Los problemas que se presentan en el interior de las grandes corporaciones encubren abusos de poder cuando no delitos graves: desde estafas al fisco hasta estafas a los accionistas. Parte de esos defectos de funcionamiento que se perciben en la poca transparencia de esas organizaciones el Dr. Robert A.G. Monks las señala con estas palabras: «Así, en Estados Unidos, la oposición a las astronómicas remuneraciones de los ejecutivos o el procedimiento ordinario de reapreciación de las opciones a la compra de acciones es casi desconocida, como también lo es la presión directa regular sobre un director gerente con una gobernabilidad desafortunada. Existe resentimiento, pero se reconoce con criterio realista que los accionistas carecen del poder para influir de alguna forma. En Estados Unidos, un director gerente con frecuencia pierde su empleo por un mal desempeño a corto plazo, pero esto se debe a presiones del mercado, no por la determinación de los accionistas. Todavía está por ver si los recientes escándalos corporativos darán por resultado cambios duraderos».
En los días en que los principales responsables del escándalo de la compañía norteamericana Enron empezaron a comparecer a juicio en Nueva York, hemos podido saber lo que las investigaciones de Robert Brenner fue publicando desde mediados de 2002, analizando en toda su amplitud este caso como síntoma revelador del conjunto de la vida económica de nuestros días. Los temores que nos ha mostrado el tratadista Monks se convierten en realidad cotidiana:
«El Secretario del Tesoro Paul O’Neill atribuyó el auge de los escándalos financieros a la inmoralidad de un “pequeño número” de malhechores. The Wall Street Journal dio una lista de veintisiete importantes compañías bajo sospecha, incluyendo nombres tan familiares y/o estrellas de la burbuja del mercado de valores como Adelphia, AOL Time Warner, Bristol Meyers, Dynegy, Enron, Global Crossing, Kmart, Lucent Technologies, Merck, Qwest, Reliant Services, Rite Aid, Tyco International, Universal, Vivendi, WorldCom y Xerox. Desde que los dos más importantes bancos de los EE.UU., Citigroup y J.P. Morgan Chase (así como Merrill Lynch) están también siendo investigados por conducta delictiva, uno se ve obligado a preguntarse qué es lo que el Secretario O’Neill consideraría un pequeño número». Todavía más, ya que las prácticas rapaces de estas firmas, sean técnicamente ilegales o no, son inherentes a la manera como se gestiona en todas esas empresas, que son sólo una muestra de la larga lista que se podría nombrar.
«Los escándalos dan testimonio no sólo del sorprendente nivel de corrupción individual característico del capitalismo americano “de amiguitos”, sino también de los problemas sistemáticos en la economía real. Precisamente porque refleja no solamente la alevosa malicia preconcebida de los dirigentes empresariales, sino el pobre estado de salud de las empresas mismas, la epidemia de fraudes ha dejado gravemente tocada a la confianza de los inversores y al mercado mismo de valores». Este es uno de los temores del tratadista citado, ya que la pérdida de confianza de los inversores haría temblar las bases mismas del sistema.
«Los fraudes contables de las empresas son el resultado directo de un boom profundamente defectuoso entre los años 1995 y 2000, en gran parte provocado por una subida del precio de las acciones –y no al revés—. Su razón de ser fue simple: ocultar la realidad de unos beneficios empresariales cada vez más desesperadamente mediocres. Al ofrecer una apariencia de ingresos en aumento continuo, los libros de contabilidad amañados permitieron que los precios de las acciones siguieran subiendo. Esto permitió a las empresas ganar dinero y aumentar la inversión en ausencia de beneficios, y a sus ejecutivos de alto nivel, amasar fabulosas fortunas a través de opciones sobre acciones mientras sus empresas se abocaban a la bancarrota y su sobrecapacidad se agravaba peligrosamente. La histórica burbuja del precio de las acciones siguió, pues, hinchándose, dando lugar a un boom de inversión fraudulenta y propiciando que las subsiguientes quiebras y recesiones fueran mucho más graves».