Introducción
Hagamos un alto antes de introducirnos en la serie de notas que publicaré. Es mi esperanza poder ser lo suficientemente claro como para que el famoso “ciudadano de a pie” pueda entender algo de lo que expondré. Si el tema, a primera vista, produce algún rechazo o intimidación que le haga evitar el intento de abordarlo sugiero superar esa primera impresión y hacer el esfuerzo. El Dr. Juan Torres López, docente de varias universidades españolas, que consultaremos más de una vez en las notas siguientes, decía hace más de dos años:
«La gente normal y corriente suele tener una idea bastante difusa de las cuestiones económicas. Como los grandes medios de comunicación las presentan de forma oscura e incomprensible la mayoría de las personas piensa que se trata de asuntos muy complejos que solo entienden y pueden resolver los técnicos muy cualificados que trabajan en los gobiernos o en los grandes bancos y empresas. Y siendo así, es también normal que se desentiendan de ellos, como cualquiera de nosotros se desentiende de lo que hace el médico, el fontanero o el mecánico cuando hablan en su jerga incomprensible o utilizan instrumentos, que nosotros ni conocemos ni sabemos utilizar, para curarnos o arreglarnos las tuberías o nuestro automóvil. También contribuye a ello el que no se proporcione a los ciudadanos información relevante sobre lo que sucede en relación con las cuestiones económicas. Todos oímos en los noticieros de cada día, por ejemplo, cómo evoluciona la bolsa, las variaciones que se producen en el índice Nikei o los puntos de subida o bajada de unas cuantas cotizaciones pero casi nadie los sabe interpretar ni nadie explica de verdad lo que hay detrás de ellos».
Advertía y denunciaba, al mismo tiempo, una maniobra de los medios de comunicación intentando hacer abstruso lo que puede ser comunicado con cierta sencillez. El pensador francés Pierre Bourdieu hizo un uso deliberado del prejuicio de no ser claro al utilizar frases largas para pensamientos simples. En cierta ocasión le contó al filósofo norteamericano John Searle que, «para que a uno le tomen en serio en Francia, al menos el 20% de lo que escribe tiene que resultar incomprensible». La maniobra pretende alcanzar dos logros: a.- Que el lector no iniciado en esos temas termine por abandonar todo intento de comprender de qué se trata eso de la economía, bajo la excusa de que es un tema sólo, para especialistas. No debemos descartar que tantos de esos comunicadores tampoco entiendan pero repitan lo que le dicen posando de entendidos; b.- Logrado este primer objetivo, al dejar en manos de los “especialistas” este tipo de problemas, la poca transparencia de la comunicación oculta los negocios que se esconden detrás de las noticias:
«Gracias a eso, los que controlan los medios de comunicación (propiedad a su vez de los grandes bancos y corporaciones) hacen creer que informan cuando lo que hacen en realidad es lo peor que se puede hacer para lograr que alguien esté de verdad informado: suministrar un aluvión indiscriminado de datos sin medios efectivos para asimilarlos, interpretarlos y situarlos en su efectivo contexto. Nos ofrecen sesudas e incomprensibles declaraciones de los ministros y presidentes de bancos pero no proporcionan criterios alternativos de análisis y, por supuesto, presentan siempre el mismo lado de las cuestiones, como si los asuntos económicos solo tuvieran la lectura que hacen de ellos los dirigentes políticos, los empresarios y financieros más poderosos o los académicos que cobran de ellos para repetir como papagayos lo que en cada momento les interesa. Lo que está ocurriendo en relación con la actual crisis es buena prueba de ello».
Entonces, contando sólo un aspecto de estos problemas, aparece todo como si se desataran fenómenos telúricos de difícil o imposible previsión y sin culpables de lo que está pasando.
«Sobre la crisis actual se están callando en particular un asunto especialmente grave y de gran interés para los ciudadanos: sus causantes y responsables directos e indirectos. Para engañar a la gente suelen hablar “de los mercados”. Como si los mercados pensaran, tuvieran alma y preferencias, decidieran o resolvieran por sí mismos. Es verdad que los mercados (sobre todo si en ellos hay muchos agentes interviniendo, es decir, si hay muchísima competencia) pueden actuar como mecanismos casi automáticos. Pero para que existan los mercados (incluso los muy perfectos y con gran competencia) y para que funcionen de cualquier manera que sea, más o menos eficazmente, es necesario que haya normas. Y esas normas no las establecen para sí mismos los mercados sino los poderes públicos a través del derecho. Las normas jurídicas son las que permiten que en los mercados se pueda llevar a cabo un comportamiento u otro, las que favorecen que existan o no privilegios en las transacciones, las que dan poder a unos agentes en detrimento de otros».
Ahora puede entenderse el por qué de la tan cacareada libertad de los mercados ¿libertad para qué o para quiénes?