Ricardo Vicente López
«Transformar la realidad está íntimamente relacionado con una transformación interna, propia. Quien no se atreve a transformarse a sí mismo, no puede transformar nada».
Máximo Kirchner- político y diputado nacional argentino.
Parte I
Primeras palabras.- Estamos viviendo un período excepcional que impone exigencias en diversos ámbitos de nuestra cotidianeidad. Lo que se pone de manifiesto es que el sistema político, el mundo, las instituciones (locales, nacionales, internacionales…) ya no están a la altura de las necesidades que van apareciendo. Es un tiempo sorprendente, en el que los sucesos nos desbordan, comienzan a dar lugar a una serie de consecuencias, que merecerían un análisis más pormenorizado. Aunque soy consciente de que gran parte de nosotros carecemos de las capacidades necesarias, y de los medios, para elaborar un análisis que pudiera responder a estos acontecimientos. Además, no son muchos los que advierten que estamos atravesando un tiempo extraordinario, y esto agrava el cuadro general; lleno de anuncios potenciales que producirán un escenario mundial de características difíciles de prever.
Esos anuncios exigen una capacidad de detección muy afinada, que la cultura superficial de estas últimas décadas no promueve ni valora; es más: la desprecia. La banalidad se ha establecido como el valor más representativo y cultivado. Esto tiene un reflejo bastante evidente si se presta atención a la chatura en la que ha ido cayendo la dirigencia política nacional e internacional. Lo más difícil, para la conciencia media del ciudadano de a pie, personaje manipulado desde el final de la II Guerra mundial. Esto no debe ser entendido como una descalificación, es más bien, uno descripción. Estas personas, otrora, por regla general, buenas e ingenuas, fueron atacadas por los escuadrones de periodistas, entrenados en las escuelas de comunicación, fundamentalmente estadounidenses, que han convertido en el espacio público en un campo de batalla, sin muertos, sólo estupidizados, por el show business.
1.- En estos días recordaba yo una reflexión que, hace ya un tiempo, en una charla de amigos, algunos de ellos con vocación y dedicación para el análisis de la política internacional, allí se planteó esta reflexión: En el tiempo posterior al final de la II Guerra mundial, los cincuenta y los sesenta, estaban al frente de los gobiernos de los países más importantes del mundo, personalidades que, con muchas y profundas diferencias, demostraban un nivel excepcional entre los políticos con responsabilidades de Estado, esos que hacen la historia. El juego se estableció haciendo un paralelo entre dos épocas: los cincuenta-sesenta frente a los noventa en adelante. Se puede observar lo siguiente:
«Para ese primer tiempo: Dwight Eisenhower o John F. Kennedy (EEUU), Winston Churchill (Reino Unido), Mao Tse tung (China), Joseph Stalin (URSS), Konrad Adenauer (Alemania), Charles de Gaulle (Francia). Para el segundo: Ronald Reagan y George Bush (EEUU), Anthony Blair (Reino Unido), Helmut Kohl (Alemania), Lionel Jospin (Francia) y probablemente algunos más pero no muchos. Este listado no tiene en cuenta más que sus capacidades políticas para ser un Jefe de Estado, más allá de sus cualidades morales».
Tal vez, amigo lector, Ud. no tenga una opinión definida sobre varios de los nombrados, pero lo que debo subrayar es que la estatura política de los primeros está muy por encima de los segundos. ¿Qué nos puede decir esto? Una respuesta posible es que el nivel exigible para ocupar esos cargos políticos, cargos valorizados, por ello apetecidos. Para gran parte de ellos fue perdiendo exigencias, avanzada la segunda mitad del siglo XX. Le acerco una sospecha mía: la gran mesa de las decisiones político-estratégicas más importantes, quiero decir allí donde se miden las calidades de cada quien para tomar las decisiones fundamentales. Las apetencias se fueron trasladando de los cargos políticos de los países a los puestos jerárquicos de las grandes multinacionales. Se puede decir, con otras palabras: el poder se alejó de la política para concentrarse, cada vez más, en el mundo de las grandes corporaciones. Tomar este dato como punto de referencia me permite arriesgar algunas consideraciones.
