Mirando al mundo VII – Pensarlo y comprenderlo Columna Nº 54  – 13-4-16

Llegados a este punto del análisis, debemos prestar atención a lo que se le planteaba la clase dirigente estadounidense de comienzos del siglo XX que tenía preocupaciones serias. Lo que ellos denominan el establishment, palabra que ya ha sido castellanizada y que, según el Diccionario de la Lengua Española, debe ser en tendida como: “Grupo de personas que ejerce el poder en un país, en una organización o en un ámbito determinado”; en una traducción más sencilla: la clase dominante. Este conjunto de hombres políticos tenía un diagnóstico grave sobre el crecimiento de la población de ese país, por su composición social y los diversos orígenes de la inmigración, etc. Ese cuadro heterogéneo auguraba problemas y conflictos.

Se le sumaba a ello el predominio de hombres muy rudos que se habían ido formando en la guerra de conquista y exterminio de las tribus que ocupaban los territorios del famoso far west («el lejano oeste»). El perfil de esos conquistadores y colonizadores, acostumbrados a una vida de lucha, definía una personalidad social muy individualista, poco apegada a “las buenas costumbres” y al “cumplimiento de la ley” — resolviendo las diferencias “por mano propia”–. Una pintura dulcificada la ofreció la extensa producción de Hollywood.

Se puede agregar a este cuadro las consecuencias de la Guerra de secesión o Guerra civil estadounidense. El final de la Guerra de secesión (1861-1865), después de cuatro años de combates que dejaron en los campos de batalla más de un millón de bajas, tuvo un vencedor: los estados industriales del norte. El período posterior a esa contienda mostró un cuadro de un brutal empobrecimiento de amplias mayorías de trabajadores. La  preocupación se sostenía por las consecuencias previsibles que podía generar una masa de hombres de muy baja formación cívica, despolitizada, que se dejaba arrastrar por pasiones circunstanciales. Eso era, entonces, una buena descripción de la mayoría de la población de los Estados Unidos de finales del siglo XX.

Las consecuencias sociales y económicas mostraron un cuadro social preocupante. Esas masas de trabajadores se lanzaron a las calles de muchas ciudades de los Estados Unidos protagonizando luchas por mejoras laborales. Los trabajadores blancos del norte que creían que el triunfo en la guerra los iba a beneficiar, descubrieron sólo unos pocos ricos salieron ganando y que ellos eran más pobres que antes. Las revueltas callejeras de las últimas décadas finales del siglo XIX fueron una experiencia perturbadora para los dirigentes políticos.

El miedo reinante se sostenía en el riesgo de que esa masa de gente, pacificada en las primeras décadas del siglo XX, volviera a provocar disturbios, ante un cuadro social que no había cambiado mucho. El enriquecimiento de un pequeño sector social ante gran cantidad de pobres no era tranquilizador. Como vimos en la columna anterior, la calificación de rebaño perplejo nos está hablando de una calificación que, aunque suene despreciativa, y algo de esto contenía, era una descripción despiadada no muy alejada de la realidad de entonces. Esto nos remite a nuestra historia pasada en la que Domingo F. Sarmiento calificaba  a los sectores sociales más desfavorecidos de la Argentina como “bárbaros”.

Noam Chomsky afirma, siguiendo el pensamiento de Walter Lippmann, que la solución propuesta por este analista sostenía:

“Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso, ya que no tienen la capacidad de hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles. El rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla permanente”.

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