Las ideas de cada época han sido siempre el resultado de una larga y dura batalla para imponerse. Desde Sócrates para acá, pasando por el de Nazaret, Juana de Arco, Galileo, Marx, Einstein, Menem (Táchese lo que no corresponda) etc., todos ellos fueron parias incomprendidos en vida, y muchos pagaron muy caro su osadía de contradecir las ideas imperantes. Por ello habrá sido que el de la Palestina dijo “nadie es profeta en su tierra”. El caso de Einstein me llevado a algunas reflexiones que quiero compartir con Uds.
Después de mucho pensar y de llenar de cuentas cuanto cuaderno le ponían enfrente se atrevió a contradecir a Newton, y si no lo contradijo en algo no estuvo de acuerdo. De allí sacó esa disparatada idea de la relatividad por la cual anunció que el tiempo modifica la distancia, o la distancia achica el tiempo, o algo parecido. Esto dio lugar a que a algún romántico se le ocurriera sostener que “dicen que la distancia es el olvido”. Pero en una muestra más de lo difícil que es modificar las ideas de la gente agregó de inmediato “pero yo no concibo esa razón”. Testarudo, como muchos otros. De allí en adelante, pero mucho tiempo después, la gente comenzó a reconocer la verdad de lo que el sabio había sostenido, aunque no se comprendiera bien de qué se trataba. Y el lenguaje cotidiano incorporó la famosa frase “todo es relativo”. De ahí en más, cuando no se tenía argumentos suficientes para rebatir alguna afirmación en medio de un debate, aparecía la frase salvadora. No se decía nada, pero sonaba a profundo.
Así las cosas, con esto de que la relatividad era el camino para entender el mundo real, ya ni en el tiempo ni en las distancias se pudo creer porque la velocidad de la luz modificaba todo. Le dieron la razón a nuestro máximo profeta de los cafetines, si todo es relativo, entonces: “verás que todo es mentira, verás que nada es amor”. De lo cual yo saco la siguiente conclusión: si todo es relativo lo es también el espacio, donde estés depende de donde está el otro. De este modo somos occidentales porque miramos el mapa con el Atlántico en el centro, por culpa de la ignorancia de Mercator. Si hubiera colocado el Pacífico en el centro seríamos orientales.
¿Comprenden ahora porque no hay más izquierdas ni derechas en la política, sino sólo centristas? La culpa de todo ello la tiene Einstein, porque los políticos, lectores atentos de la física de la relatividad, comprendieron que se podía ser de derecha sólo con respecto a los zurdos, y éstos lo eran porque había derechistas. Pero se desmoronó el Muro y desapareció la izquierda, que se fue transmutando de a poco en Socialdemocracia, luego en Tercera vía y después en… (nosotros que hace rato estamos “en la vía” nunca pudimos encontrar esa tercera). Y lo mismo le ocurrió a la derecha, se fue cayendo hacia el centro. La velocidad con que esto sucedió achicó las distancias. Está claro, el problema es cosmológico.