Por Ricardo Vicente López
Primeras palabras
«Sabe que cuando el “sálvese quien pueda” rige los destinos de los individuos, las pasiones atávicas dominadas por el odio y el miedo levantan una densa neblina que al oscurecer el entendimiento y la comprensión de las causas de los problemas impide actuar sobre la realidad».
Mónica Peralta Ramos
Como un buen ejercicio intelectual, confrontaré con las explicaciones de un columnista habitual del diario La Nación, Alberto Benegas Lynch, hijo (1940), que se apoya en un Liberalismo muy retrógrada. Tanto que cuesta reconocerlo como heredero de los pensadores de los siglos XVII y XVIII, sobre cuya formación e ideas conocemos, según Wikipedia:
«Es un académico y docente argentino especializado en economía, administración de empresas y análisis económico del derecho, y uno de los primeros exponentes del pensamiento libertario en idioma español. Es doctor en economía y doctor en ciencia de la administración, es profesor universitario y ha recibido grados honoríficos de universidades de su país y del extranjero. Como docente, fue profesor titular en la Universidad de Buenos Aires y enseñó en cinco facultades: Ciencias Económicas, Derecho, Ingeniería, Sociología y en el Departamento de Historia de la de Filosofía y Letras. En sus obras Benegas Lynch expone su pensamiento económicamente y políticamente libertario, abarcando desde el liberalismo clásico hasta el anarco-capitalismo, pensamiento que él define como autogobierno».
Su nota del 6-1-14, cuyo inquietante título es La recurrente manía del igualitarismo, es presentada por el diario con la siguiente frase de aparente tono neutro:
«Más allá de las buenas intenciones, en las sociedades abiertas redistribuir ingresos es contraproducente, incluso para los más necesitados. Lo importante es maximizar los incentivos».
Comienza la nota con la siguiente afirmación:
«Con la mejor de las intenciones, seguramente, se machaca sobre la necesidad de contar con sociedades más igualitarias desde el punto de vista de ingresos y patrimonios. Pero esta visión, tan generalizada, es en verdad del todo contraproducente, y de modo especial para los más débiles y necesitados».
Escribo esto sostenido por una línea de pensamiento que reivindica una de las mejores herencias del siglo XVIII, tal vez la más importante, que ha calado muy hondo en el corazón y en las ideas de la mayor parte de los hombres de Occidente. Se expresa en las tres banderas de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad, cuyos valores recogen parte de la más vieja tradición judeocristiana, base de la cultura moderna. Por ello, al leer esta afirmación, partiendo del debido respeto por la pluralidad, me veo forzado a incorporar las ideas de este profesor en el desarrollo de estas notas.
Debo decir que mi convencimiento acerca de la necesaria igualdad —que no significa que todos reciban la misma retribución, como se sostuvo desde un comunismo infantil, que parece ser el contrincante contra quien argumenta— se sostiene en las investigaciones científicas de las últimas décadas [[1]]. Los primeros hombres, de hace unos doscientos mil años (homo sapiens-sapiens), vivían en comunidades nómadas igualitarias, a pesar de lo que se dice por ignorancia o por intereses inconfesables partiendo de una tesis arbitraria que sostiene el salvajismo de aquellos hombres. Dar por válida esta tesis permite afirmar la lucha de todos contra todos como condición natural, de la cual se desprende la primacía de los más aptos. Sigamos leyendo a nuestro pensador:
«La manía del igualitarismo lleva a los aparatos estatales a ocuparse de «redistribuir ingresos». Robert Nozick [[2]] ha escrito que le resulta difícil comprender cómo es que la gente vota diariamente en el supermercado sobre la base de sus preferencias sobre los bienes y servicios que más le agradan y, luego, los políticos se empeñan en redistribuir aquellas votaciones, lo cual significa contradecir las previas decisiones de los consumidores. Esto, a su vez, se traduce en un desperdicio de los siempre escasos factores productivos y, por consiguiente, en una reducción de salarios e ingresos en términos reales».
Calificar de manía a ideas de tan hondas y fecundas, tradición que ha plasmado en la modernidad occidental a partir del siglo XVI en una cultura de base humanista, ya supone un menosprecio no aceptable en quien luce un recorrido docente y académico como el expuesto. Se desprende del tono una soberbia de ilustrado que no debo pasar por alto.
