Quizá el ejemplo más asombroso de esta maniobra fue la compra de tres centrales eléctricas sobre barcazas situadas en el mar de la costa de Nigeria por Merrill Lynch en diciembre de 1999 por 12 millones de dólares. Esto permitió a Enron registrar 12 millones más de dólares de beneficios en su informe de fin de año. Merrill Lynch recibió de Enron, a cambio, 200 millones de dólares en honorarios y un 15% de interés por lo que en realidad era un préstamo que era liquidado en el plazo de seis meses (cuando Merrill Lynch tenía que devolver las centrales eléctricas a la empresa asociada LJM2, manejada desde Enron).
«Con tales ardides, Enron reflejó lo que de hecho era pasivo como activo, declarando su deuda hasta un 40% más baja de lo que era y exagerando su flujo de metálico hasta en un 50%. Con eso logró aumentar el precio de sus acciones y su capacidad para solicitar préstamos. Citigroup y J.P. Chase, por su parte, acumularon 200 millones de dólares en honorarios por las molestias y –ya nada puede sorprender a estas alturas— aprendieron a cerrar tratos similares con unas veinte compañías energéticas más. No se quedó Citigroup de brazos cruzados, limitándose a aceptar perezosamente los costes de haber adelantado fondos a una compañía en camino de la bancarrota. En mayo de 2001, mientras Enron se sumía en el olvido –un hecho que Citigroup estaba en mejor posición que nadie para conocer—, el banco, simultáneamente, llevó a cabo una importante venta de bonos de Enron y redujo su riesgo como acreedor de Enron. Por eso los fondos de pensiones de todo el país han demandado a Citigroup. Junto con J.P. Morgan Chase y Merrill Lynch, está siendo investigado por el congreso y por el fiscal general de Nueva York». Podemos aprender otro caso de “creatividad contable”, que en un lenguaje sencillo de denomina estafa.
Las extraordinarias ganancias despertaron la codicia de otras empresas, por lo que lograron hacer escuela del delito contable. Mientras tanto cabría preguntarse: ¿Hacia dónde miraban la Justicia y los órganos de control de los EEUU? Recuérdese la liberación de las reglas y el relajamiento de los controles que habían empezado durante el gobierno de uno de los padres de estos monstruos: el presidente Ronald Reagan (1981-1989).
Algunas de las nuevas estrellas de la industria de las telecomunicaciones siguieron el camino recorrido por Enron –desde la extralimitación financiera a la bancarrota, pasando por la inflación fraudulenta de beneficios—, en una escala incluso gigantesca y con repercusiones incalculablemente mayores para la economía. Debido al cabal papel de pivote jugado por esas empresas en el corazón de la supuesta revolución tecnológica, sus maquinaciones contribuyeron descaradamente a inflar la burbuja del precio de las acciones durante sus últimos y más frenéticos años, y así, a la acumulación de sobrecapacidad industrial. «El resultado fue el desplome del mercado de valores, lo que sentó las bases para la subsiguiente recesión. La experiencia de las telecomunicaciones, quizás más que ningún otro grupo de empresas, es emblemática del auge y caída de esos dos hermanos siameses: la burbuja económica y la Nueva Economía. La aprobación de la Ley de Telecomunicaciones, que desregulaba el mercado de telecomunicaciones abriéndolo a todos los nuevos recién llegados, instituyó las bases sobre las que prosperó la histeria de las telecomunicaciones. Un buen número de recién llegados se lanzó de cabeza. Esperaban capitalizar lo que presumían iba a ser la interminable expansión de internet y, en virtud de lo que suponían iba a darles una gran superioridad tecnológica, arrebatar el mercado de valores a los colosos firmemente establecidos como Deutsche Telekom, NTT, AT&T y Verizon».
El impacto fue muy grande y nos permite comprender las privatizaciones de los noventa en nuestro país y sus consecuencias en plena “globalización”. «Expandiéndose por medio de fusiones y adquisiciones a la mayor velocidad posible, buscaron ganarse la aprobación del mercado de valores, deslumbrándolo con su crecimiento y su envergadura, aumentar el precio de sus acciones y, así, sentar las bases financieras necesarias para un crecimiento ulterior, de mayores proporciones aún. Las recién llegadas compañías de telecomunicaciones se apresuraron a tender decenas de millones de kilómetros de fibra óptica a lo largo de EE.UU. y bajo los océanos, recibiendo, al hacerlo, la indispensable asistencia de los bancos líderes en inversión de Wall Street y de sus complacientes “analistas de comunicaciones”».