Un tema que ha aparecido en estas notas, que los analistas ocultan por ignorancia o por corrupción intelectual, es el que señala que la rentabilidad del sistema capitalista de producción globalizado había comenzado a decrecer de modo alarmante. El crecimiento de la actividad financiera en el último cuarto de siglo pasado, y en especial la actividad altamente especulativa, fue un camino de recuperar utilidades que se evaporaban. Las causas de este problema son muy profundas y atañen a la estructura misma del sistema de mercado libre. Nuestro investigador Robert Brenner afirma: «Entre 1995 y 2000, justo al mismo tiempo que la muy alabada economía estadounidense alcanzaba su punto culminante, los beneficios empresariales en términos absolutos y la tasa de retornos sobre el stock de capital en la economía corporativo-empresarial no-financiera estaba cayendo en picada: tal y como muestran cifras revisadas recientemente, ¡entre un 15 y 20% respectivamente! En circunstancias normales, como consecuencia de este declive en beneficios y rentabilidad, las multinacionales se habrían encontrado con excedentes reducidos a su alcance, obteniendo fondos declinantes para acumulación de capital por cada dólar invertido. Por tal razón, habrían tenido un menor incentivo para invertir. El crecimiento de la inversión, por consiguiente, habría disminuido, y la expansión económica habría tenido que bajar el ritmo».
A pesar de todo este panorama que presagiaba una catástrofe Brenner pudo comprobar: «Con todo, sin embargo, y a pesar incluso de que los beneficios se hundían, los precios de las acciones alcanzaban cifras astronómicas. En 1995, para evitar el colapso de un sector japonés de manufacturación ya condenado a la recesión, los Estados Unidos se vieron obligados a pasar a una política de dólar alto. Una crisis japonesa no tendría por qué haber supuesto una profunda amenaza para la estabilidad de la economía mundial, pero, en vista de la voluminosa deuda contraída por acreedores japoneses con los EE.UU., podría haber aumentado las tasas de interés en EE.UU., precipitando un empeoramiento. Como causa y consecuencia de la subida del dólar, el dinero fluyó a manos llenas hacia los EEUU desde el resto del mundo, forzando a la baja de las tasas de interés a largo plazo y dando el primer paso hacia el aumento del precio de las acciones». Es un movimiento “natural” del capital que busca el máximo rendimiento de sus inversiones.
Esta inflación de los precios de las acciones no alteró la política financiera de la Reserva Federal: «Alan Greenspan continuó la fiesta al negarse a subir las tasas a corto plazo durante cuatro años y facilitar crédito en respuesta a toda crisis. Compañías no financieras explotaron el régimen de dinero fácil, tomando prestado masivamente para recomprar ingentes cantidades de sus propias acciones y logrando, así, hacer subir todavía más el precio de éstas en el mercado de valores. Como resultado del impetuoso ascenso del precio de sus acciones, las multinacionales eran capaces de evitar encarar la desagradable realidad de los retornos decrecientes. Tenían acceso a fondos con una facilidad sin precedentes, ya emitiendo acciones a precios ridículamente inflados, o tomando dinero prestado de bancos contra esas mismas acciones sobrevaloradas. A medida que el siglo se acercaba a su fin, el préstamo y la deuda empresarial, así como la emisión de acciones, alcanzaron de este modo cimas que no habían escalado antes. A medida que el mercado de valores se hinchaba superlativamente, los hogares más ricos veían también subir astronómicamente sus riquezas».
Tal vez se pueda ahora entender mejor como se iba incubando una crisis financiera que necesariamente debía estallar en algún momento. Dicho en dos palabras: el “efecto riqueza” de la subida del mercado de valores, que se manifestaba en un volumen inaudito de préstamos concedidos a las empresas y a los consumidores, no menos que un volumen sin precedentes de emisión acciones, permitió al mundo de los negocios mantener un potente boom en inversiones a lo largo de la mayor parte de los 90. Sobre la base de este repentino aumento, el crecimiento del Producto Nacional Bruto, del empleo, e incluso, finalmente, de los salarios, continuó hasta la mitad de 2000. Lo malo, claro está, es que los beneficios de rápido crecimiento son normalmente requeridos no sólo para financiar e incentivar una inversión crecida, sino también, tarde o temprano, para justificar y sostener precios de acciones en rápido crecimiento.
¿Cómo actuaron los centros de decisión de Wall Street?: «Enfrentados a esta obvia carencia de lo “fundamental”, los negocios sanos, los ejecutivos de las corporaciones empresariales sufrieron una creciente presión para mantener altos los precios de las acciones por cualquier medio a su alcance. Puesto que sus propios ingresos dependían del valor de sus opciones de acciones, la tentación de hacerlo resultó irresistible. En la medida en que la crisis de los beneficios se intensificaba, una tras otra, las grandes compañías –especialmente las dedicadas a tecnología, medios de comunicación y telecomunicaciones en la “Nueva Economía”— simplemente falsearon sus cuentas para exagerar las ganancias a corto plazo e inflar los valores accionariales de las empresas».