La historia de los procesos políticos parece tener una dinámica propia que la impulsa a avanzar por caminos que va trazando. Los hombres y mujeres con sus acciones y sus omisiones, dije ya, convergen en una especie de resultante de fuerzas que la empuja en un sentido. La tan mencionada polis griega resolvía esto con la participación de un puñado de personas que acudían al ágora, el resto de la población, la inmensa mayoría, vivía ajena a este nivel del poder. Veintitrés siglos después el París sublevado clamaba por la participación ciudadana. Nace la democracia moderna que si bien no mostró una participación mayoritaria la amplió en mucho. Los siglos XIX y XX mostraron un enfriamiento de aquellas pasiones, los “dueños del mercado” fueron suplantando el ágora político hasta el punto que se podría decir que hoy, en proporción, los que deciden son menos que hace siglos.
El problema está lejos de agotarse en el tema de la cantidad, la historia nos ha enseñado que esos menos, tantas veces, con su calidad, erigidos en conductores de la historia en momentos de crisis, lograron marcar rumbos, modificaron la cultura política, e hicieron docencia. Hoy estamos en una especie de desierto de la cultura política. Impera el egoísmo, la chatura, la pequeñez, el cinismo, la mezquindad. La palabra democracia que llena la boca de tantos, acompañada de la palabra república, carecen de contenido en su utilización por el modo en que se las esgrime en el pobre debate público, que exhibe una parte de los políticos nuestros. Cuando es necesario llevar los temas políticos al foro judicial queda demostrada la incapacidad para resolverlos en las instituciones específicas, que se dicen defender.
En una entrevista, el jurista, académico, juez de la Suprema Corte, Raúl Zaffaroni afirma: «sin duda que existe un largo camino de judicialización de la política, o sea, forma parte de una práctica que se ha vuelto mundial, por supuesto, en que toda cuestión política o parcialmente política se deriva a la Justicia. Desde hace años se observa una clara tendencia a convertir a los estrados judiciales en una suerte de escenario. Creo que ésta es una tendencia peligrosa para la imagen del Poder Judicial. Sin referirme en concreto a ningún caso, sino como orientación general de política judicial, estimo que debemos preservar la Justicia y devolver los problemas a los verdaderos responsables, para que los resuelvan en sus ámbitos naturales». La pregunta que se nos cruza es ¿por qué se lleva a la justicia lo que, respetando la tan cacareada división de poderes, debe ser resuelto en el debate de ideas? Yo me atrevo a contestar: por incapacidad.
En estos tiempos podemos oír la acusación de judicializar la política, y eso aparece como una dificultad de lo que se enuncia como “el libre juego de las instituciones”. Estas últimas presentadas como las sagradas bases del funcionamiento democrático son utilizadas para zanjar problemas menores, para estirar los plazos esperando sacar ventajas. Es una confesión de incapacidad o de malas intenciones, o ambas cosas juntas.
Zaffaroni continúa: «hay problemas que no saben cómo resolver y los derivan al Judicial que, por su naturaleza no los puede resolver. En esos casos lo mejor es devolverlos urgentemente, pues de lo contrario el Poder Judicial carga con el fracaso de no hallarle solución. En esta materia tenemos que cuidarnos mucho del narcisismo y de la omnipotencia. En otros casos se procura publicidad, éste es siempre un buen escenario, los medios suelen cubrir todo lo que pasa, especialmente cuando tiene ribetes de escándalo. Por último, no podemos olvidar una característica de la política: en todo el mundo se ha vuelto mediática. Cada político asume un papel y queda preso de ese papel, no puede cambiar la imagen. Me parece que es algo que sociológicamente se vincula cercanamente con la presentación de la persona en sociedad, la dramaturgia de que hablaba Irving Goffman [1922-1982], pero llevada al extremo. Hoy la política se hace en la televisión, ya no hay contacto directo con las bases, se desprecian la militancia y el trabajo barrial. No es la política que conocí, es otra cosa. Hoy nadie se esfuerza ni casi se mata, como Alfonsín, para llegar a hablarles a cincuenta personas en un pueblo de provincia. Y tribunales es un buen marco para la televisión» (el subrayado es mío).
Son palabras que no se deben dejar pasar, recuperan la capacidad de docencia sin la cual la política se reduce a peleas de gallinero.