Es muy difícil suponer qué sucedió. Pero es evidente que las grandes decisiones abandonaron el ámbito de la política partidaria. Nos es aceptable la hipótesis de que se haya producido un salto genético. Sin embargo, es evidente que las personalidades más destacables: por su formación profesional, su nivel cultural, etc., han ido alejándose de los pasillos de la política y ese vacío haya sido ocupado por los representantes de la mediocridad reinante. En este sentido el avance del marketing político, bajo la influencia de la Escuela estadounidense, fue reemplazando el modelo europeo de dirigente, por la publicidad de los especialistas del show business.
Degradando la política de aquellas enseñanzas de Aristóteles o Maquiavelo, a la chatura del self-made-man repleto de dólares: las campañas políticas, bajo las normas del genio, sobrino de Freud, Edward Bernays [[1]], se fue transformando el perfil de los CEOS[[2]] de las grandes empresas. Los políticos con aspiraciones presidenciales fueron advirtiendo que el verdadero poder se estaba concentrando en el nivel empresarial. Esto se ve corroborado por el hecho de que casi todos los candidatos a presidentes de los países más importantes pasaron a rendir examen en los encuentros de Davos:
«El Foro Económico Mundial reúne a los principales líderes empresariales, líderes políticos internacionales, así como periodistas e intelectuales selectos, a efectos de analizar los problemas más apremiantes que afronta el mundo; se fue imponiendo el modelo de gestión de las empresas de los EEUU. En ese camino, en el 2005, el Foro estableció la Comunidad de Líderes Jóvenes del Mundo, compuesta por políticos de variada procedencia, menores de 40 años, y de disciplinas y sectores diversos. Los líderes participan de la “Iniciativa 2030”: la creación de un plan de acción para alcanzar la visión de cómo será el mundo en 2030».
Creo que queda claro dónde está el centro del poder mundial. Es allí donde se fijan las políticas, en sus líneas generales, que se acuerdan en las reuniones anuales del Foro, en las cuales se definen los lineamientos globales. Es allí donde terminan de formarse los cuadros políticos del gobierno global. Cumplida esa etapa. En la cual se califican y clasifican los egresados, estos se encaminarán hacia el gobierno de los países centrales. Hay, como es de rigor, una segunda línea de mediocres que repiten el catecismo y andan a los tumbos, esperando poder prestar servicio, para ello se van adaptando a esa modalidad del ser político…(made in USA) algunos triunfan: son aceptados y adoptados, otros cubrirán los puestos administrativos de los diversos países y empresas.
A veces, inoportunamente, aparece por la periferia un rebelde que se planta ante todos y propone otro modo de pensar apoyado por sus pueblos. Son raros… pero los hubo, los hay y los habrá.
2.- Por el intento permanente de someter el camino de la Historia a los planes de los poderosos, se presentan tiempos en que comienzan a percibirse ciertas turbulencias, más o menos importantes, como una especie de advertencia de la periferia de que no está muy conforme con el orden impuesto. En otros momentos la Historia se enoja, se encapricha, rechaza la orientación que van tomando los hechos, y va acumulando disconformidades que, de vez en cuando, estallan alterando las grandes líneas trazadas.
No siempre sus fuerzas alcanzan para romper todo y se va acomodando a la nueva situación. En las últimas décadas se fue haciendo, cada vez más claro, que la estructura impuesta ya no puede soportar, por mucho tiempo más, las tensiones que los conflictos originados en apetencias enormes que fueron acumulando. En esos tiempos se van preparando las condiciones de una confrontación de grandes dimensiones, un enfrentamiento con las pretensiones de los poderosos. La palabra que asusta a los poderosos, pero que en condiciones extremas se impone es Revolución.