El nudo central de su pensamiento radica en privilegiar el mercado por encima de la sociedad civil, al consumidor como más importante que el ciudadano. Cada uno de estos debe recibir sólo lo que merece, lo que se ha ganado en la competencia, el perdedor es víctima de sus incapacidades. Esta confusión conceptual, que no parece corresponda a los títulos que ostenta, tiene graves consecuencias ya vistas. Más aun, privilegia la libre elección de bienes y servicios como decisión fundamental del ejercicio de la libertad, libertad que exige como condición previa —que no menciona, pero de fundamental importancia—, disponer del dinero necesario para su ejercicio: la libertad de comprar. En síntesis: el ciudadano-consumidor ya votó en el mercado; entonces, ¿para qué sirve el voto democrático en la elección de representantes, que contradice las decisiones ya tomadas? Amigo lector le ruego que reflexione un momento respecto de tales afirmaciones.
Sigue argumentando, con una lógica encerrada en sí misma, con afirmaciones que no parecen necesitar demostración alguna. Utilizando la terminología de los clásicos del liberalismo económico, continúa:
«En una sociedad abierta es absolutamente irrelevante la diferencia entre los patrimonios de los diversos actores económicos, puesto que, como queda dicho, las diferencias corresponden a las preferencias de la gente puestas de manifiesto en el plebiscito diario con sus compras y abstenciones de comprar. Lo importante es maximizar los incentivos para que todos mejoren, y la forma de hacerlo es, precisamente, respetando los derechos de propiedad de cada cual».
En la sociedad abierta de la que habla — posiblemente los Estados Unidos de los 50 y 60—, la mayor parte de sus intelectuales del establishment sostenían que en los EEUU no existen las diferencias entre clases sociales, ¡¡Sí, tal como lo lee!. Allí impera la filosofía del self-made man, el hombre que triunfa por su propio esfuerzo. Hasta no hace tanto tiempo, hablar de clases era considerado el resultado de un marxismo ya superado. En las décadas siguientes, sobre todo desde los noventa en adelante, la crisis financiera les hizo tomar conciencia de que ellos también tenían pobres. A esto se refirió entonces el papa Juan Pablo II, cuando los definió como el Cuarto Mundo [[3]].
En esa sociedad abierta, no tiene el menor significado; sostiene que es irrelevante que unos pocos tengan tanto y unos muchos, muy poco (el 1% frente al 99%, como manifiesta el Occupy Movement [[4]]. Su explicación se acerca a lo ridículo cuando argumenta: créase o no, que las diferencias corresponden a las preferencias de la gente. En un país tan libre como los Estados Unidos, cada uno tiene la libertad de ser rico o pobre, es una elección de vida: los bebés en el vuelo de la cigüeña le informan a esta si prefieren hogares pobres u hogares de familias ricas, antes de ser depositados en sus primeras cunitas; y, como liberales que son respetan la elección con todo respeto de las libertades de esos niños.
En este juego de las elecciones, aparece una condición necesaria: respetando los derechos de propiedad de cada cual, sin averiguar cómo se obtuvieron las enormes fortunas mencionadas. No olvidemos que los incrementos de las últimas décadas provienen de la especulación financiera. Según nuestro articulista, esto debe quedar claro para las decisiones que tome cada quien en la vida, desde sus primeros pasos:
«Como los bienes y servicios no crecen en los árboles y son escasos, en el proceso de mercado (que es lo mismo que decir en el contexto de los arreglos contractuales entre millones de personas- (SIC) [[5]] la propiedad se va asignando y reasignando según sea la calidad de lo que se ofrece: los comerciantes que aciertan en los gustos del prójimo obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos».
Debo confesar, y espero que el lector sea compasivo conmigo, que me parece ver asomarse, en el modo de pensar del impávido Benegas Lynch, una especie de evangelismo ingenuo o estúpido:
«La suerte de las vidas individuales se juega en el mercado: la propiedad se va asignando y reasignando según sea la calidad de lo que se ofrece. Es decir: según le vaya, ganará más o ganará menos».
No se menciona la rama del cristianismo calvinista, porque en su doctrina está supuesta y manifestada la Doctrina de los Elegidos y la mano invisible de Adam Smith. Por lo tanto, no caben más discusiones: debe quedar claro que existe un elector de primera instancia, pero quien toma la decisión final es la instancia divina. ¿Qué sucede cuando la voluntad humana no acepta las decisiones divinas? Los resultados se presentan con toda claridad: aparece el fatal intervencionismo:
«Es obvio que esto no ocurre si los operadores están blindados con privilegios de diversa naturaleza, ya que, de ese modo, se convierten en explotadores de los demás y succionan el fruto de sus trabajos. Estamos hablando de mercados abiertos y competitivos, lo que desafortunadamente es muy poco usual en nuestros días».
Si la mano humana (interviene para corregir las desigualdades) se atreve a alterar el juicio de Dios (“la mano invisible”, de A. Smith) —que es la que pone orden en el mercado—, entonces todo el orden se desbarata y nos encontramos frente a este mundo de hoy. Ahora bien: la condición necesaria es el funcionamiento de mercados abiertos y competitivos (Teorema de Davos):
«El Foro Económico Mundial, también llamado Foro de Davos, es una organización no gubernamental internacional con sede en Cologny, que se reúne anualmente en la ciudad de Davos, y que es conocida por su asamblea anual en esta localidad».
