es la dimensión del misterio, o freudianamente la de la del inconsciente, pero para este caso es lo mismo). Nuestra biografía es el resultado de un entrecruzamiento de variables y condicionamientos dentro del cual se realiza nuestra voluntad de ser lo que somos.
Entonces, para ir tratando de avanzar, hagamos una revisión de cómo se ha ido planteando le relación de estos dos espacios el personal y el cultural en estos tiempos dentro del espacio mayor que nos involucra que es la cultura occidental. Voy a recurrir a la ayuda de Claudio Martyniuk, ensayista y Doctor en Filosofía del Derecho, y profesor de Epistemología de las ciencias sociales y Filosofía del derecho en la Universidad de Buenos Aires. Si el tema al que estoy apuntando es ver qué nos sucede a los argentinos de hoy, hay en nosotros, o se da entre nosotros (las dos cosas se corresponden), una situación que no se daba unas pocas décadas atrás cuya mostración abre horizontes de comprensión. Nos dice nuestro profesor:
«Hay una crisis de la intimidad, la cual, como perteneciente al ámbito privado, ya no se opone al ámbito público, porque pasa a exhibirse. En el siglo XVIII se privilegió el espacio público; fue el siglo del hombre público. Y la privacidad, en ese contexto en el que empieza a configurarse la división entre lo público y lo privado, quedó como el ámbito de la familia y de la mujer. En el siglo XIX hubo una inflación del espacio privado, y el espacio público empezó a ser estigmatizado, temido por engañoso, hipócrita, y el espacio de la intimidad pasó a ser el de la verdad y la autenticidad, donde se podía estar sin máscaras, y era moralmente superior. La moralidad privilegiada era la del hogar, de las relaciones familiares, íntimas. Esa superioridad moral de la intimidad no terminó. El ámbito público está cada vez más estigmatizado, más asfixiado. En las décadas de 1960/70 algo empezó a cambiar de una forma compleja, desdibujando la frontera entre lo privado y lo público. Desde entonces, la intimidad pasó a mostrarse en el espacio público».
Esta forma de borrar límites entre lo privado e íntimo y el espacio público, potenciado infinitamente por la televisión, ha producido en la conciencia colectiva un desentendimiento con los problemas colectivos, puesto que se entiende por espacio público el espacio mediático, espacio de ficción, en el que todos los valores están trastocados, en el cual «vale Jesús lo mismo que el ladrón». La tarea, entonces, de debate en nuestra subjetividad es la separación de los elementos componentes, valorando, ordenando, categorizando, de modo tal de poder reconstruir nuestro fuero interno, nuestra mente, nuestra conciencia, par colocarnos en capacidad de análisis de qué es lo que nos está pasando como ciudadanos desertores.