Este es un buen momento para dirigir la mirada hacia atrás buscando razones que nos permitan comprender cómo hemos llegado hasta acá y por qué. El golpe militar de 1976, en la Argentina, significó un punto de inflexión a la curva del posible desarrollo de las naciones independientes y soberanas en América Latina. Fue un proceso que reconoce viejas raíces pero que, para nuestra investigación, no deseo ir más atrás de esa fecha. A partir de allí comenzó una prédica pertinaz, a la que se sumaron la mayoría de los medios de comunicación masiva, en los primeros años dijeron que por falta de libertad dijeron, después de 1983, sólo por dinero. Esa prédica intentó convencernos, con bastante éxito por cierto, de que el Estado era un mal que acarreaban los países subdesarrollados, era una especie de «papá» castrador que impedía liberar las fuerzas económicas para un despegue hacia una sociedad más rica.
Los países centrales eran el modelo en el que debíamos mirarnos. Sus instituciones eran la matriz de nuestro posible desarrollo, su cultura era el motor del desarrollo necesario. Esa liberación de las fuerzas sólo era posible dejando a su libre arbitrio la actividad de los «individuos emprendedores». Para ello era necesario levantar los impedimentos que trabaran su capacidad productiva, de modo que pudieran desplegar todas sus energías en el escenario del «mercado». Esta doctrina de la libertad económica, con algunos altibajos, no perdió fuerza en la década de los ochenta y exhibió sus mejores esplendores en los noventa. Las consecuencias están a la vista.
Pero, para los fines que me propongo, será necesario poder detectar y comprender cómo fue posible que se pudiera desarrollar un plan tan devastador, ante la mirada de todos nosotros. Si bien hubo voces que alertaron hacia donde nos encaminábamos, los resultados electorales de los últimos veinte años dan prueba de la incapacidad colectiva, como comunidad nacional, para preservar la salud de los bienes socio-culturales. Nuestra incapacidad para haber previsto el desenlace de ese proceso es un tema que nos debe llevar a la reflexión compartida, como camino posible para salvar lo que sea posible y no volver a permitir tales desarreglos, que nos llevarán mucho tiempo reparar. Y, en mi opinión, y aquí se centra el nudo de este tema: la desorientación de nuestras ideas básicas respecto de qué debemos ser, la facilidad con que aceptamos tales engaños y desaciertos, la impasividad con que permitimos la llegada al poder de «bandas» de saqueadores, debe ser el tema principal de nuestro aprendizaje colectivo.
No deseo plantear el tema en términos de culpabilidad colectiva, es una palabra demasiado fuerte. Si bien puede decirse que toda pasividad posibilita la actividad de otros, y en este sentido hay una especie de corresponsabilidad. Me parece más importante como enseñanza a recoger descubrir las telarañas ideológicas que se tendieron delante de la mirada colectiva. Ese entramado de ideas: el camino individual, la competencia en la que triunfan los mejores, la libertad económica como marco de la libertad de los hombres, el éxito como medida de las actividades, etc. se presentaron como las Tablas de la Ley cuyo cumplimiento aseguraba la llegada a la Tierra prometida, la de la riqueza, del bienestar, del consumo, en fin, la de la felicidad del tener. ¿Cómo es que logramos exactamente lo contrario? Tal vez, y esto puede parecer mefistofélico, estamos en un momento en el cual es necesario reflexionar seriamente sobre cuánto de lo que pasó está todavía presente, puesto que estamos a tiempo de rehacer cosas para elegir el mejor camino posible para reemprender la marcha.