La subjetividad en la modernidad  

Ricardo Vicente López

Para ampliar el marco socio-cultural de nuestro momento social, presento un cuadro histórico-cultural dentro del cual podremos enmarcar ese momento. Nos ha tocado vivir en una cultura, la hispanoamericana, pletórica de virtudes, producto de una herencia en la que se ha entrelazado, en los comienzos de la modernidad, siglos XV-XVI, lo mejor de la hispanidad; esta se había enriquecido con la coexistencia musulmana durante siete siglos. A pesar de que esos invasores originados en la península ibérica, no han tratado a los pobladores originarios como hubiera sido deseable. Esas convivencias, produjeron mestizajes que enriquecieron al conjunto con las riquísimas tradiciones de antiguas vertientes: todo ello cristalizó en esta tierra formando al hombre americano: una nueva y joven estirpe que se desparramó por nuestras tierras.

Todo ello está presente entre nosotros: los criollos americanos. A pesar de que las invasiones de culturas imperiales envejecidas, (europeas y estadounidenses), con su prepotencia, han intentado convertirnos en ciudadanos globales, vaciados de las riquezas heredadas con las que crecimos como personas libres, dando ejemplos a muchos pueblos del mundo [[1]]. 

Vivimos en un mundo que cambia, eso no es nuevo, ya nos lo había advertido el griego Heráclito (540-480 a. C), con su sentencia: «Ningún hombre se sumerge dos veces en el mismo río». Pero ese cambio hoy se produce a una velocidad que se manifiesta en la inestabilidad de los conceptos que utilizamos para captarla y comprenderla. Esta reflexión está suponiendo que nosotros somos observadores externos, que juzgamos el mundo en que vivimos, desde una posición de personas pensantes; esto es parte de esta realidad, pero lo que se nos está escabullendo es que: «eso que observamos y analizamos somos, con todos sus matices, también nosotros mismos».

Clara Shorlandman, Doctora en Ciencias Sociales, nos ofrece una descripción aproximativa:

«Estudiamos cómo fue el cambio de subjetividades en la época qué ha pasado, con el sujeto que nosotros entendíamos como el sujeto moderno y después cómo es el sujeto actual. Vemos síntomas y su manera de participación social. Las características del sujeto actual son: es un sujeto del consumo, de la acción, de pocas palabras y que ha transformado también el tiempo; para él el tiempo es un instante. Es un tipo de subjetividad para la cual han cambiado los padecimientos y la posibilidad de tratarlos, pero también cambiaron los vínculos sociales».

Se puede afirmar, con una frase paradójica:

«El tiempo que transcurre es un tiempo de cambio, que todo lo modifica, con las peculiaridades de cada caso, pero ese cambio, no lo podemos impedir, somos sujetos y objetos de ese proceso. Sin embargo, queda todavía la posibilidad de domesticarlo, si nos lo proponemos».

Pero, como ocurre tantas veces, el concepto escapa de lo conocido y tradicional para adoptar nuevas significaciones, afrontando otras problemáticas con base en el nuevo contexto de su utilización (al menos parcialmente). Es, en cierto sentido, un proceso enloquecedor que no debemos mirarlo desde la tribuna, dado que ello nos impediría actuar sobre él para condicionarlo a nuestros ritmos y modos preferidos. Sin ignorar que también juegan intereses poderosos:

«Una transición es, por definición: incierta, caótica. Ahora bien, creo que los poderosos del mundo intentarán impedir que la situación se agrave sin esforzarse ellos por cambiarla en una dirección que les permita confluir en un nuevo sistema que preserve lo esencial: la jerarquía diferenciada entre unas clases y otras».

Esto nos remite a la sabia sentencia política del Conde de Lampedusa [[2]], quien calmaba a los revolucionarios garibaldinos, que querían destrozar todo, diciéndoles: «Es necesario que algo cambie para que todo quede como está». Filosofía que asumieron los socialdemócratas europeos, de la Tercera vía, ante los avances de las revoluciones socialistas. Hoy se puede comprobar los resultados en la decadencia de la Europa actual.

Nosotros ante los desafíos del poder imperial de las multinacionales

“Así como la flor de loto nutre su pureza en el fango oscuro y tenebroso de los pantanos, las turbulencias de las crisis también albergan la luminosidad de un cambio”.

                                                                                      Mónica Peralta Ramos

En una cierta medida, el proceso histórico, depende de todos nosotros, pero esto nos coloca frente al problema: ¿Quiénes somos ese nosotros? Y esta es la pregunta más difícil de abordar por todo lo que entraña en este mundo decadente. Podría comenzarse por decir, como una primera aproximación: los seres humanos, las personas que habitamos este planeta; con mayor precisión: los hijos del Occidente moderno, los que vivimos involucrados, nos guste o no, inmersos en la cultura globalizadora. Ésta se caracteriza por el individualismo, por la competencia con el otro, por el sálvese quien pueda. No faltará alguien que se moleste al oír estas definiciones. La lectura de unos versos de Discepolín pintan este mundo: «Vivimos revolcados en un merengue, y, en el mismo lodo, todos manoseados». Es necesario un poco de reflexión y autocrítica.

