Mirando al mundo LVII– De qué se trata la posverdad – columna Nº 107-  10-5-17

Una breve referencia a sus antecedentes nos ayudará a formarnos una imagen de Luisa Valenzuela, escritora y periodista argentina: obtuvo en 1969 la Beca Fulbright para la Universidad de Iowa; fue becaria del Fondo Nacional de las Artes. Por problemas con el llamado Proceso de Reorganización Nacional en 1979 se trasladó a los Estados Unidos, donde permaneció 10 años. Recibió la beca Escritora en Residencia del Center for Interamerican Relations, como también en las universidades de Nueva York y Columbia, donde dictó seminarios y talleres de escritura. En 1989 volvió definitivamente a Buenos Aires.

Esto queda dicho porque voy a comentar algunos pasajes de su discurso de apertura 43ª de la Feria del Libro. En él hace mención al concepto de posverdad, que ha sido tema de esta columna desde febrero de este año. La importancia de su significado, y mucho más aún de lo que oculta y sus consecuencias, motivó a esta escritora a incluir algunas reflexiones sobre el tema:

La necesidad de plantarnos firmes para que el viento de la historia no nos arroje fuera del mapa. Pero ¿de qué mapa estamos hablando cuando impera la posverdad, esa «mentira emotiva» nacida para modelar la opinión pública desdeñando los hechos fehacientes y los datos verificables; esa lengua de madera (a decir de los franceses) especial para construir discursos engañosos, que llegan a convencer porque resultan atractivos, tranquilizadores, o quizá convenientes?

Define la posverdad como una mentira emotiva, es decir una palabra que convoca por su contenido conmovedor al apelar a las fibras más íntimas de ciudadanos no preparados para afrontar los mecanismos discursivos de personas perversas o ignorantes. Son modos del uso de la palabra que se desentienden de responsabilidades éticas. Es, entonces, como ella lo define, un discurso engañoso cuyo objetivo es tranquilizar mintiendo, seduciendo con palabras edulcoradas, en síntesis: manipulando impiadosamente.

Respondiendo, varios años antes, a otras variantes de este tipo de operaciones mediáticas, la  escritora española Irene Lozano, en una nota que cité tiempo atrás, nos ofrece una descripción del mapa al que hace referencia Luisa Valenzuela. Lo hace así:

Si las noticias se han convertido en un magma sin significado, esto sólo puede querer decir que los medios están haciendo un trabajo perverso. Así, cuando la lluvia de imágenes se disuelve, el ciudadano de a pie se queda sin un criterio cierto para comprender la realidad, invadido por un malestar difuso, una incertidumbre que constituye el campo abonado para la superstición y la mentira. Lo realmente alarmante es que muchos periodistas, científicos, académicos, parecen haber abandonado la idea de que exista una realidad que es posible contar o conocer.

El mapa que está en cuestión es el de la conciencia ciudadana de la sociedad de posguerra, cuyos trazados está en pocas manos concentradas. Son ellas las que utilizan los medios informativos para crear una niebla que oculte la dura verdad el mundo globalizado, cuyos horrores se ocultan con noticias falsas, distorsionadas. Ese es el mapa de la posverdad. Vuelve sobre el tema nuestra escritora:

La era de la posverdad. ¡Qué tremenda definición para los tiempos actuales! Tiempos de un ubicuo monstruo bíblico con panza de fuego que traga a los nuevos desamparados y los multiplica: trabajadores desplazados, estudiantes, docentes, investigadores, inmigrantes, hasta mujeres porque nos están convirtiendo en una población de riesgo. El fuego en el seno de este monstruo tiene destellos de un oro que ya no cumple su función tranquilizadora, ya no respalda las monedas del mundo concentradas cada vez en menos manos. Este monstruo de hoy muestra una avidez insaciable que desatiende el patrimonio esencial de las naciones: su cultura.

Ante este cuadro de la sociedad global hace un llamado, una convocatoria, para salir de la actitud pasiva y enfrentar al monstruo:

Recuperemos lo antes posible nuestra función de intelectuales, tanto hombres como mujeres, no necesariamente formadores de opinión sino cuestionadores de las opiniones formadas, rígidas. Parafraseando a Chéjov podemos afirmar que el intelectual no es quien se propone resolver el problema sino quien puede ayudar a plantearlo correctamente. Intelectuales son quienes ponen un signo de pregunta ante las certidumbres de los poderosos.

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