El problema de nuestro sabio profesor es que nos encontramos en un mundo lleno de ateos que no se someten a las divinas decisiones (las que se suponen define la mano invisible); por tal razón, el mundo actual muestra una lamentable condición: la libertad de los mercados desafortunadamente es muy poco usual en nuestros días.
Sin embargo, hay quienes insisten todavía en reordenar el mercado “introduciendo una desastrosa justicia humana, llamada justicia social”. Leamos a nuestro profesor:
«La denominada justicia social sólo puede tener dos significados: o se trata de una grosera redundancia, puesto que la justicia no es vegetal, mineral o animal, o significa quitarles a unos lo que les pertenece para entregarlo a quienes no les pertenece, lo cual contradice abiertamente la definición clásica de «dar a cada uno lo suyo».
Me atreví a decir que el doctor Benegas Lynch (h) padecía de una ingenuidad evangélica, intentando pensar bien sobre él. Hemos terminado de leer su confesión, que podría ser traducida así: “Su Reino no es de este mundo”. Lo que postula es un mundo perfecto: de mercados abiertos y competitivos, de personas perfectas en el Reino de Dios, pero desafortunadamente es muy poco usual en nuestros días (¿cuándo lo fue?). El problema de la mala distribución de la riqueza, de que unos pocos acumulen tanto y otros muchos se mueran de hambre ¿se debe a la imperfección del funcionamiento del mercado? No es culpa de nadie, es una dificultad de la ausencia del mecanismo perfecto, hoy casi inexistente, si es que alguna vez funcionó.
A esta altura de lo recorrido, estimado lector, usted se preguntará:
«¿De qué se trata todo esto? Los argumentos de Benegas Lynch ¿son realmente esos? Porque tengo derecho a dudar de una palabra, tan poco creíble».
Le respondo: Amigo lector, para su tranquilidad la nota que estoy analizando está disponible en internet [[6]]. Se preguntará: ¿Cómo es posible que una persona con esa trayectoria académica, con su producción de textos, su carrera docente, pueda decir lo que estamos leyendo? La respuesta es sencilla, aunque muchas veces nada fácil de asimilar: es la ideología dominante., (made in USA). El lenguaje que utiliza, sus argumentos, sus demostraciones son moneda corriente en academias, en congresos de economía que están dominados por la ortodoxia conservadora (un caso similar a las Testigos de Jehová). Allá se lo denomina “el pensamiento del mainstream» [[7]].
En los Centros de Estudio de los países desarrollados, en el Foro Económico Mundial de Davos [[8]], en el Club Bilderberg [[9]], en el FMI, en el Banco Mundial, etcétera, donde se debaten los temas de economía, de ciencias políticas, de finanzas internacionales, el modo de pensar y actuar se subordina a esas premisas básicas. En esos círculos exclusivos, dominan los think tank, personalidades indiscutidas como titulares de cátedra, jurados de concursos, que predominan en los congresos internacionales, etc. Los debates se sostienen sobre un sólido cimiento teórico, incuestionable (aunque la realidad los desmienta), que comparte la mayoría, salvo algunos retoques de maquillaje.
Si me he detenido en estos detalles es para tomar conciencia de las enormes dificultades que deben enfrentarse cuando se desea alterar el rumbo de la ideología dominante: es el fundamento de la globalización, que avanza sobre los carriles de estos sólidos modos de pensar. Es un obstáculo que deberemos enfrentar, aunque el esfuerzo sea mucho. Algunos han denominado a ello la batalla cultural yo adhiero a la lucha, en todos los frentes: es una batalla por un cambio de las ideas. Ante la inequidad imperante, nuestro articulista, Alberto Benegas Lynch, nos dice:
«Sobre la base de la antedicha «redistribución de ingresos» se agudiza el desmoronamiento del esqueleto jurídico, puesto que la igualdad ante la ley se convierte en la igualdad mediante la ley, con lo que el eje central de la sociedad abierta queda gravemente dañado. Thomas Sowell [[10]] sugiere que los economistas dejemos de hablar de distribuir y redistribuir ingresos, «puesto que los ingresos no se distribuyen, se ganan», para lo cual es menester abolir todos los privilegios de los seudo-empresarios [[11]] que se apoderan de recursos, cosa que nada tiene que ver con la adecuada atención a las necesidades del prójimo».
