La sociedad moderna y la subjetividad II Ricardo Vicente López – 16-12-15 – columna 46

Prestemos atención a esta frase del Doctor Rendueles, con la cual cerramos la columna anterior respecto de la subjetividad actual: «renegó de las ilusiones revolucionarias sobre la centralidad de la transformación del trabajo para la liberación [es decir de cambiar el mundo]». El sujeto que ha abandonado la intención, o nunca la tuvo, o no está dispuesto a pelear por cambiar el sistema que lo ataca y enferma, retrocede vencido hacia esa retaguardia que le ofrece su conciencia y desde allí se plantea su sobrevivencia individual:

El refugio en las relaciones puras es un amor a palos tras haber padecido la destrucción del mundo del trabajo como productor de subjetividades [sentirse un productor o creador], o haber visto desaparecer las formas de convivencia en el barrio como espacios de vida solidaria. Es sobre esa ausencia de los antiguos espacios de soporte social, sobre las ruinas de las escuchas espontáneas del patio de vecinos, o la taberna, donde se reclutan los clientes de los centros de salud mental.

Contrapone de un modo muy interesante pare reflexionar, en nuestras experiencias cotidianas, el balance entre lo ganado y lo perdido con el derrumbamiento de la cultura posmoderna, es decir, de aquella en proceso de su desestructuración, que da paso a este mundo de perplejidades:

En la actualidad hay un mayor equilibrio de poder entre los sexos pero hay una crisis de atención y cuidados. El altruismo ha entrado en crisis, pues adultos y jóvenes hoy en día no parecen estar muy dispuestos a sacrificarse por los demás porque están en una pseudoafirmación del yo, en un mundo en el que el placer inmediato parece estar sobrevalorado. Retorna en estos tiempos una especie de carpe diem. [“Carpe díem” es una locución latina que literalmente significa “disfruta el día”; quiere decir “aprovecha el momento”, en el sentido de no malgastarlo].

Es evidente que lo que nuestro doctor describe es un cuadro que encuentra sus manifestaciones más extremas en la Europa de hoy, pero que ya ha llegado a América. Sin embargo, aquí ha comenzado un proceso de recuperación desde un estado social semejante al europeo hacia algunas formas de vida más solidarias y esperanzadas. Esto no pretende decir que nosotros no tengamos este tipo de subjetividad, sino simplemente afirmar que la vamos dejando atrás de manera paulatina, aunque todavía tengamos mucho trabajo por delante.
Otro tema que propone, que me parece muy útil para pensar nuestra realidad, es el siguiente:

Por otro lado ¿cómo pueden los sentimientos convertirse en cemento social? «Permaneceré contigo mientras mi sentimiento me una a ti», me parece una formula suicida para cualquier relación. Creo que hay que instituir un tipo de crianza que genere obligaciones morales, que se base en promesas y en sentimientos de deuda con la generación anterior. Conviene articular la vida como un aprehender el testimonio de nuestros antepasados, porque ahora cualquier tipo de obligación es vivido como represión, y eso está generando una educación sentimental que, prometiendo el hedonismo, genera una infelicidad generalizada de inestabilidades y rupturas que de nuevo crean pseudo-necesidades psiquiátricas.

Lo que se ha supuesto como un paso adelante en el ejercicio de la libertad, sobre todo en las últimas generaciones, ha acarreado consecuencias que se manifiestan en el consultorio psicológico. Pueden, también, percibirse en la liviandad del tipo de relación que se establece entre la pareja:

Curiosamente esa inestabilidad generalizada de los vínculos amorosos se está viendo sobre todo en la clase obrera, donde la ruptura de los matrimonios supera ya el 60% entre los que tienen entre 20 y 30 años, pues la norma de estar en pareja solo mientras se está bien es ya un seguro de ruptura. En las páginas de divulgación psicológica del dominical del diario El País se decía, como si se tratase de un axioma matemático, que el amor dura un máximo de 5 años y que luego se convierte en hábito. Si a eso se suma un trabajo inestable, una vivienda en malas condiciones, y un mercado inmobiliario prohibitivo para los jóvenes, se generan unos saltos continuos de relaciones que en dos generaciones conducen a un caleidoscopio familiar que trastoca incluso la nomenclatura de las relaciones familiares clásicas.

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