El Doctor François Chesnais – Profesor emérito de la Universidad de París XIII, economista francés; Profesor asociado de la Universidad de París, además forma parte del consejo científico de Attac [[3]], nos ofrece una reflexión un poco escéptica:
«Que el capitalismo encuentre límites que no puede franquear no significa, en modo alguno, el fin de la dominación política y social de la burguesía, menos aún su muerte, pero abre la perspectiva de que arrastre a la humanidad a la barbarie. El reto está en que quienes son explotados por la burguesía o no están atados a ella encuentran los medios para separarse de su mortífero recorrido».
El Profesor José Yorg, de la Red de Docentes de América Latina y del Caribe, incorpora al análisis la irrupción de la pandemia que ha alterado el cuadro de situación imperante con tensiones contradictorias, para mal y para bien, y responde desde una mirada más esperanzadora
«Quizás hoy, como nunca antes, se habla de la necesidad de un comportamiento solidario en el mundo ante el devastador coronavirus y la urgencia de neutralizarlo. Pero el capitalismo propugna otros pensamientos como el egoísmo, la mezquindad, el individualismo, ¿Entonces?»
Queda flotando la pregunta como una muestra de que los análisis unilineales no alcanzan a comprender la complejidad del momento. Como ejemplo de ello podemos leer esta nota, que lleva un título que contiene una denuncia que nos obliga a pensar: «Estamos ante gobiernos débiles enfrentando asuntos complicados»:
«Jesse B. Bump, Profesor de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard, dice que la pandemia nos va a recordar la importancia de la solidaridad. “Las epidemias no se pueden derrotar a nivel individual. Tienen que ser un esfuerzo colectivo”. La solidaridad social es un hábito que se adquiere por medio de la educación y su práctica. Allí está entonces la educación cooperativa escolar y universitaria que muchas veces encuentra bastantes reticencias en ámbitos de decisores políticos educativos que traban su efectiva incorporación en el sistema educativo. ¿Es una contradicción? O es el peso gigantesco de la tradición conservadora».
Sin embargo, debemos preguntarnos:
¿El coronavirus acabó con el capitalismo o sólo abrió tal posibilidad? La pandemia del coronavirus y del dengue es un alerta al mundo de la furia del neoliberalismo ante su bancarrota, pues es éste el promotor de estas enfermedades a través de sus experimentos en el campo de las contiendas comerciales biológicas y de la crisis farmacéutica no controlada.
Parte II
“Los pueblos se amodorran pero
el destino cuida de que no se duerman”.
El poeta lírico Friedrich Hölderlin (1770-1843)
La situación dramática, que quedó expuesta en la nota anterior, expone con toda claridad la injusticia social: deficiencias estructurales sanitarias, la pobreza, la marginación y al mismo tiempo la opulencia desmedida de los sectores privilegiados, que han impuesto sistemas democráticos corrompidos. Como nunca, tal vez, también estamos en una disyuntiva de hierro con respecto al pago de la deuda externa. Si se paga no habrá posibilidad de mejora social y económica. Todos estos elementos nos orientan a concluir que el modo de organización capitalista es incompatible con la vida misma, puesto que de cualquier manera la propagación de estos virus es de responsabilidad absoluta del modo capitalista y nada nos asegura que superado esta emergencia o paliado como es el caso del dengue, se presente otro virus.
El Analista político para diversos medios, Cristian Taborda nos recuerda unas reflexiones de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) en sus “Escritos corsarios”, en los cuales pinta un cuadro dramático del mundo en que vivimos:
«Este nuevo fascismo, esta sociedad de consumo, ha transformado profundamente a los jóvenes, les ha tocado en lo íntimo de su ser, les ha dado otros sentimientos, otros modos de pensar, de vivir, otros modelos culturales. Ya no se trata, como en la época mussoliniana, de un alistamiento superficial, escenográfico, sino de un alistamiento real que les ha robado y cambiado el alma. Lo que significa, en definitiva, que esta civilización del consumo es una civilización dictatorial. Si la palabra fascismo significa prepotencia del poder, la sociedad de consumo ha realizado cabalmente el fascismo».