Al circunscribir el universo que estamos estudiando, nos enfrentamos, entonces, a un concepto, más cercano, más presente, pero más huidizo: nosotros mismos. Y esto que pareciera ser el tema más sencillo, por el contrario lo complejiza más. Tenemos que colocarnos frente al espejo, desnudarnos por completo, quedar en carne viva, para pensarnos sin contemplaciones, sin atajos ni agachadas. Recordando la advertencia del pensador Carlos Marx (1818-1883):

«Los filósofos [agrego yo: todos aquellos que intentamos pensar] no han hecho hasta ahora más que interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo». [pero también nosotros debemos transformarnos, o en el viejo lenguaje cristiano: convertirnos, entendiendo esto como, según el diccionario: “hacer que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era”].

Partiendo del supuesto de que, tanto entonces como lo es ahora: este mundo no es justo, no es equitativo, en fin, no es humano. Lo que corresponde, entonces, dice Marx, es transformarlo. Es decir, comprometernos, en la medida de cada uno de nosotros, en la construcción de uno mejor; esa construcción comienza por nosotros mismos. Esta afirmación, en tiempos de tanto escepticismo inculcado, puede caer hoy, en un profundo pozo vacío, sin que muchos se molesten por ello.

Preguntado el psiquiatra español, Doctor Guillermo Rendueles (1948), Licenciado en Medicina por la Universidad de Salamanca y Doctor en Medicina por la Universidad de Sevilla, respecto de cómo se ve este tema desde el consultorio, responde:

«A la consulta psiquiátrica llegan hoy multitud de pacientes que la utilizan a modo de Muro de los lamentos en donde descargan malestares cotidianos que traducen una miseria sentimental y un sufrimiento generalizado, imposibles de solucionar desde los espacios de la Psicología [esto abre camino a la filosofía]. Estrés es el nombre que traducen al diagnóstico psicológico: las personas no piden interpretaciones de sus trastornos, dada su falta de coraje para intentar transformar sus condiciones de vida. Lo masificado de las consultas psiquiátricas, por las que llega a pasar el 50% de la población del área sanitaria, explicita la ruina psicológica de la multitud postmoderna, que traduce allí, a la intimidad de cada persona, lo insignificante y vacío de su cotidianidad».

Respecto de la subjetividad actual, continúa afirmando:

«Renegaron ellos de las ilusiones revolucionarias sobre la centralidad de la transformación del trabajo para la liberación [es decir cambiar el mundo]».

La persona que ha abandonado tal intención, o nunca la tuvo, o no está dispuesta a pelear por cambiar el sistema que lo ataca y enferma, retrocede vencida hacia esa retaguardia que le ofrece su conciencia y desde allí se plantea su sobrevivencia individual, triste y vacía.

«Se pone en evidencia que el panorama anterior ofrecía algo que ha desaparecido, lentamente, sin que hayamos tomado nota de ello: la ausencia de los antiguos espacios de soporte social, sobre las ruinas de las escuchas espontáneas del patio de vecinos, o la taberna, donde se reclutan los clientes de los centros de salud mental».

En la actualidad hay un mayor equilibrio de poder entre los sexos pero hay una crisis de atención y cuidados. El altruismo ha entrado en crisis, pues adultos y jóvenes hoy en día no parecen estar muy dispuestos a sacrificarse por los demás, dado que están en una pseudo-afirmación del yo, en un mundo en el que el placer inmediato, desplaza los verdaderos placeres del espíritu. Los inmediatos y efímeros parecen estar excesivamente sobrevalorados.

Por otro lado, ¿cómo pueden los sentimientos convertirse en cemento social?: «Permaneceré contigo mientras mi sentimiento me una a ti», suena como una fórmula suicida, pero de plena vigencia para las relaciones actuales.

Después de estas confesiones amargas de este profesional, debemos pertrecharnos para la batalla que se avecina; él confiesa, desde las limitaciones de su especialidad:

«Creo que hay que instituir un tipo de crianza que genere obligaciones morales, que se basen en promesas y en sentimientos de deuda con la generación anterior. Conviene articular la vida como un aprehender y recuperar el testimonio de nuestros antepasados, sin olvidar que ahora cualquier tipo de obligación es vivida como represión, y eso está generando una educación sentimental que, prometiendo el hedonismo, genera una infelicidad generalizada de inestabilidades y rupturas que de nuevo crean, constantemente  “almas vacías”».


[1] Para más información se puede leer mi cuadernillo América es el continente de la esperanza, inédito

[2] Giuseppe Tomasi, duque de Palma y príncipe de Lampedusa (1896-1957); escritor italiano autor de la novela El Gatopardo (1958), en la que retrató la decadencia de la nobleza rural siciliana durante la época de la unificación nacional.

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