Tal vez el lector de estas columnas recuerde que comenzamos el tema analizando las investigaciones de Max Weber. Comenzamos citando la pregunta con la cual encabeza su trabajo sobre la relación entre el capitalismo y la ética protestante:
¿Qué serie de circunstancias ha determinado que sólo sea en Occidente donde hayan surgido ciertos sorprendentes hechos culturales (ésta es, por lo menos, la impresión que nos producen con frecuencia), los cuales parecen señalar un rumbo evolutivo de validez y alcance universal?
Ahora, después de nuestro recorrido anterior, estamos en condiciones de comenzar a proponer una respuesta. Debemos tomar en cuenta algunos conceptos básicos que se desprenden de la ética protestante y su posterior evolución en la “Nuevas Tierras”. Veamos. Por ello hemos leído a Benjamín Franklin quien resume al menos cuatro elementos característicos del capitalismo moderno:
a) Una posición consciente del hombre de negocios frente al interés y el capital; b) una determinada obligación de actuar siguiendo patrones de diligencia, decoro, prudencia y moderación; c) el deber de ganar dinero y d) una conducta de raíz ética que se depuraba en el seguimiento manifiesto metódico e impostergable del trabajo.
Sobre estas condiciones exigibles al hombre moderno, estadounidense y protestante, se va construyendo el modo occidental moderno del espíritu del capitalismo, sostenido por la ética del trabajo que deja atrás los valores medievales. Esta ética consideraba la primacía de ciertos elementos predominantes de esa fuerza religiosa: a) el racionalismo, b) la vocación ascética y c) el ahorro.
Detengámonos en la diferencia central entre esas formas capitalistas correspondientes a la etapa de la producción artesanal y el capitalismo moderno. Éste recibirá una fuerza que le otorga la Revolución Industrial inglesa. La nueva etapa se sostiene en la organización racional de la industria. En este proceso surgen dos elementos determinantes de su evolución: 1.- la separación de la economía doméstica de la industria (finales de la Edad Media) y 2.- la consiguiente contabilidad racional.
El modo tradicional de vida, como conducta, y el tipo de producción, representaron los primeros escollos que tuvo que superar el “espíritu” del capitalismo: el cambio de mentalidad que lleva, de ganar lo necesario para seguir viviendo pasa a tener que ganar más y más dinero, y para ello no detenerse ante la necesidad de rebajar los salarios, bajar costos e incrementar la producción. Todo ello tenía un objetivo que aparece implícito en su primera etapa pero que se va tornando evidente en la medida en que las empresas van creciendo en capacidad de producir.
Esta nueva etapa del capitalismo requiere de grandes masas de trabajadores a las que deberá contratar por el más bajo precio posible. La exigencia religiosa de trabajar, como un fin en sí mismo, la encuentra en personas con una educación religiosa, con más capacidad de concentración y actitud de sentirse obligado.
Es necesario afirmar que el dato histórico que Max Weber detecta, y le sirve de base a su tesis, es la doctrina y la prédica de uno de los padres del protestantismo, el teólogo francés Juan Calvino (1509–1564). Cuando se establece en Ginebra funda su prédica en que “todo trabajo es servicio de Dios”. No sólo era importante lograr la gracia divina sino también traducir esa gracia, para verificarla en una realidad física y exterior: el éxito en los negocios. Erich Fromm advierte que en el calvinismo no sólo tiene importancia la vida virtuosa sino también el esfuerzo incesante, de tal modo que el éxito en la vida terrena, que resulta de tales esfuerzos, sea un signo de salvación.