La comunicación humana fue una conquista, una obra, un logro, que colocó una bisagra en la historia de la construcción del género humano, dejando atrás los restos de animalidad que el homo todavía podía arrastrar. La conquista de la palabra permitió el desarrollo de un tipo de comunicación en la que, por un desdoblamiento de muy difícil explicación en sus detalles, se convirtió en un diálogo interno por el cual el yo debatió con su propia conciencia. Este diálogo de cada uno consigo mismo es la más exquisita creación humana. Abrió la dimensión personal dentro de la comunidad originaria, diferenció los «yo» de los «tú» y de los «nosotros» con lo cual la antigua comunicación de gestos y ademanes incorporó mediante la palabra una riqueza espiritual sin antecedentes.
Probablemente, todo ello se ha producido en un pequeño lapso de tiempo (en relación a los más de tres millones de años de presencia del género homo sobre el planeta) de tal vez nomás de cuarenta mil años. Este paso abrió un abanico de posibilidades humanas cuya producción se convierte en la historia del pensamiento de los últimos cinco o seis milenios. Toda esta introducción pretende colocarle un marco más amplio dentro del cual aparece el escenario que venimos analizando en estas notas y que se refiere a nuestra subjetividad.
Décadas atrás la conversación llenaba los momentos de encuentro y engalanaba la relación entre las personas, se valoraba a aquellas con las que se podía mantener diálogos fecundos. No es que esto haya desaparecido, pero está desvalorizado, cosa que se verifica en la pobreza del lenguaje que es utilizado en lo que queda de comunicación. Aquí se nos cruza otra pregunta de nuestro profesor cuando éste observa que predomina el monólogo aun frente al otro: «¿Estamos ante el eclipse de la cultura de la conversación?» no me atrevo a contestar pero por lo menos se podría aceptar que se ha debilitado. No es que no se habla, se parlotea constantemente en todas partes. Los teléfonos celulares se han convertido en un adminículo imprescindible que parecen haber llevado eso al paroxismo una comunicación que no expresa nada.
Sin embargo, esto no es un fenómeno tan reciente, como ya había señalado el filósofo francés Guy Debord (1931-1994) en su libro La sociedad del espectáculo, hace cuarenta años, «el arte de la conversación está muerto». Claro está que el arte de la conversación no es lo que se hace con el celular, menos aún con los “mensajitos”. Pero tiene que preocuparnos esa vieja advertencia. Si la conversación se va perdiendo y, como quedó dicho, ésta fue el cimiento de lo más humano de lo humano, ¿qué está pasando en la subjetividad del hombre actual? Dice nuestro profesor:
«El yo tiene que elaborar sus experiencias y comprender el sentido de lo que le sucede, y para eso requiere de ejercicios de introspección y de confesión íntima, diario íntimo, cartas, lectura, escritura. Esas prácticas tenían lugar en la interioridad; se guardaban dentro de cada uno, dando una riqueza enorme, pero también una atadura, ya que era aquello que estaba adentro de uno y uno no se lo podía sacar. Ahí quedaba, por ejemplo, aquella culpa nacida de chiquito; aunque uno se haya olvidado, permanecía y podía reaparecer; nos condenaba. Ahora hay un desplazamiento que desinfla la interioridad, sacando sus contenidos, y el eje y el centro de lo que somos deja de estar ahí adentro para mostrarse, para estar visible, y esto hace que la estabilidad del yo se pierda, con lo bueno y lo malo que esto implica. Se luchó mucho por no tener que estar condenado a una identidad impuesta, para poder autocrearse».
Si ese proceso construía a la persona dueña de sí misma, con sus más y con sus menos, y lo que se nos presenta es un vaciamiento interior que va desvaneciendo el sustento de esa persona ¿cómo pretender que se plantee los problemas estos, si su preocupación es la exhibición de un yo devaluado y hueco? Tomar conciencia de ello es parte de la tarea de la reconstrucción del hombre hacia un futuro diferente.