Un sacerdote español, reflexionando sobre la participación de los cristianos en la política, se decía, con cierta ironía, que recibe las consultas más absurdas respecto de si ciertas conductas son pecaminosas, muchas de ellas realmente muy graciosas. Y, a continuación agregaba: «Pero lo que nadie me ha preguntado jamás es si se comete o no se comete pecado cuando uno se abstiene de votar en unas elecciones. Por lo visto, a los cristianos se nos enseña una moral en la que entra todo, menos la política». Me pareció una aguda cuestión que apunta a un tema acuciante hoy. La participación en la política, que no debe ser confundida con ser parte de un partido político, aunque esto no significa ningún menosprecio por esa decisión, por el contrario. Dado que en estos tiempos se ha convertido en un tema repetido el hablar mal de los políticos, de sus corrupciones, sus inmoralidades, etc. Decimos que las cosas van mal porque los políticos son unos ineptos o unos sinvergüenzas. Y nos quedamos muy tranquilos. Pero no tomamos nota de una consecuencia tremenda: que muchas cosas siguen mal y algunas muy mal, y que los pronósticos podrían no ser alentadores, de seguir siendo sólo un espectador.
Pero, lo sorprendente es que nuestra conciencia se queda tranquila porque estamos convencidos de que todo depende de los que gobiernan. Cuando debiéramos saber que, en realidad, todos somos responsables de lo que pasa. Y somos responsables ante todo por lo que hacemos, pero también por nuestra pasividad. Detengámonos en este aspecto del tema. Hay personas que dicen, con tono moral, poniendo énfasis: «yo no me meto en política», subrayando el mérito de no hacerlo, como si dijera yo no soy un delincuente. El que dice eso, en realidad, está lejos de advertir que en política nos metemos todos y estamos metidos todos, por más que estemos lejos de comprender que eso sea así. Hacemos gala de un falso apoliticismo que, no debe escapársenos, es nada más que un modo del desentendimiento de los problemas sociales, bajo pretexto de no ser parte de la corrupción política. El sacerdote José María Castillo afirmaba hace muchos años, desde una España muy buena para algunos y que empeora para otros:
Lo que pasa es que, normalmente, el que dice que no se mete en política, es una persona a la que le va bien con la política que hacen los que mandan, sean funcionarios o poderes internacionales. O sea, es un individuo que está de acuerdo con el gobierno de turno. Y, por tanto, no se preocupa para que las cosas mejores, cambien o se hagan de otra manera. Por otra parte, el que asegura que es apolítico, lo que realmente dice es que está de parte del status quo, por más que, cuando habla con los amigos, critique a los gobernantes. No nos engañemos. Es verdad que, cuando el sistema político es una dictadura, las posibilidades de participación se reducen a la protesta o a actuar en la clandestinidad, cosas que entrañan riesgos evidentes y que suponen vencer el miedo por encima de lo que suele dar de sí la condición humana. Pero es evidente que, en un sistema democrático, al menos cuando llega el día de las elecciones, es una responsabilidad muy seria la que pesa sobre la conciencia de cada ciudadano. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hay demasiadas cosas que pueden ir mejor y tienen que ser mejor gestionadas por el que salga elegido en las urnas.
Es muy duro Castillo con sus juicios, pero no le falta verdad. Cuando se habla de responsabilidad no significa sólo la participación el día de las elecciones, aunque esto no deja de ser importante, pero los problemas de la gente que lo pasa mal, por causa de un mal gobierno o un gobierno deficiente, o por los impedimentos que se le interponen, no se arreglan sólo con ir a votar.
One comment to “Democracia y esperanza (I)”
One comment to “Democracia y esperanza (I)”
muy interesante, nuestros paises requieren con urgencia madurar y desarrollar la idea de democracia,la idea de libertad política cuya expresión de desarrollo es la libertad económica, no los populismos fracasados de ayer hoy tan moda en naciones hernanas.