Avancemos un poco más sobre este tema de la posverdad. Dadas las repercusiones que produjo la elección de esa palabra por el diccionario de la Universidad de Oxford aparecieron algunos comentarios muy interesantes, así como sorprendentes, respecto de este nuevo vocablo ofreció. Sintetizo algunos de ellos:
Con el neologismo post-truth se denomina en inglés lo relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal, a la hora de modelar la opinión pública. Esto se verifica en los cambios del lenguaje público que muestran que la palabra pasó de ocupar un lugar periférico, en el uso cotidiano, a ser eje de los comentarios políticos. La importancia fundamental de ella no es lo que dice sino lo que denuncia, respecto de la condición corrompida y corruptora en la que se encuentra la opinión pública. A la vez, asume que la verdad ya no importa por lo que la comunicación, como consecuencia de ello, ha entrado en una era que comienza a definirse por haber dejado atrás el valor de la verdad política.
La traducción de la palabra inglesa por el vocablo castellano posverdad tuvo aceptación de los especialistas, ya que consideraron válido que:
El prefijo post– forma numerosos derivados en los que no solo añade el significado de ‘detrás’ o ‘después de’, sino que aporta la idea de que lo que queda atrás está, de algún modo, superado o que deja de ser relevante.
Estos comentarios olvidan que este prefijo pos adquirió, a partir de la Segunda Guerra una vigencia que sólo ahora se percibe: se habló de posguerra, como también en los años ochenta, la Tercera Revolución industrial dio lugar a una era posindustrial; también en la década de los noventa se dijo que comenzaba la etapa pospolítica y poco después se la denominó posideológica. Entonces lo pos no es una novedad, lo nuevo es confesar lo que he citado más arriba.
En la columna anterior cité a la escritora Irene Lozano que, con un dejo de amarga ironía, se queja del estado cultural europeo, cuna de todo esto, que muestra un grado de descomposición importante, caracterizado por el escepticismo, el nihilismo, la sinrazón de la vida, la pérdida de un horizonte que oriente hacia dónde se va, etc. Esta etapa que comienza posiblemente en las décadas denominadas de posguerra, abrieron un camino en el que se comenzó a hablar en la década de los ochenta de la posmodernidad (otro pos), un concepto más abarcador e inclusivo. Con él apareció una especie de paragua bajo el cual todo lo que había sucedido podía ser explicado.
El sociólogo Diego E. Litvinoff lo plantea así:
Pero como sucede ante la aparición de todo neologismo, conviene preguntarse hasta qué punto responde a una necesidad de la lengua que no encuentra otra palabra en los conceptos preexistentes. Esto último fue lo que sucedió cuando las contradicciones de la modernidad, que el neoliberalismo exacerbó a fines del siglo pasado: la posmoderna, no sorprenderá encontrar la misma estrechez de miras en quienes también anteponen el prefijo “pos” al concepto de verdad para indicar su supuesta superación.
Que el origen de todo esto sea Europa no debería sorprendernos ¿qué está sucediendo para que la cuna de la cultura occidental moderna esté terminando así? Podríamos decir con Discepolín: «Nunca soñé que la vería en un requiescat in pace[1] tan cruel como el de hoy».
[1] La traducción del latín es: “que descanse en paz”, una frase de la liturgia católica para alguien fallecido.