Me parece evidente que si le he tenido que dedicar tanto tiempo al tema de la posverdad es porque esto está evidenciando un problema que no es sencillo y, además, es preocupante. Este problema se diluye por el tratamiento mediático que se hace de él, lo cual hace que pase inadvertido para el ciudadano de a pie. Debo definir qué entiendo por tratamiento mediático y lo resumo en pocas palabras: se utiliza el concepto como si estuviera claro su significado y que esto es compartido por el público consumidor de medios.
Esto no es nuevo, es parte de la deshonestidad que evidencia el uso, el abuso, el maltrato de la lengua castellana, sobre todo en la televisión: Ello va generando en ese público una indolencia por un vaciamiento del valor de la palabra cuyo resultado es que todo esto escandaliza a muy pocos. Se llega a decir que es propio del lenguaje televisivo, como si éste fuera una especie de dialecto propio que sólo debe respetar sus propias reglas. Tal vez esto pueda parecer exagerado, o una preocupación academicista.
En esas últimas décadas, para tener derecho de presentarse en la pantalla televisiva, el curriculum exigía una presencia femenina atractiva y los más desenfadada posible, un descaro exhibicionista en el uso de poses y temas que, en lo posible, rocen el escándalo. Los varones deben acompañar esto con sus comentarios vacíos, procaces, desvergonzados y cínicos.
Ante ese triste espectáculo cotidiano propongo modificar la letra de Cambalache de Discépolo:
En la vidriera del cambalache colocar también un ejemplar del Diccionario de la Academia, pero sin abrir, porque parece que se ha prohibido su uso, apoyado en la Biblia, y también herido pero por la lengua desaprensiva de los personajes de la televisión.
Entonces ¿qué es la posverdad? Es la confesión no confesada de que hoy, mucho más que en la década del treinta, tiene plena vigencia la advertencia que le hizo al futuro, hoy nuestro presente. En la letra de otro tango de 1926 ¿Qué vachaché? (¿Qué vas a hacer?) le explica a un idealista:
“¿Pero no ves, gilito embanderado, / que la razón la tiene el de más guita? / ¿Que la honradez la venden al contado / y a la moral la dan por moneditas? / ¿Que no hay ninguna verdad que se resista / frente a dos pesos moneda nacional?”
Y ante la lectura de estas terribles palabras, que se reverdecen ante la confirmación de su verdad actualizada en el mundo de hoy, yo debo confesar que me siento aludido en este final:
Vos resultás, -haciendo el moralista-,/ un disfrazao… sin carnaval… / ¿Qué vachaché? ¡Hoy ya murió el criterio! Vale Jesús lo mismo que el ladrón…
Esta descripción nos coloca ante una interpelación que supone definirse ante las maldades de este mundo. Los medios y en espacial la televisión muestran un escenario desesperante.
Si a todo esto agregamos la utilización de la primicia exclusiva que, en sus apuros, no se permite el tiempo de ser chequeada. Por lo tanto, puede ser reemplazada, casi de inmediato, por un desmentido no confesado, que afirma todo lo contrario de lo ya informado. También, entonces, la pobre verdad cae mortalmente herida de muerte por la desvergüenza de la mentira permanente.
Quiero recordar, a aquellos que tengan años suficientes como para haberlo vivido, el papel pedagógico respecto del idioma que cumplía la radio en las décadas de los cuarenta y cincuenta, y tal vez poco después. Creo que, para recuperar la esperanza y volver a pensar el papel que deberían cumplir los medios, como parte del servicio público recordar lo que pensaba Domingo F. Sarmiento de la educación:
Educar al soberano es una frase que pertenece a ese educador y político argentino, quien dedicó buena parte de su vida a la tarea de enseñar, entendiendo que la educación es fundamental para el desarrollo de los pueblos y formador de ciudadanía. Esta tarea adquiere mayor importancia en una sociedad democrática, donde el pueblo tiene la responsabilidad de elegir a sus gobernantes. Por lo tanto, la debe hacer con conocimiento y responsabilidad privilegiando valores fundamentales.
Que no lo hagan los medios públicos, con el peso fundamental que hoy tienen sobre la opinión pública, me pregunto: ¿es un olvido o un plan premeditado? La posverdad ¿jugará un papel en todo ello?