Un tema insoslayable cuando de diálogo se trata es el problema del lenguaje. Para todo aquel, como es mi caso, que está relacionado con jóvenes continuamente no puede dejar de horrorizarse por el uso del idioma que se observa en el lenguaje coloquial. La pobreza de palabras es un dato importante. La Real Academia Española sostuvo, a partir de un estudio que realizó, que nuestra lengua se compone de una cantidad aproximada a los treinta mil vocablos, de ellos el habla culta, concepto un tanto ambiguo pero que podemos entender a que hace referencia, utiliza entre tres mil y cinco mil palabras. El lenguaje periodístico no maneja más de mil y el lenguaje cotidiano una quinientas. El de los jóvenes no más de doscientas cincuenta. Lástima que no estudiaron cuántas utilizan muchos personajes de la televisión, y cómo las utilizan. Probablemente el estómago de los académicos españoles no pudo soportar tal indigestión.
Esto puede parecer un modo peyorativo de referirse al habla de la gente en general, pero debe tenerse en cuenta que el pensamiento se maneja con conceptos, razón por la cual a mayor cantidad de ellos mayor será la riqueza de ideas que pueda producir, dicho de otro modo: la pobreza de palabras muestra pobreza de pensamiento. No debe interpretarse lo que digo como un ataque a los jóvenes, ellos no son más que el resultado del mundo en el que nacen. Ellos son las víctimas, permítaseme esta expresión, de nuestro desinterés por este tema. Nuestra generación, la anterior, y las que siguen, no han mostrado mayor interés en este problema. Sólo se escandalizan cuando se publican los resultados de exámenes de ingreso a alguna facultad y se comentan, hasta con cierta jocosidad, las barbaridades que se escriben. Sin embargo, cuando se toma conciencia de los rating de algunos programas, lo que equivale a millones de personas que los ven, debemos reparar en cómo se habla en ellos u cuáles son nuestra respuestas ante ese tema.
Debemos agregar otro tema que está ligado a lo dicho. Diego Rosemberg comenta la publicación que ha hecho la Universidad Nacional de General Sarmiento de un diccionario que presenta 1.300 neologismos extraídos de la prensa nacional entre 2003 y 2005. Aparecen una cantidad de vocablos referidos a la economía y a los derechos humanos. «Su análisis permite leer los cambios sociales, las tensiones políticas y las modas que atravesaron el país en los últimos años». Andreína Adelstein, coautora de este estudio, dice que «El trabajo revela la sociedad post crisis», y habla de cuáles han sido las preocupaciones más importantes que quedan reflejadas en los nuevos vocablos: «La cantidad de nuevos términos económicos que se incluyeron en del lenguaje cotidiano habla de la importancia que tuvieron las finanzas en todos estos años. “Riesgo país”, “default”, “megacanje”, “tercerización”, “formador de precios”, “base monetaria”, “cuasimoneda”, “off shore, “holdout”, son apenas un puñado de ejemplos que se suman a otros preexistentes». Hay muchos otros que ya se utilizaban pero que las investigadoras consideran también son neologismos por no haber sido incluidos en ningún tipo de diccionario de español o de argentinismos hasta esta publicación, como son los casos de “hiperinflación”, “deuda externa”, “convertibilidad” o “microcrédito”.
Cuando, en una nota anterior, yo señalaba los cambios en los valores de nuestra cultura debemos ver ahora como ellos quedan claros en esta nueva terminología y preguntarnos: ¿Qué significa que empiecen a utilizarse de forma cotidiana todos estos neologismos? ¿Cuáles son las preocupaciones que refleja el habla de los argentinos al expresarse con estos vocablos? ¿Cuál ha sido la sustitución de valores, cuáles por cuáles otros? Tal vez podamos encontrar allí una pista de lo dicho más arriba. Otro dato altamente significativo es lo que señala Inés Kuguel, otra de las investigadoras: «Cuando consultamos a algunos economistas para que nos especifiquen las definiciones de estos neologismos, nos comentaban que la primera vez que los habían visto no fue en los diarios, sino en los documentos que hacían circular los organismos internacionales para sugerir las políticas que se debían aplicar en el país», equivale a decir que la utilización de esos neologismos se debe a la lectura de documentos producidos en organismos internacionales financieros cuyos objetivos tienen fines muy claros. Dime qué palabras utilizas y te diré a qué intereses respondes…
Y una perlita más, en su última visita a Argentina, la periodista canadiense Naomi Klein manifestó que: «El ex ministro de Economía Domingo Cavallo le había admitido en una entrevista que a los capitalistas les entusiasma que la población tenga miedo en situaciones de crisis porque pueden avanzar más fácilmente con sus programas y sacar mayores ventajas». No parece casual, entonces, que las investigadoras hayan descubierto que buena parte de estos nuevos términos connotan pesimismo y sensaciones de temor. Esta afirmación debe ser largamente repensada.
En el conflicto desatado el pasado año por la implementación de las retenciones móviles resultó interesante, para estas investigadoras, analizar «cómo algunos medios fijaban posición utilizando la palabra “paro” o la expresión “lock out”, según editorializaban a favor de los ruralistas o del gobierno respectivamente. También fue sustancioso observar cómo comenzó a expandirse el neologismo “agronegocio”. Hasta hace unos años, los economistas argentinos hablaban de “agricultura” para designar a una rama de la economía… el neologismo “agronegocio”, un término que fue propalado con admiración por los suplementos rurales de los diarios, parece ostentar atributos positivos de modernidad y encierra en su connotación una forma de explotación rural que incluye a los fondos de inversión (buitres o golondrinas, según quien los mire), los “pools” de siembra, los fideicomisos y las semillas trangénicas».
En esta demanda de más diálogo sería importante reparar en cómo hablamos y con que lenguaje nos expresamos.