Aparece nuevamente la hipocresía, puesto que pareciera que tanta voluntad de actuar contra el delito obtiene muy pobres resultados. «Pero toda la acción ejecutiva del GAFI, por ejemplo, consiste en publicar anualmente listas negras y grises sobre estados que no son suficientemente beligerantes contra el blanqueo de dinero. Y las actuaciones de la policía especializada, cuanto más, logran desmontar grupos dedicados al blanqueo de dinero que han conseguido lavar 50 millones o 150 millones de dólares en un año o en cuatro años, pero nos interesa mucho más que se esclarezca el blanqueo de 200,000 millones de dólares en Estados Unidos, provenientes del saqueo de la URSS al privatizar el patrimonio público, y del delito organizado en ese país».
La información pública habla de la reacción de un subcomité en el Senado de EU que creó una comisión que llegó a multar a 32 bancos norteamericanos, «pero no hubo ningún macrojuicio con docenas de magnates financieros procesados, habida cuenta de la magnitud de la cantidad blanqueada; sí lo hubo tras la llamada Operación Casablanca que desmontó una red en la que, curiosamente, sólo aparecieron implicados bancos mexicanos cuyos dirigentes fueron los únicos juzgados y condenados en México; en EU los juzgaron en ausencia y reclamaron su extradición, cosa que las autoridades mexicanas no autorizaron». Una vez más la hipocresía: tanto escándalo, como ha ocurrido otras tantas veces, levanta mucho alboroto como un modo que ocultar el negocio mayor persiguiendo y encarcelando a los que en la jerga policial se denomina “perejiles”. Esto se hace más evidente cuando la solución se presenta por el control o, mejor aún le eliminación de los paraísos fiscales, medios imprescindibles para blanquear.
«Más de 50 paraísos fiscales en todo el mundo garantizan a los delincuentes globales la posibilidad de blanquear todo el dinero del delito organizado. Desde Liechtenstein hasta la isla de Man y las Bahamas, pasando por Bermudas, Islas Vírgenes, Filipinas, Tonga, Panamá, Islas Mauricio, Aruba o Fidji y un largo etcétera aseguran la máxima opacidad y oscuridad a los cientos de miles de operaciones electrónicas financieras que lavan miles de millones de dólares. Los primeros paraísos fiscales nacieron durante la Guerra Fría de la mano de Gran Bretaña en territorios formalmente independientes, pero bajo el control o fuerte influencia de las autoridades británicas. Hoy acogen más de cinco billones de dólares y son sede de un millón de sociedades y compañías, la mayoría de las cuáles apenas disponen de un pequeño despacho».
Y, junto a la eliminación de los paraísos fiscales, el otro mecanismo perverso que encubre el delito es el secreto bancario, «uno de los principales dogmas del neoliberalismo», que garantiza la libertad de los grandes delincuentes globales para «blanquear tanto dinero sucio como el equivalente a la suma del Producto Interno Bruto (PIB) de los estados de rentas bajas de la Tierra». En 1994, la conferencia de la ONU para la prevención del Delito Transnacional decidió que había que luchar contra el delito organizado global atacándole en los beneficios, pero sólo fue capaz de acordar una recomendación: «Que los sistemas económicos sean más transparentes para reducir la vulnerabilidad de las actividades legítimas frente a la explotación de las organizaciones», y agregó un pedido para que las leyes sobre el secreto bancario fueran menos estrictas.
Pero el secreto bancario continúa. Mientras tanto, el blanqueo de dinero erosiona las instituciones financieras, modifica la demanda de dinero en efectivo, desestabiliza las tasas de interés y el tipo de cambio, aumenta la inflación de los países donde los delincuentes globales actúan bajo referencia y afectan a la estabilidad financiera de los países más vulnerables. «Paraísos fiscales y secreto bancario garantizan la continuidad del blanqueo de dinero. En última instancia, los delincuentes organizados globales son partidarios y practicantes de la desregulación total, el sueño dorado de cualquier neoliberal que se precie». Es decir: la doctrina del neoliberalismo es perfectamente funcional al delito ¿habrá alguna relación entre ambos fenómenos?