Siguiendo el tema de la nota anterior se puede leer en un informe publicado en junio por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el aumento de la demanda de biocombustibles está produciendo cambios fundamentales en los mercados que pueden resultar en un aumento de los precios internacionales de muchos productos agrícolas. “El informe, titulado Perspectivas de la Agricultura: 2007-2016, afirma que factores temporales como sequías y bajas reservas pueden explicar el reciente aumento del precio de los commodities agrícolas. Pero se están produciendo cambios estructurales que bien podrían mantener los precios nominales relativamente elevados de muchos productos agrícolas en la próxima década”, advierte.
La polémica instalada por sectores empresariales de los EE. UU. sobre la importancia de los bíocombustibles, entre quienes descolló por su actuación mediática el señor Al Gore con sus premios, deben alertarnos respecto de estas maniobras. El cambio más importante es la presión por la necesidad de utilizar más cantidad de hectáreas para la siembra de cereales, azúcar y oleaginosas y aceites vegetales para producir etanol y biodiésel, sustitutos de combustibles fósiles. Esto sostiene los precios de las cosechas y, en tanto que el costo de las raciones es mayor, también incide en el precio del ganado.
Este cambio en el uso de la tierra, de la producción de alimentos a la de combustibles, está haciendo sonar algunas alarmas. Jean Ziegler, relator especial de las Naciones Unidas para el derecho a la alimentación, dijo el 26 de octubre en una conferencia de prensa que debería haber una moratoria de cinco años en la producción de biocombustibles, “ya que es un crimen contra la humanidad convertir en combustible cultivos que pueden ser utilizados como alimento”. Y añadió: “Los biocombustibles están promoviendo un aumento de los precios de los alimentos mientras existen en el mundo 854 millones de personas que padecen hambre”.
Otro informe reciente de la FAO, titulado Perspectivas de cosechas y situación alimentaria, afirma que los precios internacionales del trigo han experimentado un fuerte aumento desde junio, alcanzando precios récord en septiembre debido a una reducción de la oferta mundial, bajas reservas y una demanda sostenida. Los altos precios de exportación y el aumento en el costo del transporte “impulsan al alza los precios internos del pan y de otros alimentos básicos en los países en desarrollo que dependen de la importación, y provocan tensión social en algunas áreas”. El alza en el precio de la harina de trigo, y su posible traslado inflacionario al pan y la pasta, han acaparado las noticias de la prensa que habla de estos temas sacándolos del contexto dentro del cual se produce el fenómeno económico globalizado.
Se estima que los países en desarrollo gastarán globalmente este año una cifra récord de 52.000 millones de dólares en la importación de cereales. Por lo tanto el problema del precio de los cereales es un tema de Estado, por lo que debería no ser utilizado en la chicana política. Se impone sumarse a los esfuerzos por encontrar una solución aceptable que respete los intereses de todas las partes en juego, dentro de las cuales el alimento de la población debe tener prioridad absoluta. No puede ser sometido este problema a la encarnizada lucha mezquina por el reparto de las utilidades que ofrecen hoy los altos precios internacionales.