El tema de la posverdad no pareciera ser tomado en serio por parte de aquellos que pueden ser considerados serios. El problema es que este concepto, la posverdad, apareció en los medios de comunicación como referencia a un fenómeno que ellos parecen padecer. En esos medios no abundan los investigadores académicos, pensadores prestigiosos, por el contrario se caracterizan por estar en manos de “gente poco confiable”.
El novedosos concepto es muy poco consistente, evidentemente hipócrita, pero con pretensiones de alta filosofía para lo cual no reúne las condiciones necesarias. La escritora, periodista y política española, Irene Lozano (1971) parece haberlo comprendido de ese modo, por el tono de su comentario:
¡Qué concepto tan elegante. Nunca el ocultismo tuvo un nombre tan hermoso. Nunca soñó con ver edulcorada su naturaleza hasta hacerla respetable! Consagrada como palabra del año, sólo nos explica que el mundo se ha vuelto ininteligible.
¿Por qué dice esto? Porque la palabra fue elevada a “estrella” como “La palabra del año”, nada memos que por el Diccionario Oxford, que publica la prestigiosa Universidad de Oxford (Gran Bretaña). Lo ha hecho por haber constatado un llamativo incremento en su uso, hasta convertirse en un término habitual en los análisis políticos. Sigue, entonces, nuestra escritora:
Se diría que antes éramos Denis Diderot [1] (1713-1784) y ahora nos hemos convertido en Homero Simpson. Sospecho que la cosa es más complicada. La verdad y la mentira en todas sus formas han convivido a lo largo de la historia. Lo que caracteriza nuestro tiempo no es el triunfo de la mentira, sino el fin de la herencia ilustrada, acompañado de un profundo desprecio al logos, a las herramientas de la razón.
Analizando el ámbito en el cual este concepto comenzó a ser utilizado, Europa, se puede pensar que es la toma de conciencia de algo que se venía incubando desde hace décadas. Irene Lozano rescata una declaración de un ex ministro británico Michael Gove, quien dijo: «Este país está harto de expertos», podría yo agregar gran parte del mundo lo está. La escritora señala como antecedente un fenómeno cultural de Occidente que surgió en Europa como respuesta a las consecuencias de la segunda posguerra: al desánimo, a las desilusiones, a la pérdida de confianza en la razón, etc.
Es un estado de la conciencia colectiva, una mutación en la cultura, que descree ahora de los valores de la Modernidad, constituida sobre el valor de la racionalidad. La confianza en que la razón era el instrumento que aseguraba el orden social se desplomó cuando Europa se tuvo que hacer cargo de la barbarie que había protagonizado en las grandes guerras. Las décadas posteriores mostraron el espejismo de un crecimiento económico que parecía augurar un mundo mejor pero fue la etapa de la peor distribución de la riqueza. La acumulación en el polo dominante y la pobreza indigna para las grandes mayorías del planeta fue un resultado insultante.
Entonces la cuestión no es solamente que la gente haya creído las mentiras del discurso de los medios. De hecho, creímos vivir en una democracia basada en la libertad de la opinión pública, la deliberación y el debate libre de ideas, para beneficio de todos. En esta democracia todo ello fue violado permanentemente. Hoy, por el contrario, la realidad que nos describen los medios se han convertido en una lluvia de imágenes incoherentes. Esta falta de realidad revela la magnitud de la hipocresía del periodismo que no nos ayudar a entender nuestra época. Esto no es nuevo, pues ya ocurría antes de que se hablara de la posverdad.
Agrega nuestra escritora:
Si las noticias se han convertido en un magma sin significado, esto sólo puede querer decir que los medios están haciendo mal su trabajo. Así, cuando la lluvia de imágenes se disuelve, el ciudadano de a pie se queda sin un criterio ni una comprensión de la realidad, sino con un malestar difuso, una incertidumbre que constituye el campo abonado para la superstición y la mentira. Lo realmente alarmante es que muchos periodistas, científicos, académicos, parecen haber abandonado la idea de que exista una realidad que es posible contar o conocer. Por eso es urgente volcarse en el empeño, también enunciado por Orwell de «restaurar lo obvio». Esa restauración, para tener éxito, habrá de empezar en el ámbito de la cultura.
Continuaré en la próxima columna.
[1] Fue una figura decisiva de la Ilustración como escritor, filósofo y enciclopedista francés.