Todos estos elementos en análisis son, en realidad un recordatorio de que el capitalismo ya entró en su fase de descomposición irreversible, sin embargo, la subjetividad, la conciencia sobre esta bancarrota del capitalismo no está todavía asumida en toda su magnitud. Sin dudas que el pensamiento arraigado profundamente en las personas constituye el mayor escollo para comprender que el capitalismo, como sistema socio-económico de la humanidad, está agotado. Debe, irremediablemente, cumplir con las leyes de la Historia, como lo hicieron la Edad Antigua y la Edad feudal: hace público su proceso de disolución ya en marcha. A diferencia de etapas anteriores la burguesía capitalista tejió una red cultural que se autosatisface. Pero la senectud histórica tiene pasos inevitables que, lentamente, se cumplirán. El ejemplo de la monarquía feudal que se negaba a dejar paso a la pujanza burguesa del siglo XVIII, terminó con el asalto a la Bastilla:
«La toma de la Bastilla se produjo en París el 14 de julio de 1789. A pesar de que la fortaleza medieval conocida como la Bastilla solo custodiaba a siete prisioneros, su caída en manos de los revolucionarios parisinos supuso simbólicamente el fin del Antiguo Régimen y el punto inicial de la Revolución francesa».
De eso, planteado desde otro ángulo, nos habla la Profesora Amparo Merino de Diego [[4]] en su artículo “¿Crisis económica o agotamiento de un modelo de pensamiento?”, publicado en el Portal “Economistas sin fronteras”, allí reflexiona en estos términos:
«De hecho, si nos distanciamos un poco de nuestros pensamientos automatizados, no es difícil ver la actual crisis como expresión de los conflictos que se producen dentro de una gran burbuja, cuya dimensión va más allá de la especulación financiera o inmobiliaria. Dicho de otro modo: si nos imagináramos a nosotros mismos observando esa burbuja desde fuera, podríamos ver que la crisis actual es una consecuencia natural de la evolución histórica que han seguido el pensamiento económico y el modelo capitalista de producción y consumo. Esto confirma las teóricas ventajas de la forma de pensamiento que hay detrás de estos beneficios y, por tanto, se unen más y más seguidores convencidos de sus bondades. Y, si la duración de esa burbuja se prolonga durante siglos, esto dificulta siquiera la posibilidad de imaginar otras formas de pensar y de funcionar sustancialmente diferentes. Un nuevo modelo de pensamiento que pone a la economía como un instrumento para alcanzar una vida buena, plena y con sentido; y a la finitud de la Naturaleza como su límite físico fundamental».
Entonces, la virulencia dañina y arrasadora del impacto de la aparición en escena mundial del coronavirus en medio de una importante guerra económica, como les gusta decir a ciertos personeros del poder militar “son daños colaterales”, sólo que esta vez evidencia, para quien quiera verlo, el agotamiento del capitalismo: por estar traspasando sus límites esenciales. Parece, cada vez más evidente, que ya dio todo de sí, y está imposibilitado de reciclarse, es decir, ya no le queda nada que dar para el presente y futuro de la humanidad: sólo más de lo mismo, desigualdad creciente, y por tanto, se autodestruye. El capitalismo parece haber creado su propio demonio y su verdugo: el coronavirus.
Los sistemas económicos no funcionan en el aire, sino que están bien anclados en principios o creencias que, en cada contexto cultural, social e histórico, sustentan las decisiones de los agentes que participan en ese sistema. Principios que, repetidos sin cesar, acaban asumiéndose como dogmas.
La Profesora Merino de Diego avanza en su análisis:
«Por ejemplo, la idea de que el trabajo, la tierra y otros bienes puedan ser objeto de compra; la superioridad del mercado para determinar valor y precio; o la supremacía de la propiedad privada, parecen haber estado ahí siempre tal y como lo entendemos ahora. Lo que ya se alcanza a ver es que esto hoy ya no es así. La evolución del pensamiento económico vigente es coherente con el pensamiento de la Ilustración, en un mundo que se suponía que funcionaba como una máquina perfecta y en el que el único conocimiento válido era el racional».
