Debemos continuar con el análisis del entrelazamiento de la política con la guerra para entender mejor cómo funciona todo lo político. Un famoso teórico de la ciencia militar moderna, el militar prusiano, Carl von Clausewitz (1780-1831) afirmó respecto de la relación mencionada: «La guerra es la continuación de la política por otros medios». Por lo tanto es un poco ingenuo, cuando no hipócrita, dejar de lado en los análisis teóricos o históricos de esta relación.
El final de la Segunda Guerra mundial, como ya hemos comentado, mostró un escenario internacional que no había sido previsto y que contradecía lo planificado. Los Servicios de Inteligencia de Gran Bretaña y de los EEUU sostenían, antes de la guerra la imposibilidad de que la URSS pudiera resistir la invasión germana: la fuerza militar más poderosa hasta entonces. Sin embargo, la batalla de Stalingrado (1942-43) le impuso una derrota insospechada que cambió definitivamente el curso de la guerra. El escenario internacional de posguerra podía ignorar la presencia insoslayable de la URSS como un poderoso actor.
El transitorio desequilibrio que había impuesto las dos bombas nucleares, en Hiroshima y Nagasaky (1945), fue reemplazado por el equilibrio que impuso la primera explosión nuclear de la URSS (1949). Se abría el juego de un mundo bipolar. El escenario posterior dio lugar a lo que se conoció como la Guerra Fría, definida como: «Una lucha entre naciones que no llega al enfrentamiento armado, aunque puede dar lugar a actos violentos». Está actitud prudente la imponía la imposibilidad del uso del armamento nuclear por sus impensables consecuencias.
Sobre el comienzo de los sesenta se produce el traspaso del Gobierno de los EEUU: el General Dwight D. Eisenhower, victorioso comandante supremo de las fuerzas aliadas, luego presidente de los Estados Unidos (1953-1961), entregaba el mando al nuevo presidente J. F. Kennedy (asesinado en 1963). En el discurso pronunciado en ese acto el viejo general, veterano de la Segunda Guerra, invita a lo que podría parecer una especie de sorprendente confesión y advertencia. Si bien no fue del todo sincero en lo que dijo, una parte de él funcionó como una consejo fraterno al nuevo Presidente y al pueblo todo: El viejo General republicano le decía a un joven político demócrata, algunas cosas que no debían ser olvidadas:
Hasta el último de nuestros conflictos mundiales, los Estados Unidos no tenían industria armamentística. Los fabricantes norteamericanos de arados podían, con tiempo y según necesidad, fabricar también espadas (1). Pero ahora ya no nos podemos arriesgar a una improvisación de emergencia de la defensa nacional; nos hemos visto obligados a crear una industria de armamentos permanente, de grandes proporciones. Añadido a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente implicados en el sistema de defensa. Gastamos anualmente en seguridad militar más que los ingresos netos de todas las empresas de Estados Unidos. Esta conjunción de un inmenso sistema militar y una gran industria armamentística es algo nuevo para la experiencia norteamericana. Su influencia total (económica, política, incluso espiritual) es palpable en cada ciudad, cada parlamento estatal y cada departamento del gobierno federal.
Reconocemos la necesidad imperativa de esta nueva evolución de las cosas. Pero debemos estar bien seguros de que comprendemos sus graves consecuencias. Nuestros esfuerzos, nuestros recursos y nuestros trabajos están implicados en ella; también la estructura misma de nuestra sociedad. En los consejos de gobierno debemos estar alerta contra el desarrollo de influencias indebidas, sean buscadas o no, del complejo militar-industrial (2). Existe y existirán circunstancias que harán posible que surjan poderes en lugares indebidos, con efectos desastrosos. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades ni nuestros procesos democráticos (3).
Algunos comentarios:
(1) La Armada de los EEUU fue modernizada en 1890 cuando se incorporaron modernos buques de acero, al nivel de las armadas de Gran Bretaña y Alemania. En 1907, la Armada, con varios buques de apoyo, realizó una vuelta al mundo en 14 meses, en una demostración de la capacidad que tenía para abarcar el teatro mundial. En 1918 invadió Europa con un ejército de más de un millón de soldados.
(2) Es la primera vez que aparece mencionado públicamente este concepto, en los EEUU y en el mundo occidental;
(3) Más sorprendente aún es su utilización para advertir las posibilidades de consecuencias indeseables para la democracia.
El sociólogo estadounidense Charles Wright Mills (1916-1962), en su libro “La elite del poder”, documentó en 1956 cómo la Segunda Guerra Mundial solidificó una trinidad de poder en EEUU, en la que las corporaciones, el aparato militar y el gobierno integraban una estructura centralizada que trabaja coordinadamente a través de los “más altos círculos” de contacto y decisiones.