En este recorrido investigativo, en el cual Max Weber nos iluminó el camino, hemos podido llegar a definir algunas líneas generales del contenido de lo que conforma una parte substancial del espíritu de la globalización. Esta definición, que se apoya en las conclusiones de Weber, me permite ofrecer un modo de pensar la cultura dominante en este siglo XXI tomando como base el concepto: espíritu del capitalismo. Entonces, es necesario decir algo más sobre qué entiende este investigador sobre este tema. Voy a plantearlo como un análisis en tres etapas:
Primera etapa: La superación de la vida tradicional.- El espíritu capitalista es un concepto con el cual permite identificar un nuevo estilo de vida, subordinado a ciertas normas y sometido a una ética determinada. Todo ello es el resultado de una modificación de los modos dentro de los cuales se desenvolvía la actividad comercial como una esfera específica de la actividad social. Este espíritu comienza a invadir mundos de la actividad humana con un atrevimiento y una convicción de estar revolucionando la herencia cultural recibida. Lo que va a caracterizar este nuevo espíritu es el sometimiento de la vieja ética subordinando todo al logro de una eficacia en los negocios. Dicho en otras palabras: la escala de valores de la sociedad tradicional aparece contaminada con los valores que definen el éxito empresarial.
El paulatino abandono de los cuidados con los cuales un caballero inglés entraba al mundo de los negocios, cuidando siempre su buen nombre y honor, con el cual se había guiado en su conducta, comenzó a ser suplantado por los laureles que ofrecía el éxito proporcionado por los buenos negocios. Aquí aparece, según Weber, una mutación que introduce nuevas reglas que ya no respetarán los viejos valores de la ética puritana. Aunque ésta mantenga las formalidades heredadas el éxito se impondrá como un valor superior.
La segunda etapa: La herencia recibida.- El protestantismo originario no buscaba las riquezas por ellas mismas ni gozar de los bienes hasta justificar el sobre-consumo; no era bien visto el gastar inútilmente y ostentar al hacerlo. Lo que definía la conducta tradicional puritana era invertir en fines productivos y hacerlo con eficiencia. El dinero acumulado como resultado de las ganancias obtenidas o del ahorro, lo que entonces en una empresa sería el capital tenía un propósito definido: generar más trabajo. Weber considera esta ideología del ascetismo como la mayor aportación para el desarrollo y propagación de este concepto, considerado entonces «Espíritu del Capitalismo».
Tercera etapa: El capitalismo estadounidense.- Sin embargo, desembarcar en tierras del Nuevo Mundo produjo una mutación. Si volvemos a Benjamín Franklin podemos leer en su “autobiografía” que hace:
Un llamado a la “conversión” a dichas virtudes; también sostiene “los beneficios que proporciona la estricta observancia de una modestia aparente y el hecho de disponerse a ocultar los propios méritos a fin de captarse la estimación unánime, todo ello proporciona al lector la seguridad que todas y cada una de esas virtudes lo son realmente en tanto que favorecen, en concreto, al hombre, y que la apariencia de la virtud es suficiente cuando de ella se deriva el mismo efecto que con la práctica de la propia virtud: inherente consecuencia del utilitarismo más riguroso.
Es notable el giro que da su pensamiento desde el cumplimiento riguroso de la norma hacia el relajamiento que supone mantener la apariencia de su cumplimiento como un método necesario y suficiente para el logro de una buena imagen para los negocios.