Su crítica al pensamiento que impera en nuestras universidades es demoledora, las califica como pensamientos automatizados. Si nos detenemos a reflexionar sobre lo dicho nos enfrentamos al desafío de poner nuestro pensamiento en un nivel crítico: este puede liberarnos para movernos hacia otros modos del pensar que, aun inconscientemente, avalan y justifican todavía el capitalismo imperante. Entonces, la ceguera que esto produce nos impide salir de la burbuja intelectual en la cual se desenvuelve la vida académica. Por ello nos propone la Profesora:
«Si nos imagináramos a nosotros mismos observando esa burbuja desde fuera, podríamos ver que la crisis actual es una consecuencia natural de la evolución histórica que han seguido el pensamiento económico y el modelo capitalista de producción y consumo».
Efectivamente, ésta es la analogía que hace Peter Senge (1947) [[5]] cuando aplica el funcionamiento de las burbujas especulativas a toda una época:
«Sin duda, la era industrial y capitalista ha generado importantes beneficios a millones de habitantes del planeta. Esto confirma las teóricas ventajas de la forma de pensamiento que hay detrás de estos beneficios y, por tanto, se unen más y más seguidores convencidos de sus bondades. Pero, si la duración de esa burbuja se prolonga durante siglos, esto dificulta siquiera la posibilidad de imaginar otras formas del pensar y de funcionar sustancialmente diferentes. Sin embargo, igual que crece el número de beneficiarios en una burbuja, también lo hacen las tensiones y las contradicciones que se producen entre la lógica que rige en su interior y la realidad exterior más amplia».
Una tensión evidente, de las que señala Peter Senge es, nada menos que la profunda crisis ecológica global:
«Sólo en las últimas décadas, la especie humana ha transformado los ecosistemas más rápida y extensamente que en ningún otro período de tiempo comparable de su historia, en gran parte para resolver las demandas rápidamente crecientes de alimento, agua potable, madera, fibra y combustible. Así lo evidencia el informe de Naciones Unidas de la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio. Concluye el estudio que la degradación de los servicios que prestan muchos ecosistemas está constituyendo un claro obstáculo para la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio: reducir la pobreza, el hambre y la enfermedad».
Esta burbuja centenaria se ha forjado sobre unas creencias en torno a lo que es el comportamiento humano, perfectamente representadas por el modelo del homo economicus: el homo maximizador de utilidades, hedonista e individualista el que encaja perfectamente con el funcionamiento de una economía que resulta incompatible con la sostenibilidad global por varias razones.
La consecuencia de la perspectiva individual del ser humano frente a su dimensión social conlleva las consecuencias desastrosas que nuestro planeta padece. Una explicación de esta ignorancia debe ser atribuida al silencio mortal que los grandes medios internacionales esparcen sobre el planeta:
«La manipulación de los medios de comunicación consiste en una serie de técnicas relacionadas entre sí con las que miembros de un determinado grupo crean una imagen o una idea que favorece a sus intereses particulares».
Y aún menos relevante, para el modelo del homo economicus, es la dimensión espiritual del ser humano, que supone sentirnos identificados con otros seres humanos y no humanos, así como con la Tierra como un todo. Sin embargo, la vertiente social y espiritual es tan real y tan propia de la naturaleza humana como la dimensión individual. La prueba se encuentra en su permanente expresión a través de comportamientos altruistas, del cuidado de los otros y de sentimientos compasivos. Compasión que implica, más allá de entender el sentimiento ajeno, experimentarlo como propio.
En definitiva, el homo economicus produce un mundo teóricamente coherente, pero simplista, miope y, en la práctica, autodestructivo. Ciertamente, la crisis de sostenibilidad se basa en una economía que funciona al margen de los procesos y los ritmos de la Naturaleza; una economía que ignora que vivimos en un planeta finito, marcado por complejas interconexiones. Y la supervivencia de nuestra especie, así como el reconocimiento de los seres no humanos, implica fluir con los procesos de la Naturaleza (desde la prudencia y el conocimiento disponible).
