Hace no mucho tiempo hablé de los que hemos pegado la curva de la vida, doblado el codo dicen los muchachos del turf, y hemos encarado la recta final. Esto tiene, sin lugar a dudas, sus desventajas, más hoy con tanto juvenilismo, Pero tiene sus ventajas, que debemos rescatar para reivindicar nuestra condición de veteranos (que viene del latín viejo, pero que suena menos agresiva). El haber vivido bastante pasa hoy por ser una especie de desgracia natural. No digo un cataclismo, pero tal vez un viento muy fuerte que desbasta muchas cosas a su paso. Sin embargo, mirado desde otra óptica otorga alguna sabiduría (virtud en desuso en estos tiempos en que los/as veteranos/as hacen esfuerzos denodados para emular a los jóvenes). Probablemente, por ello los jóvenes nos miran con cierto desprecio, parecido al que le dedican a un mueble viejo o u un disco de pasta de tangos. Pensar que en las sociedades tradicionales se los colocaba en un Consejo de Ancianos para consultarlos sobre cómo resolver algún problema, (hoy a los ancianos no les piden consejos, se los dan: morite pronto).
Decía, entonces, que tratando de encontrarle alguna ventaja a esta etapa de la vida me detuve a observar las campañas electorales en curso. Antes era suficiente escuchar o leer las plataformas de los diferentes partidos políticos para saber que proponían y decidir cuál nos convencía más. Eran tiempos en que los partidos políticos eran instituciones respetables y ser dirigente político daba porte de persona seria, ilustrada y de bien. Comprenderán las sensaciones y sentimientos que a uno lo embargan al intentar hacer alguna comparación. Los grandes debates ideológicos que los enfrentaba, los análisis de las propuestas políticas, el conocimiento que se tenía sobre la trayectoria moral de los candidatos. (Casi se me escapa el “¡qué tiempos aquellos!”, pero me reprimí). Con sólo mirar los cuadros que hay (o debe haber) en el Congreso o en la Casa Rosada uno entiende de inmediato que están diciendo “nosotros éramos gente seria” (al menos reían poco).
Recuerdo que mi padre recibía el Diario de Sesiones de las Cámaras de Diputados y Senadores y leía los discursos de aquellos dirigentes que eran grandes oradores: Lugones, Palacio, de la Torre, Balbín, Frondizi, etc. Y me repetía alguna frase elocuente y bien construida, alguna metáfora profunda, alguna referencia poética, etc., mientras me miraba dando a entender que debía tomarlos de ejemplo. Ambas cámaras estaban integradas por personas de grandes ideales, patriotas, o así lo creíamos y, para aquellos tiempos eso era bastante.
Yo me debato hoy en una tiniebla de dudas. Observo lo que ocurre ante mis ojos, me detengo a oír a nuestros dirigentes, trato de descubrir cuáles son las ideas que sostienen sus postulaciones, comprender a qué partido pertenecen, qué trayectoria tienen en esos partidos, y es muy poco lo que puedo sacar en limpio. No quiero caer en la actitud de un viejo melancólico que critica todo porque nada lo complace. Quiero vivir acorde a estos tiempos, entender el mundo que nos ha tocado, ser parte de él. Pero, por favor, les ruego que me entiendan: no puedo, necesito ayuda. Pero no se preocupen, me voy a dormir y mañana estaré mejor.