Para una mayor claridad me parece que la interpretación más aceptable es la que sostiene que, propiamente, no hay problemas o cuestiones juveniles, sino problemas sociales que se reflejan o se condensan en los jóvenes. Repitiendo la ya dicho: son los jóvenes los que han asumido el difícil papel de contestarios ante una sociedad que prefería callar y someterse a normas y valores que eran muy difícil sostener. Eran la expresión y el reflejo de temas que los excedían, pero que como no podía ser de otro modo adquirían rasgos propios y específicos. De manera semejante a como se manifiestan con su propia especificidad otros grupos sociales y/o generacionales. Pero, si en ello quería verse la anticipación de un futuro posible, lo que hay que decir desde ahora es que los jóvenes no anticipan el futuro, sino que concentran las tensiones del presente. Ellos no son lo que la sociedad será, son lo esta sociedad en parte ha hecho de ellos.
La juventud ha sido convertida, simultáneamente, en una edad de moda y en una edad modelo, y lo ha sido en el marco de una sociedad que ha debido soportar la pesada carga de ver y padecer una aceleración del ritmo de vida desconocida antes. Que ha visto como se desmoronaban tantas supuestas verdades eternas, como se caían en pedazos los modelos que habían sostenido conceptos fundantes de nuestros modos de ser. Por lo tanto debe quedar claro, según mi opinión, que los problemas o las preocupaciones de los jóvenes no son problemas o preocupaciones juveniles, son temas de todos nosotros que fueron asumidos por ellos para poder sobrevivir.
Además, la pretendida categoría social jóvenes es un modo de meter dentro de una bolsa una pluralidad de temas y problemas que pretende caracterizar la realidad juvenil, como toda generalización lo hace de cualquier segmento social. No es más que una abstracción que puede ser útil a los fines del análisis, pero que comienza a distorsionar la realidad en cuanto suplanta a ésta en nuestro pensamiento: achata y superficializa lo que se pretende comprender. Aunque sólo sea por claridad mental, deberíamos dejar de hablar de la Juventud (y, por lo tanto, de sus supuestos defectos y virtudes) y hablar de los jóvenes, como una manera modesta de reconocer la pluralidad de formas de pensar y vivir que podemos hallar entre la población juvenil, como entre toda la población, por otra parte.
Esto es difícil, sin duda, puesto que en los últimos años nos hemos habituado a percibir a los jóvenes desde un modelo paradigmático de lo que es ser joven y de lo que tiene que ser un modelo de joven, puesto que ante la mirada de los adultos es tema de desvalorización o de imitación enfermiza simultáneamente. Por otra parte, en un contexto de cambio cada vez más acelerado, el discurso tradicional sobre los jóvenes se convierte rápidamente en obsoleto. Esto lo perciben ellos en esos discursos que deben escuchar sobre el pretendido deber ser, dicho desde una cultura que ya no sostiene esos valores, por lo que se torna un diálogo de sordos. Ya no puede verse al joven (ni vivir la propia juventud) bajo los parámetros del sacrificio y de la preparación para un futuro, entendido como la entrada en unas formas de vida ya básicamente establecidas. Esto ignora que las puertas de esa entrada están cerradas para una porción muy grande de ellos.
Y lo más grave que ellos sienten, aunque muchos no estén en condiciones de verbalizar esos sentimientos, es que el mundo que les mostramos es lo opuesto al que decimos que debe ser. Además, y esto vuelve más grave aún la cuestión, el mundo real que ellos ven es el resultado de lo que hicimos y dejamos que otros hicieran, lo cual nos quita gran parte de nuestra autoridad moral ante ellos.