El profesor Raimon Aron señala dos temas que se le presentan como factores sostenedores de la Sociedad industrial: 1.- la propiedad individual o apropiación individual, puesto que la riqueza producida socialmente por el sistema es distribuida con desigualdad. Acepta esto como un hecho dado, como una consecuencia natural y necesaria, por ello no se internar en consideraciones históricas en cuanto a su origen y concentración. Se limita a tomar nota de que su existencia; y 2.- la desigualdad entre los hombres que la sociedad industrial produce y reproduce, se manifiesta de dos maneras: a.- como una consecuencia de la desigualdad en las retribuciones que se debe a las diferencias en la remuneración por tareas iguales o diferentes; marcando una anomalía que la describe así: las tareas que demandan mayor esfuerzo físico reciben las peores pagas, y que la escala asciende en relación inversa a ese tipo de esfuerzos, de modo tal que son mucho mejor pagas las que menor esfuerzo físico requieren.
Sin embargo, señala en defensa de estas desigualdades que la economía planificada soviética tampoco solucionó este problema y que, por el contrario, en el sistema soviético, la desigualdad entre el peón y el obrero especializado es más amplia que la misma desigualdad en el sistema norteamericano (afirma esto en pleno esplendor del estado benefactor en los EE.UU).
Por ello confiesa:
He de añadir que la desigualdad de riquezas en la sociedad capitalista entraña ciertas consecuencias susceptibles de ser condenadas en cuanto tales. Ante todo la concentración de fortunas permite a una pequeña fracción de la población vivir sin trabajar. Es lícito protestar por una desigualdad que aparenta no serlo o que no está fundada sobre el trabajo, y que se acepta como una desigualdad justificada, al menos en apariencia, por las diversas funciones prestadas. En segundo lugar, un sistema de concentración de fortunas implica cierta transmisión de éstas y es justo pensar que la desigualdad a suprimir no es tanto la de los ingresos cuanto la de la desigualdad de punto de partida.
La conclusión a la que arriba Aron es la siguiente:
La conclusión mínima que debe extraerse de estas consideraciones, es que el problema de la desigualdad no se puede zanjar por un sí o por un no, por bueno o por malo. Existe una desigualdad que es propiamente indispensable en todas las sociedades conocidas como incitación a la producción, existe una desigualdad que es, probablemente, necesaria como condición de la cultura a fin de asegurar a una minoría la posibilidad de consagrarse a actividades superiores, lo que no deja de ser cruel para quienes se encuentran del lado malo de la barrera. Finalmente la desigualdad, aunque se trate de la propiedad, cabe ser considerada como la condición de un mínimo de libertad del individuo respecto de la colectividad.
Es evidente que realiza esfuerzos para justificar todo aquello que no es posible calificarlo de positivo en el sistema capitalista, por ello sus argumentos suenan poco convincentes, como, por ejemplo, estos:
Cuando los economistas dicen mecanismo de mercado, entienden por ello que el equilibrio entre la oferta y la demanda se establece espontáneamente entre compradores y vendedores, que la distribución de recursos colectivos se determina por la respuesta de los consumidores a las ofertas de los productos sin planificación de conjunto, puesto que se trata de un mercado de libre concurrencia, y que, por lo tanto, ello puede producir desequilibrios en los mercados parciales e incluso en el global.
Esto sin embargo no oculta, y al profesor no se la escapa que, por sus lecturas de Carlos Marx, no puede ignorar lo siguiente:
Un régimen capitalista entraña lo que Marx llamaba un ejército de reserva industrial. Según Marx, la transformación permanente de los medios de producción obliga continuamente a hacer salir del sistema a cierto número de obreros que, al quedar disponibles, pesaban sobre el mercado y sobre el nivel de los salarios.
La formación humanista que un profesor de la Sorbona de París ha recibido, muy lejos de la frialdad analítica de un científico estadounidense, queda demostrada en el final de esta argumentación:
Toda economía capitalista entraña, en cada momento, un número mínimo de obreros parados, aquellos que pasan de un oficio caído en desuso a otro oficio, o de una empresa en decadencia a otra empresa… Todo el problema reside en saber hasta dónde llega la magnitud del volumen de esa masa de trabajadores en paro forzoso. Si se trata de un gran número de desocupados, entonces el régimen es injustificable; si el capitalismo presentara con carácter permanente una fracción importante de mano de obra no empleada, estaría definitivamente condenado.