Ricardo Vicente López
“Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección”.
Antoine de Saint-Exupéry – autor del Principito

Quiero contar una breve historia, antes de dar por inaugurada la nueva y segunda temporada de Mateando, dedicada esta a la Educación de la persona [[1]]. Una hermosa maniobra, impregnada de cariño, me fue impuesta cariñosamente por un grupo de viejos amigos – alumnos, conocidos, compañeros, personas todas ellas un tanto alejadas por mí por mi paulatina auto-reclusión al considerarme un jubilado, con toda la carga negativa de la palabra. Esto es algo que no les voy a perdonar y agradecer, al mismo tiempo. Yo me había dedicado a escribir, publicar en mi página web [[2]], por considerarme un retirado de la más hermosa y noble profesión, pero más desacreditada en estos tiempos: la de ser un docente. De ese encerramiento, en el cual fui prisionero y carcelero yo-mismo-de–mi-mismo, tiempo en el que me dije: “dedicate a lo poco que te queda”; y sumisamente acepté.
Sin embargo, sin saber que todavía me quedaban algunas batallas por la cultura por lo que debía incorporarme a enfrentarlas, por obligación moral. Esta obligación tiene como base la deuda que yo contraje con el pueblo argentino por haber transitado por todo el camino institucional del sistema educativo, desde mi ingreso en 1944 a la escuela primaria hasta mi egreso en 1972 de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, sin haber pagado nunca nada del costo que generaron mis casi treinta años de estudios. Yo, como se acostumbra a decir ahora, fui uno de los pocos que terminó el secundario; y fui el primero y único egresado, con un título universitario, de esa familia grande, clase media baja.
Agrego a ello que todo ese recorrido lo hice trabajando de empleado en diversas empresas: desde mis ocho años hasta los veinte repartiendo pan a domicilio y desde mis veintidós años, en que cumplí con el Servicio Militar obligatorio, y comencé a dar clases en el Instituto Superior Mariano Moreno, hasta mi jubilación en 2015 de la Universidad Nacional del Sur. Debo sumar, entonces, mi ausencia de las aulas por la expulsión de mis cargos universitarios en Buenos Aires por disposición del gobierno militar en 1976, catorce años de docencia, hasta que logré reintegrarme a la docencia en Bahía Blanca en 1984 hasta mi jubilación de la UNS en el 2015, treinta y un años más, suman un total de 45 años de docencia.
Es entonces, que un inesperado reclamo de un conjunto de todos aquellos que me conocían me llegó la más comprometida y sagrada orden: «¡levántate y anda! Dejá atrás el triste regocijo de la auto-piedad, desenvainá tu arma: la palabra oral y presentate en el campo de batalla de la Educación». Tenía que sumarme a los que también están luchando por los mismos objetivos: la defensa de la humanización de la persona – aunque esta frase suene como un disparate lingüístico — dejo la tarea de explicarla para los encuentros siguientes –.
En tiempos en los que se argumenta y se practica la destrucción de lo más bello de lo humano: el Amor, sosteniendo la práctica sistemática de un odio que ni siquiera el más fiero de los animales salvajes es capaz de ejercer sobre el otro — en ellos su fiereza es impuesta por el hambre–. Me lleva, entonces, a preguntarme ¿qué clase de odio es éste, ejercido contra todos aquellos que no aceptan tanta impiedad ciega, sin razones?¿Qué los empuja a los “libertarios de esta especie” para odiar así? Odian con una nueva variedad de los “odios sin razón”: sólo porque ser “un odiador” da prestigio entre ellos, “la manada de los odiadores-insultadores”, cuya necedad e ignorancia les da prestigio de bruto-ignorante, para ascender en la escalera que los hace sentirse superiores: ¡pobrecitos e ingenuos, suponen que la brutalidad es un mérito!
En nuestra Argentina estamos viviendo tiempos insalubres, ante el imperio de la pandemia del odio, que solo tiene un antídoto: el Amor sin condiciones, vacuna poderosa que nos protegerá del ataque de ese virus. Esa vacuna se denomina Educación, en el sentido más abarcador y profundo del concepto.
Entonces, ya pertrechado [[3]] con todo lo necesario para incorporarme al campo educativo, me presento con el derecho que me da más de cuarenta años frente a un aula, para llegar con mi palabra veterana, a toda persona, sin distinción de sexo, edades, formación anterior, creencias, ideologías; pero con una sola condición sine qua non –que significa literalmente ‘sin la cual no‘ [[4]]–; en este caso: “ser una buena persona”.
[1] Pido que se recuerde esta definición Educación de la persona, respecto de la cual me extenderé en los sucesivos encuentros.
[2] www.ricardovicentelopez.com.ar.
[3] Según la RAE: «Dispuesto o preparado con lo necesario para la ejecución de algo».
[4] Palabra que se emplea con el sentido de “condición indispensable para algo”.