La campaña política, en el ámbito del estudio de televisión, debe respetar las normas que el medio impone. En ese sentido dos novedades, que fueron apareciendo gradualmente a partir de los ochenta del siglo pasado, fueron cobrando cada vez más importancia: la figura del entrevistador y paralelamente la importancia del rating. Ambos fenómenos van a transformar el set televisivo al imponer sus presencias dictatoriales que condicionaron la totalidad de los programas.
El “presentador estrella” sometido a la lógica comercial se ve arrastrado por las necesidades de mantener el mayor “rating” posible, la competencia pasa a jugar un papel fundamental. La disputa por el telespectador subordina la verdad del mensaje a su impacto. El rey despótico que define el curso de las entrevistas es el minuto a minuto, modo de medir el rating. La capacidad de sometimiento a sus dictados va decidiendo las alternativas y, en el largo plazo, la posibilidad de la continuación del programa. Es más importante atraer y mantener un público que servir a la verdad. Por ello afirma el Profesor e Investigador de la Universidad de Lille III de París, Jean Mouchon, en uno de sus libros La información política como arma de doble filo (1999):
En Francia a privatización de la televisión cambió bruscamente la naturaleza de los programas en la generalidad de los canales… Atada a su fuente de financiación, la empresa televisiva comercial no renuncia a su misión primera que es asegurarse la máxima audiencia.
La televisión responde, entonces, a un imperativo excluyente: la máxima audiencia para el logro de la mayor pauta comercial posible. Su condición de empresa capitalista determina sus objetivos: el dinero es el objetivo primero y fundamental de la programación y a ello responde la línea de cada programa. La política, definida dentro del marco del marketing político, se ve obligada a aceptar el encuadramiento dentro de esos mismos criterios. Decidirá elegir aquellos programas de mayor audiencia para presentar a sus candidatos.
El entrevistador va a conducir el encuentro con el candidato subordinando la línea expositiva a los dictados del minuto a minuto que recibirá por su auricular. Continúa Mouchon:
La lógica de la figura vedette, que alimenta el mito de la infalibilidad, no se ajusta fácilmente a los azares de la realidad. Llevada a su extremo, esta lógica puede causar derivaciones poco comprensibles, si no se las refiere a su contexto de realización. Concebida como producto comercial, la imagen puede utilizarse con fines que ya no tienen ninguna relación con el proceso informativo. El hecho de que esté integrada en el circuito mercantil modifica fundamentalmente su índole: la forma cuenta ahora más que el contenido de lo que se muestra… En el momento de la televisión comercial, la selección se realiza en función de su capacidad para atraer público y retenerlo... Las formas elegidas se convierten así en el único modo de presentación de la realidad. Provistas del carácter de evidencia que les confiere su supremacía, esas formas influyen en el proceso informativo, puesto que determinan de antemano una manera de captar el mundo.
En este punto es necesario detenerse sobre un tema, alrededor del cual gira gran parte de la decisión hoy en curso. La aceptación de la globalización impone los márgenes posibles de maniobra. Es necesario no apartarse de este proceso para no quedar descolocado del juego económico internacional.
Como corolario de lo dicho –la necesidad de lograr el mayor rating– comento un hecho televisivo que dio lugar, en su momento, a grandes debates motivados por lo que se presentó como una noticia sensacional que, en realidad, ocultaba lo que iba a denunciar sobre qué es que debe ser un programa de televisión. La información la he tomado de un libro de José Manuel Burgueño que lleva por título: Los renglones torcidos del periodismo – Mentiras, errores y engaños en el oficio de informar (2009). Allí narra este hecho:
Una puesta en escena la realizó el periodista italiano, presentador de televisión y líder de negocios, Giovanni Minoli (1945) el 5 de febrero de 1998 en la RAI-2, canal de televisión de Italia, para el magazine “Mixer”, programa de información semanal. Había anunciado con anticipación que contaba con un documento que revelaría un hecho conmocionante. En la fecha mencionada puso en el aire un video que contenía la confesión del juez Sansovino, Presidente del Tribunal Electoral, en la cual reconocía que, en 1946, cuando se realizó el referéndum sobre si debía abolirse la monarquía en Italia, había falseado los resultados con la complicidad de los otros miembros del Tribunal Electoral. El impacto emocional fue de grandes proporciones. La República italiana había nacido de un fraude. Terminada la presentación de la grabación pasó a un intervalo publicitario desusadamente largo, era necesario que se pudiera digerir la noticia.
Cuando retomó el programa, dijo que todo eso había sido grabado la semana anterior en los estudios del canal, utilizando una técnica del “blanco y negro”, para darle mayor veracidad al documental. El juez Sansovino fue sido interpretado por un actor. En resumen todo era falso, salvo el profundo impacto que había producido en la teleaudiencia. Giovanni Minoli terminaba con estas palabras: «Quisimos mostrar que puede manipularse la televisión. Razón por la cual el público debe aprender a desconfiar de ella y de las imágenes que se nos ofrecen».