Lo que he venido diciendo no debe entenderse en el sentido proselitista de que tenemos el mejor gobierno posible. Estamos muy lejos de ello. Pero, también quiero decir, que me aterra la posibilidad de que una oposición chata y ramplona que hace de su oficio el exclusivo ejercicio de oponerse, adquiera más poder. Un funcionario del Confer comentó entre allegados que en uno de los foros, respecto de la nueva ley de radiodifusión, dirigentes de la oposición le dijeron en un aparte que ellos estaban de acuerdo con lo que proponía pero que votarían en contra para no dársela a “los Kirchner”.
En un medio importante como es Le monde diplomatique su director para el cono sur, Carlos Gabetta nada oficialista afirmaba: «Si el gobierno puede acusar con cierto fundamento a la mediocre, anacrónica derecha opositora y a sus medios de comunicación de hacer una política “destituyente” es porque, en efecto, el sistema sigue siendo muy frágil. En el caso de una “destitución”, el sector que pasaría a gobernar no gozaría de estabilidad». Aparecen entonces dos conceptos: “política destituyente” y “la mediocre, anacrónica derecha opositora”. Veámoslos primero la “oposición”.
La condición de “oposición” está en directa relación con el criterio de democracia que se tenga. Una personalidad académica indiscutida como Giovanni Sartori en su escrito ¿Qué es la democracia?, sostiene «definir la democracia es importante porque establece que cosa esperamos de ella». Lo que podemos observar, como ya vimos, es la pobre y lineal definición «una persona un voto» restringe el concepto a una visión meramente instrumental que se juega sólo en el día del comicio. Es decir, la ciudadanía puede optar entre las ofertas que nos muestran las listas y definir por quiénes se inclina. Terminado el recuento se vuelve a su casa a mirar por televisión la consecuencia de ese acto colectivo. Tenemos una variación a esta propuesta. Es la que ofrece De Narváez confiar en que él sabe y puede, por ello lo llamé Mr. Músculo, hay que creer en sus potencialidades aunque nunca las haya demostrado. En este caso es un simple acto de fe, casi se podría decir que es una versión política de los “pastores electrónicos”.
La pluma de Gabetta sigue: «La sociedad argentina se acerca a un punto de inflexión: deberá cuajar un proyecto sólido –económico, político, social, cultural, institucional- o desbarrancarse. Arrancar hacia un futuro o resignarse a un período de caos y decadencia». Creo que es esto lo que está en juego. Ante ello se puede pecar de preciosismo y exigir que aparezcan los mejores hombres y mujeres que puedan encarnar este proyecto y llevarlo a la práctica. Pero acá se incuba un pecado de ingenuidad. Esos mejores hombres y mujeres deberían emerger de nuestra sociedad y ella no muestra las mejores condiciones para formar personas de esa calidad ética ni se muestra muy proclive a elegirlas (como lo demuestra, en parte, el rating de Tinelli o la programación de la TV toda, o la calidad de los medios de comunicación).
Somos parte integrante del problema y como tal es muy difícil que de allí surja la solución. Esto puede sonar muy pesimista pero creo que es así. Me refiero a que estamos en una etapa en que muchos pensaron “que se vayan todos” y luego volvieron a elegir entre los mismos. Es que no había otra posibilidad, una camada de dirigentes de mayor calidad no se forma en meses, requiere una largo esfuerzo colectivo, una apuesta solidaria hacia un mundo mejor, una participación colectiva que se involucre en el quehacer social, político, cultural, etc., que vaya desarrollando desde abajo nuevas formas de participación y representación. Dentro de esa práctica se irán forjando las mejores personas que puedan “cuajar un proyecto sólido” como pide Gabetta.
Bien, pero y mientras tanto ¿Qué debemos hacer? Mi opinión personal, que sólo tiene el valor de un testimonio, es que debemos estar muy atentos en la defensa de todo lo que se ha conseguido desde ese 2001 hasta acá, se deba a las razones que se quieran esgrimir. Tener un discernimiento claro respecto de aquellos que quieren y pueden hacer esto, diferenciarlos de los discursos vacíos que encubren la intención de recuperar privilegios perdidos, o de los otros que sólo quieren volver a ocupar un puesto público y para ello se ponen al servicio de los “amos de la Nación”. Si se logra esto, con lo poco y pobre que es, creo que hemos dado un paso adelante, aunque para ello haya que elegir a muchos que no lo merecen.