De esta dimensión ya hemos hablado bastante a lo largo de estos años, sírvanos esta oportunidad para darle un tratamiento sistemático dentro de la propuesta de esta serie de notas (miremos hacia adentro). Lo dicho hasta acá pretendió dar cuenta de las dificultades que aportamos cada uno de nosotros, las más de las veces con total inocencia e inconciencia, que obran como frenos ante posibles soluciones. Para mirar esta otra dimensión con cierta perspectiva personal vuelvo a ofrecer palabras que escribí algunos años atrás, cuya relectura puede servir para ver el estado de la cuestión hoy:
«Nacimos como comunidad independiente con el proyecto de construir una Nación. Largas luchas fratricidas, incomprensiones de ambos bandos, pequeñez y miseria en el planteo político, privilegiar los intereses de sectores por encima de los de toda la comunidad, nos fue llevando a los tumbos a lo largo del siglo XIX y continuó con sus más y con sus menos en el XX. El siglo XXI ha tenido un comienzo abismal. El “que se vayan todos” fue un grito que nos alertó de que algo grave estaba sucediendo. Pero el ir vislumbrando la posibilidad de salida de semejante crisis, cosa que no se hubiera creído como posible en medio de ella, nos fue haciendo olvidar del pozo en el cual habíamos caído.
Si bien la «historia oficial» nos ha contado todo esto desde la versión de un solo bando, ya que las luchas habían cortado la Nación entre «bárbaros y civilizados» (división que con diferentes nombres se ha mantenido en gran parte), nuestra educación fue sostenida por ese discurso, ha llegado la hora de ponernos a pensar desde la unidad posible de la comunidad política, aunque esta unidad esté siempre transida por tensiones y contradicciones políticas, la intención estará puesta en ir resolviéndolas. La Historia es, precisamente, el proceso por el cual se van resolviendo esas contradicciones. Recorriendo nuestra historia podemos advertir que las soluciones buscadas, y a veces encontradas, muchas veces se pensaron y se ejecutaron desde el manejo del poder de uno de los bandos, y las más de las veces ese bando fue el de los pocos y poderosos».
Sin la menor pretensión de posar de profeta, casi una década después, cuando vuelvo a leer lo escrito, me surgen preguntas respecto de en qué medida hemos mejorado, cuánto hemos aprendido de todo ello como comunidad nacional, qué nos proponemos hacer para que aquellas historias no se repitan. A pesar de ello, sin que haya encontrado respuestas sólidas a tales preguntas, sigo leyendo lo que ya decía entonces:
«Estamos en el comienzo de la salida del abismo y no nos queda mucho margen para seguir avanzando desconociendo a «los otros». Nos ha tocado la suerte heroica de ser los protagonistas de una etapa histórica crucial, aunque esto sólo la perspectiva histórica lo mostrará con toda claridad. Esto que nos pasó puede verse como una desgracia colectiva o como una oportunidad imperdible. Nos encontramos en uno de esos recodos de la historia en los que se pueden definir las líneas generales del resto del siglo. Y porque se puede se debe. Cuando leemos la historia y, a veces, nos exaltamos con las grandes epopeyas, con las decisiones cruciales, con las definiciones certeras, que dieron un marco propicio a las realizaciones posteriores, nos parece que fue obra de titanes, de seres irrepetibles. Sin embargo, mirados desde la cotidianeidad, eran seres humanos como nosotros, con un compromiso y una decisión de participar que debiéramos recuperar y encarnar en esta hora. En la Historia, sin duda, ha habido hombres excepcionales pero fueron pocos. Las más de las veces fue el fruto de un largo trabajo colectivo que eclosionó en un momento produciendo resultados largamente preparados».
El haber vivido como comunidad argentina la gestación de un proyecto nacido de la confluencia de las más variadas voces, que culminó en una ley sobre los medios, debería servirnos para reflexionar. Una tal tarea pasa a nuestro lado sin que muchos hayan dimensionado la importancia de lo conseguido. Esto, que ha sorprendido a funcionarios internacionales por la convocatoria democrática y la participación colectiva, parece que no alcanza para preguntarnos por qué no sacamos de esa experiencia un modelo de participación ciudadana para las grandes decisiones, para que no queden sometidas al juego mezquino de los intereses de los profesionales de los partidos políticos. Creo que estamos en uno de esos momentos en los que la comunidad toda debe plantearse los problemas que enfrentamos, debatirlos en sus comunidades más inmediatas, comenzar a construir conducciones y dirigentes que se conviertan en los portavoces de los mandatos conferidos. Equivale a decir, comenzar un proceso educativo de abajo hacia arriba que privilegie la construcción de pensamientos comunes, que elabore un programa básico común que no deba ni pueda ser utilizado en las mezquinas contiendas electorales, y que sea de adopción obligatoria para todo aquel que se postule a lo que fuere. Todo ello sin ignorar la complejidad y la heterogeneidad política y cultural, aprendiendo a escucharnos atentamente, sabiendo resignar parte de lo que el interés particular nos señala en pos del logro del interés comunitario.