Fluir con esos ritmos es incompatible con subordinarlos a los vaivenes de las fuerzas de los mercados, independientemente de qué “revolucionarias tecnologías” puedan acudir a “resolver” el problema. Entonces, ¿se encuentran en la idea de “sostenibilidad” principios mentales que nos ayudarían a salir de la burbuja en la que nos encontramos?
Para responder a esta pregunta, no podemos olvidarnos de la idea de “desarrollo sostenible”, que nació de añadir el término “sostenibilidad” a esa idealización que supone la idea de “desarrollo”.
El desarrollo sostenible se ha generalizado en el discurso que acompaña a la actividad económica, pero no ha ido ligado a un rediseño sustancial en los mercados y en los procesos de producción y consumo (ni en los marcos institucionales en los que operan). Éstos siguen respondiendo a la lógica del beneficio y del rendimiento sobre la inversión pero no (o de modo muy secundario) a los límites y los rendimientos de la Naturaleza o al objetivo de una vida buena. En su lugar, la expresión “desarrollo sostenible” y, por analogía, “sostenibilidad”, han tendido a significar en la práctica la continuidad en la extracción de recursos, en la expansión de todo tipo de bienes y en la permanente acumulación de capital.
A pesar de lo anterior, “sostenibilidad” también ha supuesto un territorio terminológico en el que se puede vislumbrar y expresar el reconocimiento de un modelo de pensamiento agotado y la emergencia de otro nuevo. Un nuevo modelo de pensamiento que ponga a la economía sólo como un instrumento para alcanzar una vida buena, plena y con sentido; y a la finitud de la Naturaleza como su límite físico fundamental. Equivale a decir: que sea consciente de que el esquema epistemológico emergido de la escuela newtoniana, en la que impera la matematización de la naturaleza, es útil para ciertas dimensiones del cosmos [aunque la física moderna ya la ha cuestionado], pero muy rígida para la dimensión en la que rige la vida; vegetal, animal y/o humana.
Quiero cerrar estas reflexiones con las palabras de Bertholt Brecht (1898-1956); dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, trascendió por su obra La ópera de los tres centavos. Su pensamiento dejó sus huellas internacionales y es un punto de referencia para la filosofía actual:
«El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio del arroz, del pan, de la harina, de la ropa, del calzado y de los medicamentos, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan estúpido que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. El imbécil no sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que son el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales».
[1] Para este tema es imprescindible ver El Siglo de Yo, o El Siglo del Individualismo, es un documental británico realizado en 2002 por Adam Curtis que se centra en cómo el trabajo de Sigmund Freud, Anna Freud y Edward Bernays ha influido en las corporaciones y en sus modos de hacer negocios.
[2] CEO significa chief executive officer, lo que se traduce como director ejecutivo. El CEO es el máximo ejecutivo de la empresa y sobre él recaen grandes responsabilidades, como tomar las decisiones más importantes.
[3] Está presente en 38 países. La Asociación por la Tributación de las Transacciones Financieras y la Acción Ciudadana (Attac) es un movimiento internacional que promueve el control democrático de los mercados financieros y las instituciones encargadas de su control mediante la reflexión política y la movilización social, y en particular promueve un impuesto a las transacciones financieras.
[4] Es Investigadora y Profesora en el Departamento de Dirección de Empresas de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), a cargo de cursos de grado y postgrado; También imparte docencia en Métodos de Investigación Cualitativa a candidatos a doctorado. Es miembro de la comisión académica del programa de doctorado en la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad Pontificia Comillas.
[5] Ingeniería de la Universidad de Stanford; Maestría en el MIT y doctorado en management. Es el Director del centro para el Aprendizaje Organizacional del Instituto Tecnológico de Massachusetts.