Este comienzo de año, que como todo comienzo requiere de proyectos a realizar, dado que allí se juega la novedad de lo que viene, lo que nos proponemos construir, también me impone re-pensar la que pensé respecto a otros comienzos, para evaluar lo conseguido y revisar las aspiraciones que quedaron en el camino: ¿por qué no se pudo? o ¿por qué no supimos hacerlo? Y si vuelvo sobre lo pensado y lo construido, sin olvidar lo fracasado, es porque sospecho que en nuestra comunidad nacional hay un proceso de pérdida de la memoria, o negación de lo vivido, por lo que se nos dificulta el aprendizaje sobre la experiencia. La historia nos muestra que hemos cometidos errores repetidos cuyos resultados eran previsibles. Esto lo veo como una falencia de la memoria colectiva. Pero hace tiempo yo decía respecto a lo mismo:
«Pero este olvido no es consecuencia de la fatalidad del proceso histórico. Es un olvido promovido, educado, predicado y conseguido. Es el resultado de una campaña en la que los medios de comunicación han cumplido un papel educador excelente. Debemos recordar aquello de que «un Estado chico agranda la sociedad», que la menor intervención posible del Estado posibilitaba el desarrollo de las fuerzas económicas, que en esa libertad las fuerzas económicas (el mercado) cubierta la copa comenzaría a derramarse para bien de todos. Por ello, la libertad luchada y defendida durante tantos años, bandera de nuestros próceres, fue reducida a la libertad económica con lo que se redujo al ciudadano político a la categoría de agente económico.
Así fue que el mercado se convirtió en el marco de toda reflexión política, económica, cultural, educativa y fue el decisor privilegiado de los grandes temas. Crecer sólo era necesario en lo económico, lo demás vendría por añadidura. Dentro de ese modelo del pensar no había cabida para el planteo de otros temas o de otro modo de hacerlo. Esa matriz de pensamiento es de cuño económico, pero del peor, del economicismo. Se ha convertido, de este modo, en esa desviación del pensamiento que acertadamente Ignacio Ramonet la denominó el pensamiento único. Este modelo dictaminó que había un solo tipo de problemas y que había una sola manera de resolverlos: el mercado».
Hoy pareciera que comienzan a asomar la cabeza voces que con mucha tibieza, pero escondiendo las mismas intenciones, vuelven a utilizar esos viejos discursos, a veces maquillados. Acá aparece lo que denomino el “olvido”. Cómo puede haber oídos que se dejen seducir por viejos discursos, que no han fracasado como se supone, tuvieron éxito, puesto que el estado en que quedó gran parte de la comunidad era el resultado necesario de proyectar un país para pocos. Su éxito fue nuestro fracaso como comunidad nacional. Y esa reaparición de las mismas y viejas voces pueden detectarse cuando se les oye decir que los que se oponen a ellos somos “montoneros”, “setentistas”, y esto pretende funcionar como un argumento de desacreditación. Todo ello en medio de la pobreza extrema, la superficialidad e hipocresía, que muestra el debate político hoy. Me rectifico no hay debate lo que se ve es la exposición de acusaciones, de afirmaciones, de pretendidas propuestas, que se lanzan con el único objetivo de ocupar un espacio en los medios. Éstos, con su esencial voracidad informativa, las degluten y siguen el habitual trámite biológico: ir a parar a dónde corresponde, la cloaca.
¿No es sorprendente que se pueda seguir hablando en los medios como si la crisis financiera global, de la cual pasará un largo tiempo antes de poder emerger, no hubiera sucedido nunca? Es sorprendente que se busque aquí culpable de cuanto sucede, hasta de las sequías, y no se pregunte por los responsables de la crisis fenomenal 2007-08, de sus actores internacionales y de sus socios locales. ¿Es aceptable que para una parte importante de los dirigentes políticos esa crisis tampoco existió, dado que no la mencionan nunca? Entonces ¿A qué se alude con la calificación de “setentistas” cuando oye mencionar la palabra “imperialismo”, sobre todo hoy cuando vimos que sucedió en Copenhague? ¿Es posible aceptar que dirigentes políticos de nivel nacional y excesiva exposición mediática hablen como si el escenario internacional no existiera, o sólo es mencionado para mostrar cuánto mejor que en la Argentina se está en todas partes?
Me parece que empieza a quedar más claro de qué se trata el problema. Haber caído en la red de ideas sostenida por el pensamiento único hizo que fuéramos olvidando la idea de Nación (hoy se habla de sociedad), porque ella es mucho más que un entramado institucional que regula la vida comunitaria, ella es el marco de posibilidad para la realización de las ideas de un proyecto que nos involucre a todos. Defender la idea de Nación equivale a defender el hogar patrio (aunque estas palabras suenen a rancio). En el hogar se privilegia el bien común por encima de los intereses de sus miembros, se atiende primero al que más necesita, no al que más se impone, y se preserva la paz común para el libre desarrollo de la libertad de todos. Pero una libertad integral, que comienza por la libertad de espíritu, para dar lugar a la libertad de las ideas que de allí se desprenden y la libertad de acción que se encamina hacia el bien común.