No pocas veces la historia nos enseña cosas que hoy aparecen ocultas, verdades evidentes que el fárrago de la información cotidiana va tapando con una espesa capa de hojarasca, razón por la cual permanece invisible para el ciudadano común. El profesor de Historia de la UBA, Fernando Gómez, ha tenido la feliz idea de colocarnos ante un texto que tiene casi dos siglos, publicado el 4 de julio de 1818 en la ciudad de Buenos Aires en el periódico El Censor. Encabezando una serie de noticias de la época el editor aclara: «Se sabe que es muy difícil, si no imposible, descubrir la verdad por medio de la historia: y aprender la historia del tiempo presente por medio de los periódicos es una empresa no menos difícil. Sin embargo, referiremos lo que contienen de más importancia estos documentos falibles».
Supongo que quien me lea compartirá conmigo la sorpresa de que, desde hace ya tanto tiempo, estaba claro que los medios no comunican la verdad sino una versión de ella, en el mejor de los casos. Así como de lo documentos de la historia ningún investigador sostendría, sin pudor, que lo que nos va a narrar como historia no es sino una interpretación suya de los hechos, mucha mayor razón sería suponer lo mismo del periodista. «Sin embargo, también está claro que la mayoría de los lectores de diarios en nuestro país están muy lejos de sospechar del contenido que los cautiva cada mañana», nos dice el profesor. Si nos preguntamos por qué razón deberíamos dudar nos contesta: «Gran parte de los medios de comunicación no se cansan de instalar su propia autocalificación de “independiente” demostrando así cómo les gustaría que se los piense. De este modo, en la medida que logran instalar esta independencia nos encontramos ante un triunfo de los intereses que esos medios impulsan». Esto es lo que me parece un verdadero triunfo de esos medios masivos: una gran parte del público consumidor de información elabora sus ideas y sus diagnósticos de la realidad de nuestro país a partir de la información que reciben de esas fuentes.
Nos da este ejemplo para clarar lo que nos está diciendo: «Actualmente, cuando se espera con ansias la nueva ley de radiodifusión, ya circulan propagandas con comentarios de “gente como uno” que paradójicamente imponen el mensaje de no perder su capacidad de elegir. De esta manera, los intereses económicos y políticos de los medios de comunicación no se ponen en discusión, escondiéndose detrás de una militada independencia y detrás de un firme manejo de la publicidad». Lo que podría resultar extraño es que la Ley, de aprobarse, tendería a garantizar un abanico de opciones mucho más amplio del que hoy tenemos. Sin embargo, la intención de la campaña publicitaria que se opone a esa Ley nos está hablando de que no permitamos que se nos impida nuestra capacidad de elegir. Esa capacidad de elegir se nos ofrece entre los medios concentrados que responden a una serie de intereses económicos que coinciden, en lo fundamental, con el país que necesitan para preservar sus privilegios.
El tan mentado diálogo que, con machacona insistencia, pudimos oír en la campaña electoral reciente comienza a mostrar las resistencias que le oponen algunos de aquellos, cada uno con sus aristas propias que van desde la desconfianza hasta la intención de imponer una agenda propia. Esto lo lleva al profesor a decir: «Nos encontramos entonces con un serio problema de comunicación. Laberinto por momentos sin salida donde cada anuncio desde el Gobierno se escucha con suspicacia, escepticismo e incredulidad. Más tarde llegan las interpretaciones propedéuticas de ciertos analistas políticos, por cierto analistas “independientes”, que develan cual enigma lo que no se dijo pero esconde dicho anuncio. Lamentablemente no habrá exegetas de estos exegetas y la construcción mediática prevalece habitualmente sin mayores escollos en las capas medias».
Esto no debe pasar inadvertido, porque de la claridad que podamos tener respecto de qué es lo que se dice que se quiere y qué es lo que realmente se exige, nos permitirá tener una posición más realista respecto de un tema en el que se está jugando nuestro destino nacional. «El desafío comunicacional pasa en estas circunstancias por instalar la sospecha del discurso de los medios, que nos lleve simplemente a intentar una lectura crítica y desafiante de los periódicos ya que, como termina la cita con la que comenzamos, siguen siendo “falibles”», cuando no tendenciosos y mal intencionados, agrego yo.