Hemos llegado a disfrutar de una maravillosa democracia en la que se puede opinar sobre todo. Tenemos la tranquilidad que esta democracia está garantizada por Busch (el de la W) que se ha impuesto la titánica tarea de implantarla en todo el mundo. Cierto es que el muy obstinado a veces se pasa de impetuoso, pero no puede negarse que sus propósitos son nobles. La democracia se ha ido desarrollando en los Estados Unidos desde los Padres Fundadores hasta nuestros días. Pero el pragmatismo anglosajón se ha mostrado muy flexible en cuanto a la formulación jurídica de esa democracia. Por ello a aquella acta fundacional le fueron haciendo Enmiendas para adecuarla a las cambiantes situaciones históricas. Las enmiendas vienen a ser como parches que se le van agregando, pequeños retazos que se le colocan a una tela, algo así como sucesivos zurcidos, de modo que algunos ya no recuerdan cómo era el paño original.
Será, tal vez, por ello que a ciertos islámicos les cuesta tanto entender eso de la democracia occidental. Ellos intentan leer lo que se escribió y luego pretenden corroborar en la práctica que lo escrito se convierta en realidad. En esto demuestran la distancia que hay entre el pragmatismo anglosajón y el idealismo musulmán. Pretender que las leyes se reflejen en la vida cotidiana es suponer que ya llegó el paraíso a la tierra. Ellos son prácticos, sobre todo los norteamericanos. Ellos rezan todos los domingos, agradecen a Dios antes de cada comida, y como ya han limpiado su alma, después le pegan al alcohol en todas sus variantes, se divierten con algunas otras cosas. Pero todo ello no altera su moral puritana.
En cambio, los musulmanes tienen una actitud dogmática ante el alcohol y otras “yerbas”. A uno le cuesta mucho entender tanta rigidez. Se horrorizan ante lo que ellos llaman la “lujuria de occidente” porque ellos enclaustran a sus mujeres dentro de sus casas y las tapan desde la cabeza a los pies. No son democráticos como los norteamericanos que les dan la libertad a sus mujeres de bailar desnudas en el caño en cuanto bar existe. (En esto no han sido muy originales, copiaron todo esto a Tinelli que es el verdadero creador de tanta libertad de expresión).
En occidente se respetan todas las profesiones, y hasta se las incentiva y se las aplaude. Por ello la más vieja profesión es desempeñada en todo el mundo libre a la vista de todos. Y como se pregona el libre mercado se traen chicas de diversos países para que desarrollen su vocación. El libre comercio, que no reconoce fronteras, posibilita que en París, como en muchas otras ciudades europeas, uno pueda encontrar mujeres polacas, rusas, chinas, etc. Ejerciendo su vocación sin ningún impedimento. Acá, en la periferia, se pueden ver dominicanas, paraguayas, colombianas, porque el cambio no nos favorece. Esta es la razón por la que escasean las rubias, pero en cuanto volvamos al “uno a uno” volveremos a importar de todo.
Es cierto que América, la parda, está pasando por un momento de gran confusión, por ello nos cuesta, tal vez como a los musulmanes, comprender todas las virtudes del libre mercado y la democracia estadounidense. Por eso, creo yo, que rechazamos el ALCA. Pero es evidente que es mucho más fácil oponernos a ciertas medidas económicas que a la homogeneización cultural. Nos oponemos al libre comercio con los EE. UU. pero comemos hamburguesas a reventar, usamos un mal inglés y en lo posible reemplazamos el vetusto idioma de Cervantes por el moderno “lunfardo de Harlem”.