Como ya quedó dicho, la pretensión de dejar que el mercado resolviera el destino de una sociedad tuvo, en la crisis 2008/9 el mentís más rotundo. Ha sido precisamente la libertad de los operadores económicos, practicando el juego de las finanzas especulativas cuyo objetivo superior es hacer el mayor dinero posible apelando a las triquiñuelas más novedosas, el que nos ha arrastrado a las penurias pasadas. Si bien en esta oportunidad los gobiernos de los más diversos colores partidarios tiraron al cesto de la basura las recetas de la ortodoxia que posibilitó contener en alguna medida la crisis, los resultados han sido nefastos. ¿Se puede ignorar lo que pasó? ¿Se puede ignorar lo sucedido en Honduras? ¿Se puede ignorar que lo que se lama la solución de la crisis financiera dejó en su lugar, sin castigo, a los mismos que la provocaron y siguen en sus puestos, largamente recompensados? ¿Nada de esto deja alguna enseñanza como para detectar quiénes son sus representantes locales?
El resultado más evidente de todo ello ha sido un aumento de la desocupación y una mayor cantidad de personas arrojadas a la miseria en el plano mundial. Nosotros tenemos personajes que sin mencionar todo ello continúan hablando en los mismos términos que hablaban en la década de los noventa. El mecanismo es sencillo: si se ignora lo que pasó en la mayor potencia del mundo, modelo sobre el que se construye el discurso ortodoxo, todo está como era entonces. En esto se puede ver con claridad la actitud de los grandes medios que dan por resuelto el problema, se lo minimiza como un simple tropezón y la inconducta de algunos agentes. Si nada pasó no hay razón para reflexionar sobre el tema. Una parte de nuestros dirigentes también funcionan de ese modo.
Si utilizamos el clásico esquema de derechas e izquierdas salido de la convención de la Asamblea de la Revolución francesa, debemos hacernos cargo de la historia. A la derecha de la presidencia se sentaban los que creían que el objetivo estaba logrado, querían detener la revolución: la alta burguesía; a la izquierda los revoltosos que querían profundizar el proceso. Esto sirvió durante décadas para calificar las diferentes posturas políticas. Sin embargo debemos aceptar que hoy es muy difícil hablar con tanta certeza en la mayor parte de los países de occidente, y en nuestro país nos encontramos con dificultades parecidas. Convengamos que no hay ninguna revolución en curso y, por el contrario lo que se ve es el avance de los codiciosos a los que nada les satisfaces y cada vez quieren más, no importan las consecuencias (Conpehague lo ha demostrado). Estos que cada vez quieren más arrojan a la desesperación a los que cada vez tienen menos, y no se detienen.
El carácter explosivo que procesos como estos pueden tener para cualquier comunidad nacional ya fue detectado por pensadores que pueden sorprendernos con sólo mencionarlos. Uno de ellos es nada menos que Platón (427-347 a. C.) quien advertía en uno de sus diálogos fundamentales, La República, las consecuencias posibles de estos procesos: «El bien que se proponía la oligarquía y en virtud del cual se estableció era la riqueza ¿no es verdad? – ¿Y no es verdad que perdió a la oligarquía el deseo inmoderado de riqueza y la despreocupación por todo lo demás que inspira esa pasión?». No creo que los ricos egoístas lean a Platón y si lo hicieron en su juventud con seguridad lo han olvidado. De haberlo leído hubieran aprendido que el bien más preciado del hombre es la libertad, cuya falta preanuncia conflictos serios. Pero esa libertad no es sólo la libertad política lo es también el no sometimiento a la riqueza de los poderosos: «En una ciudad gobernada democráticamente oirás, sin duda, que la libertad es el más precioso de todos los bienes y que por ello sólo en esa ciudad puede vivir dignamente el hombre que sea libre».
La mala distribución de la riqueza convierte al pobre en potencialmente revolucionario. Platón define la situación revolucionaria con estas palabras: «cuando una ciudad gobernada democráticamente y sedienta de Libertad tiene al frente unos malos escanciadores y se emborracha, entonces castiga a sus gobernantes…», es que la clase de los pobres «en la democracia es la clase más numerosa y la más poderosa cuando se reúne en asamblea». Es para pensar seriamente esta lección que nos llega desde el fondo de la Historia.