En el libro La Política Aristóteles expone una investigación sobre las formas políticas que han adoptado las diferentes ciudades del mundo antiguo. Cada una de ellas respondió a la necesidad de organizar las diversas prácticas sociales, convertidas en formas institucionales, acordes a sus respectivas tradiciones y culturas. Mediante esas formas institucionales fueron regulando las prácticas políticas en cada polis.
Recorriendo las páginas de varios manuales podemos hacer la siguiente síntesis:
Desde el punto de vista predominante, la democracia es considerada hoy día como la forma más perfecta de gobierno, aquella que habría alcanzado la humanidad como una suerte de «destino manifiesto» en su camino al «Fin de la Historia». De tal suerte que no ser considerado demócrata o pertenecer a una sociedad no democrática es tanto como haber perdido la condición de hombre por vivir en una sociedad «degenerada», que sólo adoptando la forma democrática podría regenerarse. Sin embargo, la problemática de la democracia dista mucho de resolverse con una concepción tan simple y es necesario plantear a fondo el origen y desarrollo del término democracia, así como su lugar respecto a otras formas de gobierno históricamente dadas.
Esta afirmación nos remite a la necesidad de revisar el concepto democracia, recorrer los significados que la historia de la filosofía política nos ofrece, para reflexionar detenidamente sobre un tema que no es tan sencillo y simple, como parece presentarse al investigador de estos tiempos.
Pericles (495-429 a.C.) es considerado como el paradigma de hombre democrático auténtico, guía de la denominada «democracia ateniense» del siglo V a. C., define la democracia, un siglo antes de Aristóteles, en su famoso discurso fúnebre de la siguiente manera:
Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. En lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforme a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie, en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar un servicio a la ciudad.
Le debemos al gran filósofo de Atenas, la primera clasificación de las formas de gobierno, en función del número de sus gobernantes. Partiendo de ese criterio definía
1.- la monarquía (del griego: mono=uno solo y arche=el que manda) el gobierno de un solo ciudadano;
2.- la aristocracia el gobierno de unos pocos: (del griego: aristos=los mejores y cratos=gobierno);
3.- la democracia el gobierno de la mayoría: Del griego: demos=pueblo y cratos=gobierno). Es necesario aclarar que el concepto pueblo no corresponde a lo que hoy entendemos por él. La población de Atenas se estima en unos 300.000 habitantes, de los cuales, los libres en condición de votar eran menos de 30.000. Dice Wikipedia:
Solamente los varones adultos que fuesen ciudadanos y atenienses, y que hubiesen terminado su entrenamiento militar tenían derecho a votar en Atenas. Esto excluía a una mayoría de la población, a saber: esclavos, niños, mujeres y metecos; también a los ciudadanos que tuvieran deudas con la ciudad.
Según Aristóteles, cada una de estas formas políticas podían degenerar en formas políticas anómalas: la monarquía y la aristocracia en oligarquía oligarquía (del griego: oligo= unos pocos privilegiados); y la democracia en demagogia (del griego: os=pueblo y ago= conducción engañosa, por las intenciones de una élite que manejaba a la gente según sus intereses).
Leamos sus propias palabras en el libro La Política:
«De los gobiernos unipersonales solemos llamar monarquía al que vela por el bien común; al gobierno de pocos, pero de más de uno, aristocracia (porque gobiernan los mejores (áristoi) o bien porque lo hacen atendiendo a lo mejor (áriston) para la ciudad y para los que forman su comunidad; y cuando la mayoría gobierna mirando por el bien común, recibe el nombre común a todos los regímenes políticos: república (politeía) […]. Las desviaciones de los citados son: la tiranía, de la monarquía; la oligarquía, de la aristocracia y la democracia, de la república. La tiranía, en efecto, es una monarquía orientada al interés del monarca, la oligarquía, al de los ricos y la democracia, al interés de los pobres. Pero ninguna de ellas presta atención a lo que conviene a toda la comunidad».
Es evidente que lo que hoy le exigiríamos a un científico: precisión y claridad, no eran preocupación de Aristóteles dado que a él le interesaba poder tener un criterio clasificatorio simple para diferenciar las diversas constituciones que estaba estudiando, pertenecientes a los pueblos que tenía a su alcance, llamados por los griegos los bárbaros. De todos modos él mismo reconoció la ambigüedad de su clasificación al observar que en la realidad histórica no se encontraban esas formas puras de gobierno sino una mezcla poco homogénea de las tres posibilidades lógicas. Sin embargo, es rescatable que en la clasificación Aristóteles queda muy claro que las formas correctas de gobierno lo son siempre en torno al bien común, y degeneran cuando sólo salvaguardan los intereses de una parte de la sociedad política.
Es otro trabajo la Ética a Nicómaco reflexiona, desde la filosofía política, sobre las bondades y defectos de las constituciones que está estudiando, para deducir de todo ello la mejor constitución para Atenas. La ética, afirma, es el sostén necesario de la política, y por ello las dos obras son consideradas como partes de un tratado más amplio, que trata sobre la «filosofía de los asuntos humanos».