Para pasar a un ejemplo altamente significativo analicemos el “Caso Enron”, una empresa multinacional que diversificaba sus negocios. En la Prov. De Buenos Aires compró en los noventa la empresa de agua bajo el nombre de Azurix. Enron fue una empresa de energía con sede en Houston, Texas, fundada en 1985 que empleaba cerca de 21.000 personas hacia mediados de 2001 (antes de su quiebra). Una serie de técnicas contables fraudulentas, apoyadas por su empresa auditora, la entonces prestigiosa consultora Arthur Andersen, permitieron a esta empresa estar considerada como la séptima empresa de los Estados Unidos, y se esperaba que siguiera siendo empresa dominante en sus áreas de negocio. En lugar de ello, se convirtió en ese entonces en el más grande fraude empresarial de la historia y en el arquetipo de fraude empresarial planificado. Veamos este caso de la mano del investigador Robert Brenner a quien vengo citando. «El caso de Enron es paradigmático. Como casi todo el mundo sabe ahora, los directivos de Enron creaban, una tras otra, subcompañías fuera de registro contable, a fin de ocultar sus gigantescos pasivos, inflando así fraudulentamente sus ingresos. Esto fue posible porque Arthur Andersen, tal vez la mayor auditoría del país, les cubría en su actividad depredadora, sin duda motivada por el millón de dólares semanales que recibía de Enron en concepto de pago por servicios de consultoría». A esto se lo denominó “creatividad contable”. Lo sorprendente es que esta maniobra delictiva se enseñó durante años en las universidades de los EEUU como una contabilidad de avanzada. Por supuesto ocultando el aspecto claramente delictivo.
¿Cómo arriesgaron su prestigio las consultoras de empresas más importantes del mundo? Brenner nos da una respuesta: «En los últimos años, las Cinco Grandes empresas auditoras han hecho tres veces más dinero con sus actividades de asesoramiento que con sus servicios de auditoría. Las ganancias artificialmente infladas de Enron mantuvieron al alza los precios de sus acciones, manteniendo a la compañía en expansión y llevando a sus directivos a hacer negocios monumentales con la venta de sus acciones» como ya hemos visto. ¿Cuál era la conducta de los directivos?: «En el corto período que va de enero de 1999 a diciembre de 2001, diez de los principales accionistas de Enron se repartieron más de mil millones de dólares por la vía de deshacerse de las acciones de la compañía: entre ellos estaban el superejecutivo de Enron, Kenneth Lay, con 221,3 millones, y el Presidente de Enron, Jeffrey Skilling, con 70, 7 millones. Los empleados y los accionistas de la compañía acabaron, huelga decirlo, pagando prácticamente el total del gigantesco coste del colapso».
Mientras los accionistas y directivos se llevaban cantidades enormes de dinero a sus bolsillos: «La capitalización de la compañía en el mercado cayó de un punto culminante de 70 mil millones de dólares a prácticamente cero, los empleados de Enron perdieron los ahorros y las pensiones de jubilación que habían sido inducidos a poseer y a contratar en forma de acciones de Enron. Y además, claro, se quedaron en la calle». Los directivos habían convencido a sus empleados que depositaran sus haberes para la jubilación en una especie de “AFJP” de la propia empresa que les ofrecía muy altos rendimientos. No termina allí la complicidad: «Lo que recientemente ha salido a la luz es el papel de socios indispensables jugado por Citigroup y J.P. Morgan Chase, los bancos número uno y dos del país, además de Merril Lynch, en el nacimiento de las indeciblemente fraudulentas cuentas de Enron. Estos enormes conglomerados financieros fletaron empresas off-shore con la sola intención de actuar como falsos socios de Enron en el sector energético, a fin de ayudar a ocultar las crecientes deudas que la empresa tenía con esos mismos bancos. De este modo, las falsas empresas hicieron préstamos bancarios a Enron –hasta un máximo de 8 mil millones de dólares a lo largo de seis años—, pero en los libros contables esos préstamos aparecían como pagos por compras».