Si uno se distrae, puede pensar, por un momento, que durante este párrafo sufrió un ataque de socialismo larvado. No es así. Esos pseudo-empresarios son los que pertenecen a pequeñas o medianas empresas, desplazadas del mercado por el dominio de las poderosas empresas multinacionales, y buscan alguna protección. Por otra parte, los desfavorecidos por la puja distributiva entre el león y los corderos deben aprender a derrotar al león; en caso contrario, aceptar el resultado de la competencia: “hay políticos que dicen: “si te gusta el durazno aguántate la pelusa”.
Lo que subyace en este modo de pensar es una antropología biologista, un darwinismo oculto que sostiene, desde el individualismo filosófico, el triunfo de los más aptos [[12]]. Pierden quienes no están en condiciones de ganarse lo que pretenden:
«Los talentos adquiridos son consecuencia de las condiciones naturales en la formación de la personalidad, con lo que no resulta posible escindirlos. En segundo término, nadie sabe -ni siquiera el propio titular- cuál es su stock de talentos mientras no se presente la oportunidad de revelarlos, y esas oportunidades serán menores en la medida en que los gobiernos «compensen», con lo que inexorablemente distorsionan los precios relativos».
Y agrega, para que no haya dudas:
«Todos los seres humanos somos únicos e irrepetibles desde el punto de vista anatómico, bioquímico y, sobre todo, psicológico. El igualitarismo tiende a que se desmorone la división del trabajo y, por ende, la cooperación social. Son indispensables las diferentes tareas».
Palabras finales
Amigo lector, para finalizar voy a darle una explicación personal. Cuando terminé el secundario tuve que elegir qué seguía. No recuerdo qué me llevó a inscribirme en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), al redactar estas palabras comprendí que no he tenido una motivación especial. Pero, por esa decisión de mi destino me encontré en un ambiente muy exigente, con un cuerpo de profesores, en su mayoría, de gran calidad académica; además, y esto es fundamental, de una vocación docente que se reflejaba en la relación docente-alumno. De no haber sido así (reflexiono ahora) no hubiera soportado las exigencias académicas que imponían.
Esa cuna intelectual es la responsable. En gran parte, de quien soy ahora: desde las exigencias de las lecturas hasta la vocación por la educación que recibí. Le cuento esto para que me comprenda algunos desplantes con giros de indignación que se me pueden haber escapado. Esto, creo que Ud. lo entenderá, me ha llevado a escribir esta nota; que debería haber titulado: Un gorila conferencia ante jóvenes inocentes y les inculca una doctrina prehistórica, con aires de sabiduría. Todo ello avalado por el diario de Doctrina La Nación, que lo cobija como columnista.
[1] Remito a la página www.ricardovicentelopez.com.ar. Para la lectura de mi trabajo El hombre originario, de libre disponibilidad.
[2] Filósofo y profesor de la Universidad de Harvard (1938-2002), considerado una de las mentes más preclaras del liberalismo contemporáneo, expresada en su ya clásico Anarquía, estado y utopía, en la que se ubica como un representante del anarco-capitalismo.
[3] El concepto “Cuarto Mundo” se creó en principio para designar, para rehabilitar, tanto en Francia como en el resto del mundo, la consideración hacia una población, ciertamente empobrecida, pero en pie, digna y en lucha contra la miseria.
[4] Occupy Wall Street (en español Ocupa Wall Street o Toma Wall Street, fue una rama de la acción de protesta Movimiento 15-O que desde el 17 de septiembre de 2011 ha mantenido ocupado el Zuccotti Park de Lower Manhattan en la Ciudad de Nueva York, Estados Unidos.
[5] La palabra sic (en latín: sic, lit. ‘así’) es un adverbio latino que se utiliza para indicar que se cita, tal cual, un término o una frase.
[6] Consultar http://www.lanacion.com.ar/autor/alberto-benegas-lynch-h-2998.
[7] Cultura principal o mainstream (anglicismo que literalmente significa ‘corriente principal’) es un término utilizado para designar los pensamientos, gustos o preferencias predominantes en un momento determinado en una sociedad, en este caso las Academias.
[8] El Foro Económico Mundial (FEM) Davos, Suiza, es una organización internacional que reúne en su seno a los más destacados líderes políticos del mundo de los negocios, para auspiciar un foro de debate sobre políticas prometedoras para el desarrollo en el futuro.
[9] El club, conferencia, grupo o foro Bilderberg es una reunión anual a la que asisten aproximadamente las 130 personas más influyentes del mundo, mediante invitación.
[10] Pensador y economista liberal estadounidense (1930). Su aplicación de la lógica de la economía a distintos ámbitos sociales lo ha conducido a un modelo de pensamiento liberal.
[11] Tiene razón en este punto: empresarios lo que se dice empresarios son los de las multinacionales, los demás…. Es decir las pequeñas y medianas empresas…
[12] Conceptos malinterpretados de las investigaciones de Darwin, quien no afirmó nunca esa barbaridad filosófica.