Las investigaciones mencionadas – que comenzaron en la Universidad de Harvard — arrojaron resultados sorprendentes que demostraban la facilidad con que se podía manipular la opinión pública. Todo ello hizo que el grupo de investigadores se sintiera motivado a seguir adelante. Los dos investigadores más importantes fueron los teóricos liberales, muy agudos y creativos personajes: Walter Lippmann (1889-1974) y Edward Bernays (1892-1995) — figuras destacadas de los medios de comunicación — [se puede consultar en www.youtube.com/watch?v=6h6rX1LcKGA]. El primero fue un importante analista político y un extraordinario teórico de la democracia liberal, el segundo – sobrino de Sigmund Freud (1856-1939) – un publicista, periodista y creador de la teoría de relaciones públicas, basándose en la obra de su tío.
Ambos organizaron las “comisiones de propaganda”, sobre cuya experiencia se elaboró una tesis de lo que se denominó “la revolución en el arte de la democracia”. Consistía en las técnicas de propaganda que «podían utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas, la aceptación de algo inicialmente no deseado». El Profesor Noam Chomsky (1928), en sus investigaciones alertó sobre la capacidad enorme y brutal de manipular la opinión pública, practicada desde los comienzos del siglo XX:
Empecemos con la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno. Ocurrió bajo el mandato de Woodrow Wilson. Este fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin Victoria. La población era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo.
Lo que puede sorprendernos hoy es que se pudieran mostrar estos éxitos sin “ruborizarse”. No se ha dejado de hacerlo pero ahora se ocultan las manipulaciones de la información pública. Dice Chomsky al respecto:
Pensaban que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como se pudo confirmar, los intereses comunes no son comprendidos por la opinión pública. Solo una clase especializada de hombres responsables, lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan.
La presencia de esos temores se convirtió en tradición en la clase dirigente y fundó la teoría de la necesidad de una elite ilustrada que se hiciera cargo de la República, la “cosa pública”, lejos de ser democrática según se practicaba en Francia.
Esta teoría, sostenida también por John Dewey (1859-1942), afirma que solo una élite reducida —la comunidad intelectual — puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en general.
La fina ironía de Chomsky, rayana en lo burlesco, lo lleva a hacer una comparación muy inteligente pero chocante para quien esté desprevenido:
En realidad, este enfoque que se remonta a cientos de años atrás, es también un planteamiento típicamente leninista, de modo que existe una gran semejanza con la idea de que una vanguardia de intelectuales revolucionarios toma el poder mediante revoluciones populares que les proporcionan la fuerza necesaria para ello, para conducir después a las masas estúpidas a un futuro en el que estas son demasiado ineptas e incompetentes para imaginar y prever nada por sí mismas.
La conclusión inmediata a semejante afirmación, expresada sin escrúpulos, es que dada la distancia entre una elite dirigente: preparada, entrenada e inteligente respecto de la masa ignorante obligaba a adoptar algunas medidas para hacer viable la gobernabilidad:
Por ello, necesitamos algo que sirva para domesticar al rebaño perplejo; algo que viene a ser la nueva revolución en el arte de la democracia: la fabricación del consenso. Los medios de comunicación, las escuelas y la cultura popular tienen que estar divididos. La clase política y los responsables de tomar decisiones tienen que brindar algún sentido tolerable de realidad, aunque también tienen que inculcar las opiniones adecuadas. Aquí la premisa no declarada de forma explícita tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones. Los individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el poder de hacerlo −la comunidad financiera y empresarial− y para ellos trabajamos.